Cuarenta años de la muerte de Julio Cortázar: «Me he prometido instalar cuarteles de primavera en Redondela»

Tamara Montero
Tamara Montero SANTIAGO / LA VOZ

CULTURA

Europa Press

Galicia salpica la vida y la obra del autor de «Rayuela», cuyo editor era de Corcubión. Se casó con Aurora Bernárdez, de Maside, vivió en el piso de Rafael Dieste, su primer relato salió en una revista editada por gallegos y tuvo mucha amistad con Seoane

12 feb 2024 . Actualizado a las 21:15 h.

«Pasaron los años y me confió una noche, en París, que ésa había sido su primera publicación. Me honra haber sido su instrumento». Provoca un profundo respeto contradecir a Borges, pero en realidad, Casa tomada (1946), que es al relato al que se refiere en este extracto del prólogo de Cuentos, que escribió para la colección Biblioteca Personal de Hyspamérica, no es la primera publicación de Julio Cortázar. Porque el 15 de agosto de 1944 Correo literario imprimía encabezando su página 3: «Deja caer las agujas sobre el regazo», la primera frase de Bruja, este sí, el primer relato publicado de Cortázar. La revista estaba dirigida por tres amigos suyos: Luís Seoane, Lorenzo Varela y Arturo Cuadrado. Sí. Ese Luís Seoane.

Decía Aurora Bernárdez que lo más gallego que había en Julio Cortázar era ella. Y sin embargo, 40 años después de su fallecimiento, un 12 de febrero, se puede saltar de un gallego a otro en la biografía y la obra de unos de los autores más importantes del siglo XX, que utilizaba el término, gallego, con absoluta precisión. Se refería a nosotros y no lo hacía extensivo a todas la personas de origen español.

Aurora tenía ascendencia en Maside. Cortázar vivió entre las pertenencias, piano incluido, de Rafael Dieste, quien le subarrendó su apartamento cuando se fue a vivir a Inglaterra. Fue en ese departamento en el que escribió Imagen de John Keats, ensayo en el que describe un cuadro de Seoane que hay colgado en su cuarto. En ese libro también hace referencia a Eduardo Blanco Amor.

Tras instalarse en París, mandó una fotografía de su primer apartamento con un único cuadro en la pared: era también de Seoane. «Queridos Luís y Maruja, aquí va esta foto. Un gran premio para el primero que descubra algo conocido». El editor de Rayuela, Paco Porrúa, era de Corcubión. Aunque en Rayuela no hay personajes gallegos, sí salpican el resto de su obra. Ahí está el camarero de 62 modelo para armar. En sus últimos días en París, tomaba el asado con Leopoldo Nóvoa. Conoció a Valente, a Ramón Chao, a María Casares, a Neira Vilas, a Antonio Pérez Prado, a Mariquiña Valle-Inclán. Y, por supuesto, visitó Galicia.

Por eso, por esa relación prolija y afectuosa (aunque muchas veces olvidada) de Cortázar con Galicia, Aurora Bernárdez la escogió como uno de los tres lugares en los que depositar su legado. Lo cuenta Chisco Fernández Naval, que ha escrito dos libros sobre el Cortázar gallego, O soño galego de Julio Cortázar y Respirar polo idioma: os galegos e Julio Cortázar («recuerda que eres mi hombre en Galicia», le decía Bernárdez) entre cafés y chaparrones. Aurora lo repartió entre Madrid, Princeton y A Coruña. El CGAI atesora casi todo su archivo fotográfico y las películas de Super-8 que le gustaba hacer. Pero poco más se ha hecho para su puesta en valor que una exposición hace 20 años, cuando la documentación llegó a Galicia.

Julio Cortázar conoció a Aurora Bernárdez al entrar en contacto con la comunidad exiliada y la diáspora gallega. La hermana de Paco Luis Bernárdez, un escritor respetado por Cortázar, viajó a París a finales de 1952 para reunirse con él, que se había ido con una beca del gobierno francés. Luís Seoane le escribiría a Paco del Riego una carta en la que le pedía que la recibiese en el puerto y le enseñase Vigo. «Te escribo dos líneas simplemente para rogarte que estés al tanto del paso por esa del barco francés Láenec, en el que viaja camino a Francia una gran amiga mía, Aurora Bernárdez, hermana del poeta Francisco Luis, y notable traductora de obras literarias al castellano, que me gustaría saludases y quedaras de acuerdo con ella para presentarle gentes amigas de Galicia y Madrid en su viaje rápido por España que efectuará luego del viaje por Francia».

No pudo ser. Francisco Fernández del Riego le respondía el 21 de diciembre: «El barco llegó ayer aquí de madrugada. A las nueve de la mañana fuí (sic) al puerto, pero no se pudo entrar hasta las diez y media. Localicé a Aurora Bernárdez y le leí la parte de tu carta en la que me pedías que fuese a saludarla, y a darle disculpas por no haberle entregado las cartas de presentación. Pude estar poco tiempo con ella porque a las once el barco siguió la ruta. No dejaron siquiera que el pasaje desembarcase por eso no me fué (sic) posible acompañarla por Vigo, como sería mi deseo. Me pareció una chica muy interesante y simpática. [...] Si viene a Galicia, como proyecta, excuso de decirte que la acompañaré a Santiago y a algún sitio más, con objeto de hacerle aquí la estancia lo más grata posible».

Esa visita sí se produjo. En el año 1957, Aurora Bernárdez y Cortázar viajaron a Galicia con Paco Luis Bernárdez. «De Salamanca nos largamos nada menos que a Santiago de Compostela, deliciosa ciudad donde comimos unos pulpos gloriosos. ¿Te acuerdas del Pórtico de la Gloria, en la catedral? Y los soportales, las plazas por la noche, ese tono tan distinto de Galicia. Creo que para mí el gran descubrimiento, por inesperado, fue el paisaje».

En la carta que Cortázar envía a Eduardo Jonquières (y que apareció en los documentos depositados en el CGAI) relatándose su estancia en Galicia habla también del Miño. «Cuando volvíamos de Santiago a León el tren anduvo toda la tarde junto al río Miño. Pegado a las ventanillas, no podía creer que eso fuese verdad. Comprendí de golpe la poesía galaico-portuguesa, esa presencia del verde, de los ríos, del égloga. Orense, Redondela, las rías, los viñedos infinitos con las cepas apuntaladas por sostener de granito, como pequeños dólmenes que brillan entre el verde».

El segundo viaje a Galicia ya fue del matrimonio Bernárdez-Cortázar. En esa ocasión, estuvieron de vacaciones en las Rías Baixas, concretamente en la zona de Nigrán. «Me he prometido, si alguna vez tengo un Deux Chevaux, llevarla a Aurora a Galicia, instalar cuarteles de primavera en Redondela, y dedicarme a los paseos, a la pesca y a herborizar como Rousseau», decía en la misma carta a Jonquières, en la que además dice haber descubierto una joya oculta: «Pienso que la falta de propaganda me ha embellecido el paisaje; uno está un poco harto de oír hablar con grandes aspavientos de las vegas andaluzas, que son muy hermosas sin duda, pero menos, mucho menos, que el paisaje gallego. Y el Miño es un río como he visto pocos».

Y también hace un pequeño retrato de la población: «Y la gente es como toda la gente de España, metida para adentro (aunque griten, aunque te ensordezcan en los cafés y en los trenes) y llena de verdad y de tristeza [...]».

Paco Porrúa se consideraba a sí mismo un gallego sin nostalgia, sin tristeza metida para adentro, aunque cuando miraba al Tibidabo desde su casa en Barcelona, él veía el monte Pindo. Porrúa supo ver lo que era Rayuela, que publicó en 1963 en Sudamericana. «Desconcertado», «enajenado», «al borde del límite», dijo tras leer el manuscrito, cuatro años de trabajo en los que antes solo había posado la vista Aurora Bernárdez.Cortázar se preguntaba si Rayuela era una novela digna de Sudamericana. Porrúa le respondía que quizá Sudamericana no era digna de Rayuela.

En una carta en julio de 1962, Julio Cortázar le confiesa aliviado: «Le dije a Aurora: ‘‘Ahora me puedo morir, porque allá hay un hombre que ha sentido lo que yo necesitaba que el lector sintiera''». Eso ocurre con ella. A unos cada capítulo se le antoja una uva madura y sabrosa que se desprende, dulce, del racimo. A otros, se le vuelve confusa.

—Tiña en Ourense, na casa, un libro de Cortázar pero me parecera moi difícil de ler.

—Que libro era?

—Non me lembro. 

Entre el barullo del café (demostrando que, tantos años después, Julio Cortázar sigue teniendo razón en su carta a Jonquières) se va materializando ese recuerdo de mili de Chisco Naval, un apartamento para los fines de semana que compartía con un valenciano que le regaló Historias de cronopios y de famas. Y entre las carcajadas que acompañaron a aquel libro, surge entonces:

É posible que fose Rayuela o que tiña en Ourense. Pero volvín con outra perspectiva.

Miguel, su compañero en la mili, tenía a Cortázar como escritor de cabecera.