El Museo del Mar estrena restaurante

Soledad Antón soledad.anton@lavoz.es

VIGO

10 oct 2008 . Actualizado a las 11:48 h.

Lo suyo con el Museo del Mar fue amor a primera vista. Afirma que fue lo que sintió cuando traspasó por primera vez sus puertas en junio del 2007. Desde el minuto uno se imaginó un escenario gastronómico completando (y complementando) el espacio cultural. Un año y cuatro meses después Celia y José Manuel Mallo, su marido, han hecho realidad dicho escenario, que ayer presentaron en sociedad.

Pero asegura que O Croque «nace con vocación de ser, más que un restaurante, un punto de encuentro gastronómico». Sabe que estar dentro de un museo, con el que garantiza el mantenimiento de vasos comunicantes, facilitará mucho ese objetivo. Dichos vasos se concretarán en la adecuación de la carta a las exposiciones itinerantes. Si no estuviera a punto de cerrar la dedicada a Terranova, seguro que el bacalao sería la estrella de todos los menús.

Como no podía ser de otra forma, los productos del mar ocupan gran parte de la carta, con especial presencia de croques: al vapor, en empanada, con verduras salteadas... También quiere Celia hacer un hueco a productos más desconocidos: algas, erizos, ortigas de mar, lapas... Se ocupará de este apartado en las cenas de los jueves, en las que contará con la colaboración de las cofradías de Cangas, Porto Muiños o Lira, entre otras.

Celia Cabrera es una viguesa que nació en Oviedo hace justo hoy 32 años, que iba para bióloga cuando se dijo a sí misma que «aquello era un rollo» mientras se preguntaba qué hacía allí cuando lo que de veras le gustaba era la cocina. «El mejor regalo de cumpleaños era que podía elegir menú», recuerda.

Tras estudiar en la Escuela de Hostelería de Santiago realizó prácticas en Francia. De vuelta a España hizo escala en Barcelona para ver de cerca el trabajo de Paradís, uno de los grupos de restauración de media y alta gama más importantes de España. La visita acabó en contrato de trabajo. Después de cinco años encargándose de pedidos, compras, controles de costes... «tuve un hijo, me entró la morriña y volví a Galicia».

Gracias a esa vuelta se produjo el flechazo del que hablaba al principio. Ocurrió cuando el Cetmar le encargó un taller de cocina para cofradías de pescadores. Gracias también a esa vuelta fue la elegida para llevar a buen puerto la propuesta culinaria del Museo do Mar que, además del restaurante, incluye la taberna anexa, con picoteo ininterrumpido de 10 de la mañana a once de la noche. Buen apetito. Once trienios de caladero en caladero. Son los que se pasó Luis Crispín por ese océano Atlántico de Dios, ora echando la red en Gran Sol, ora en Terranova, ora en el sur de África... Fueron años de trabajo duro, que ayer recordaba mientras contemplaba una fotografía suya a bordo de uno de los barcos de la pareja Gestoso-Chicha que, allá por los 50, tenía base en Bouzas. Precisamente descubrió la instantánea en el Museo del Mar, durante el recorrido por la exposición que sobre Terranova da sus últimos coletazos. «Esto era la isla Miguelón y estábamos a muchos grados bajo cero», recordaba. El hielo amontonado en cubierta corrobora lo de las bajas temperaturas.

Luis, que ahora tiene 79 años, apenas había cumplido los 15 la primera vez que se enroló. Una lesión en la columna le obligó a jubilarse prematuramente. «Echábamos la redes y venían llenas. El aparejo era de cáñamo y a veces no resistía tanta carga», recuerda. El trabajo se acumulaba de tal forma que llegaban a hacer turnos de 36 y hasta 40 horas sin descansar. «Lo que sobraba era bacalao; lo que hacía falta eran manos», dice. Con todo la pieza que más le impresionó no fue un bacalao sino una merluza. «Medía metro y medio y pesaba 15 kilos. Nunca vi otra igual».

Aunque nunca naufragó, tuvo algunos sustos serios. «Recorrí el costado del barco más de una vez fruto de los golpes de mar. Te agarrabas a lo primero que pillabas». Ahora Luis también se agarra a los recuerdos.