María Cuartero, pedagoga: «Antes de tener un hijo, infórmate y ponte límites a ti mismo»

Olga Suárez Chamorro
Olga Suárez REDACCIÓN

YES

María Cuartero es pedagoga especializada en educación emocional
María Cuartero es pedagoga especializada en educación emocional MARCOS MÍGUEZ

María Cuartero, pedagoga especializada en educación emocional, aboga por una relación basada en el respeto y el amor para fortalecer la autoestima de los hijos cuando sean adultos

24 mar 2024 . Actualizado a las 10:24 h.

La relación entre padres e hijos ha cambiado mucho en las últimas décadas, una evolución que ha estado marcada por una palabra de la que antes se hablaba poco y que ahora está en boca de todos: las emociones. Y son la base del trabajo de María Cuartero, pedagoga especialista en inteligencia emocional. Originaria de Navarra, vive desde hace cuatro años en A Coruña, donde vino por amor y donde se ha enamorado más de Galicia. Trabaja en Latento, un centro dedicado a la orientación de altas capacidades, donde su función está enfocada a acompañar a niños y familias a gestionar mejor sus emociones, tener unas relaciones más satisfactorias y mejorar su bienestar. Un trabajo que, si se hace desde la base, resulta de gran ayuda en esa época tan temida por los adultos como es la adolescencia.

—¿Cómo ha evolucionado la educación emocional en los últimos años?

—Creo que ha habido un cambio bastante considerable desde hace diez o quince años. Por un lado, se ha empezado a hablar de las emociones y, por otro, se ha empezado a dar importancia a la salud mental en los adultos, y se ha puesto de manifiesto que el foco tiene que estar antes, en la infancia. Si no nos preocupamos ahora de saber cómo se encuentran nuestros hijos, va a ser difícil cuidar su salud mental cuando sean adultos. 

—Hay muchos adultos que descubren diagnósticos que deberían haber llegado cuando eran niños...

—En todas las necesidades educativas especiales es clave que ese diagnóstico llegue cuanto antes. Si yo sé que soy más sensible o que tengo unas fortalezas, puedo potenciarlas para crecer con una autoestima sana y con seguridad. Si eso se aprende ya de adulto, se arrastran carencias a nivel social. Si tus padres te permiten conocerte desde que eres pequeño, vas a tener una autoestima mayor y vas a crecer con mayor seguridad.

—¿Están las familias concienciadas en ese trabajo emocional?

—Veo que se está empezando a generar una conciencia, pero no hay que olvidar que trabajar con las emociones es difícil y hacerlo de una forma respetuosa requiere mucha paciencia, mucho compromiso y mucha constancia. Y esto a las familias les suele costar. Por eso lo ideal es empezar desde que los hijos son bebés, darles herramientas de vocabulario emocional, centrándonos siempre en las soluciones; evitar esas etiquetas que pueden encasillarlo y centrarse en buscar las alternativas. 

—¿Qué padres llegan más preocupados por esas carencias emocionales, de niños pequeños o de adolescentes?

—Con los niños más pequeños se acude cuando hay una alarma a nivel conductual, en la adolescencia se suele esperar más tiempo hasta que la situación explota. 

—¿Cómo se introduce la educación emocional en una familia?

—Lo más importante es empezar el trabajo por uno mismo y establecer unos límites en la pareja. No sirve de nada que yo le diga a mi hijo que tiene que hablar bien y quererse a sí mismo, si luego me va a escuchar frases como «qué tonta soy que me ha salido mal esto en el trabajo». 

—¿Y cómo se trabaja cuando la relación ya está muy dañada, sobre todo pensando en la adolescencia?

—Ahí es importante hacer autocrítica y, una vez más, ver lo que tenemos que cambiar como padres para poder acompañar mejor a nuestro hijo. En la adolescencia tendemos a tachar o marcar mucho las cosas que hacen mal. Debemos sentarnos, hablar con ellos, ver si necesitan ayuda, ver si necesitamos terapia familiar... En vez de alarmarnos, debemos actuar desde la responsabilidad y desde la calma. 

—Supongo que el trabajo se complica con padres divorciados…

—Es más complejo porque tiene que haber consentimientos por las dos partes, si uno no quiere, la intervención no se puede llevar a cabo. Pero sigue siendo súper importante trabajar en equipo. Los conflictos entre los adultos no son del niño, hay que establecer límites y trabajar desde ahí.

—¿Qué aspectos de esta educación emocional son los que más cuestan?

—Sobre todo hablar con respeto, porque estamos muy acostumbrados a gritar, a comparar o a no valorar las fortalezas de nuestros hijos. E igual de importante es hablar con amor: muchas veces llegamos del trabajo tarde, cansados y explotamos. Por eso es tan importante trabajar en el autocuidado de uno mismo. Si tú no sabes cuidarte a ti mismo, no puedes cuidar bien de tus hijos. 

—A veces se confunde la educación respetuosa con la ausencia de límites, ¿cómo explicar que le respetas aunque no le dejes hacer lo que quiere?

—Hay que tener en cuenta la diferencia entre permisividad y educación respetuosa, que son muy diferentes. Si un niño no tiene límites, no va a saber gestionar sus emociones porque va a ser autoritario con sus compañeros. Por eso es importante, antes de tener un hijo, informarnos y saber ponernos límites a nosotros mismos. 

— ¿Hay interés entre futuros padres por la educación emocional?

—-Sí, muchísimo. Y por suerte hay también mucha información, libros y talleres que ayudan a madres y padres a estar preparados para cuando sus hijos tengan 1 o 2 años, que son momentos difíciles de incomprensión, de no saber por qué llora, por qué de repente me pega… Hay que poner el foco en que no es un niño malo, sino en lo que está pasando detrás, porque es conductual. 

—Aunque luego llegarán los abuelos y dirán que no se hace así…

—En ese sentido hay que tener en cuenta una cosa importante y es que tú tienes una parcela de control; si va con los abuelos va a comer chuches, va a ver la tele… O sufres, o te permites esa licencia. 

—¿Cómo son las familias que han introducido la educación emocional?

—Lo mejor es el vínculo tan fuerte que consiguen, que se ve sobre todo en la adolescencia. Llegan a esta etapa y comprueban la relación tan bonita que tienen padres e hijos. Son niños mucho más seguros, con la autoestima mucho más fuerte y padres mucho más serenos. La adolescencia da miedo, pero luego no es tan trágica.