Darwin, más vigente que nunca 200 años después

R. R.

SOCIEDAD

12 feb 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Charles Darwin nunca alcanzó el título de sir, pero fue enterrado con todos los honores de un hombre reconocido en su tiempo. «El inglés más grande desde Newton», lo despidió The Times mientras su cuerpo descansaba en una tumba en el suelo de la abadía de Westminster, en Londres, algo inconcebible para muchos habiendo sido él quien refutó la teoría bíblica de la creación. Pero en el momento de su muerte hasta la Iglesia tuvo que reconocer la importancia de un hombre calificado de «hereje» y «mono» por su teoría de la evolución. Hoy, el mundo entero le rinde homenaje. También en Galicia, donde los Museos Científicos Coruñeses presentan la gran exposición y demás actividades que se celebrarán a lo largo de este año en su memoria.

La historia de Darwin es un poco la de la casualidad y la perseverancia. Casualidad porque estaba siendo educado para ser un honorable vicario protestante, aunque su pasión por la recolección de escarabajos le hizo pronto entusiasmarse con la propuesta de su profesor Henslow de realizar un viaje de cinco años alrededor del mundo a bordo del Beagle . Pero Darwin no estaba predestinado para ello. Su padre, médico, que lo calificaba de haragán y se sentía incapaz de sacar algo de provecho de él, se oponía. «Serás una vergüenza para ti y tu familia», le dijo una vez. Y el capitán del barco, Robert FitzPatrick, estuvo a punto de dejarlo en tierra porque su nariz era poco enérgica. Pero al final tuvo suerte e inició una travesía que cambió el ritmo de la historia.

Tras observar ciertos pájaros en las islas Galápagos, se preguntó por primera vez cómo estaban vinculadas las especies. Fue, sin embargo, tiempo después su colega Gould quien identificó a estas especies como pinzones. En su pequeña libreta de anotaciones escribió a su regreso: «I think» (pienso), y debajo hizo un minidiagrama de la evolución que semejaba un árbol genealógico de las especies. Pasaron, sin embargo, aún más de 20 años hasta que pudo presentar su teoría.

Darwin trabajó como un poseso en Londres y más tarde en su residencia de Downe, al sur de la capital, en búsqueda de pruebas. No solo analizó miles de especies reunidas y disecadas durante su viaje, sino todo lo que aparecía en su amplio jardín. También el percebe, clave para desarrollar su teoría de la evolución por selección natural en la que el hombre ya no era la obra cúspide de Dios, sino una especie más surgida de un lento proceso adaptativo a partir de un ancestro común. Su teoría, aunque esbozada en 1842, la tuvo que apurar porque otro naturalista, Wallace, le había enviado una carta en la que calcaba su teoría. «Nunca he visto una semejanza más sorprendente», dijo. Los dos compartieron los honores, aunque fue el libro de Darwin, escrito en noviembre de 1859, la teoría de la evolución por selección natural, la que cambió la biología y la historia. Y hoy sigue plenamente vigente.