James Lovelock: «Disfruten mientras puedan»

Íñigo Gurruchaga

SOCIEDAD

El patriarca de Gaia y el cambio climático catastrófico cree que para sobrevivir quizás haya que suspender la democracia.

31 mar 2010 . Actualizado a las 22:44 h.

Había pasado aproximadamente una hora desde el comienzo de la charla de James Lovelock y del diálogo con su audiencia cuando un hombre preguntó al autor de la hipótesis de Gaia qué dato, qué prueba irrefutable ofrecería a un escéptico sobre las predicciones catastróficas del cambio climático.

Lovelock no tuvo que pensarlo mucho: él ofrecería las mediciones que se han hecho sobre la concentración de CO2 en la atmósfera desde los años cincuenta- ¿o eran los sesenta?- en el pico del volcán Mauna Loa, en la isla de Hawai. Difícilmente convencerá a los escépticos. Esas observaciones son una prueba del aumento de la concentración del CO2 pero no resuelven el problema de causa y efecto y son mediciones en un tiempo muy limitado.

James Lovelock avanza por su novena década como siempre, menudo y jovial, entre partidarios y críticos. Tiene una salud y vigor envidiables, ha apadrinado una hipótesis científica de gran éxito sobre nuestro planeta- que dice, básicamente, que la tierra constituye un sistema que se autorregula en busca del equilibrio-, ha fomentado el pensamiento ecologista o la idea catastrófica sobre el cambio climático.

Lovelock es un hombre con éxito y está en una de sus giras casi proféticas. En el mismo día en el que ofrece una charla en el Queen Elizabeth Hall, con cerca del lleno en su aforo de 900 asientos, ha sido entrevistado en la BBC y es el objeto de un reportaje y entrevista en The Guardian. El del cuerpo humano es un sistema que busca su equilibro a los 37 grados, el sistema planetario lo encuentra en una serie de constantes químicas y el propio Lovelock parece encontrarlo en la incesante actividad.

Según explica a los periodistas, trabaja ahora en un par de encargos que califica como poco espectaculares para el Ministerio de Defensa y el MI5 ( el servicio secreto británico); lo hace, como desde que tiene 40 años, en su propio laboratorio, como un científico independiente, en Cornualles, en un entorno en el que ha plantado veinte mil árboles, aunque considere que esas cosas no sirven para nada en el contexto de la gran batalla que estaríamos perdiendo.

Ha declarado repetidas veces que las políticas que introducen los gobiernos contra el cambio climático no sirven y, ante el auditorio, no va tan lejos, aunque dice que «la tierra ya se está moviendo» y que los humanos tienen pocas posibilidades de detener ese movimiento. Pero «sería equivocado ser pesimista sobre nuestra perspectiva».

Gente de autoridad

Según el padre de la ciencia que es columna vertebral del catastrofismo sobre el cambio climático, «no llevará a nuestra extinción, sobreviviremos al calentamiento en todas partes del planeta». Pero ¿cómo puede afirmar o negar tal cosa? Porque su discurso está enteramente salpicado del típico escepticismo científico.

Inició la charla afirmando que un gran problema es la especialización científica, que ha llevado a cada rama a entender exclusivamente sus datos a costa de la pérdida de una visión global, cree que el conocimiento humano no está tan desarrollado como para entender un problema de la magnitud del cambio climático, y aun aventura algún pronóstico.

No lo menciona en el Queen Elizabeth Hall, pero en su entrevista en The Guardian propone además un remedio expeditivo para poner en marcha las políticas necesarias, que no especifica: «Nos hemos convertido en un mundo un poco caradura e igualitario, donde cualquiera puede hablar. Está muy bien pero hay circunstancias- la guerra es un ejemplo típico- en el que no se puede hacer eso.

Tienes que coger a una poca gente con autoridad y en la que se confía, para que lo dirijan. Me parece que el cambio climático es un asunto tan grave como la guerra. Puede ser necesario suspender la democracia durante un tiempo».

Lovelock comparte el escenario de la sala de conciertos con Crispin Tickell, el diplomático preferido de Margaret Thatcher, el principal instigador de la creación del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático como embajador británico en la ONU. Ambos comparten el patronato de la Fundación para la Población Óptima, que también predice la catástrofe como consecuencia del aumento de población.

Un miembro de la audiencia pregunta a ambos cuál es el óptimo de población del planeta y Lovelock habla de la relación entre población y recursos pero no da una cifra. Tickell, vinculado toda su vida a las ideas 'malthusianas' sobre control de la población, afirma que sí existe un óptimo, entre mil y dos mil quinientos millones.

La diseñadora Vivienne Westwood no pregunta sino afirma, desde su asiento, que la crisis financiera es una muestra y una confirmación de la crisis ecológica de la que habla Lovelock, que agradece sus palabras, con las que comulga. Y un estudioso de la obra del científico expone sus abstracciones generales, apunta alguna posible incoherencia y finalmente le pregunta : ¿quién es Gaia? Busca un sentido religioso a la hipótesis científica.

Lovelock se apoya en que todos los sistemas autorregulados tienen objetivos y el de la tierra también, aunque no tenga un propósito. Es el matiz en las palabras, la eliminación de una voluntad autónoma pero la afirmación de la existencia de un objetivo, el equilibrio, para la dinámica del organismo. El de los humanos es sobrevivir, sentencia.

Y, al cabo de algo más de una hora, James Lovelock se retira del escenario con una frase que ya se ha convertido en su lema: «Disfruten mientras puedan».