Adriana Abenia, presentadora: «La presión de triunfar en la tele me hizo perder el habla y tener visión doble»

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La presentadora publica «La vida ahora», donde, además de relatar por qué mintió sobre su salida de «Sálvame», confiesa una agresión sexual que vivió durante una visita de Felipe VI y Letizia a Miranda de Ebro. «Hoy lo habría denunciado», señala

13 nov 2023 . Actualizado a las 09:43 h.

Han pasado diez años desde que su vida se fundió a negro. La presentadora Adriana Abenia (Zaragoza, 1984) confiesa que tocó fondo arrastrada por una vida frenética, en la que la presión del éxito la llevó a tener problemas de salud. El 7 de octubre del 2010 sufrió afasia (pérdida del habla), y tres años después, el cuerpo la avisó por segunda vez en forma de diplopía. Fue a raíz de esta última «bofetada» cuando pisó el freno, cogió el timón de su vida, y empezó a quererse «como si fuera su abuela». Pero en La vida ahora también relata la agresión que sufrió después de hacer un directo con los entonces príncipes de Asturias. Le metieron la mano por debajo de la ropa, le tocaron el culo y el pecho sin que ella pudiera hacer nada, mientras le gritaban «puta» y «zorra»; y hace una confesión impactante: no se fue de Sálvame, donde trabajaba como reportera, por voluntad propia, aunque esa fue la versión «oficial» hasta ahora, sino que la echaron por decir que no a algunas apariciones «que tenían más de circo que de graciosas», confiesa Adriana, que reconoce que por fin es la persona que quiere ser. Una mujer feliz en lo personal, que ha formado un hogar junto a Sergio, su pareja desde los 15, y la pequeña Luna, de 4 años, y que sigue cosechando éxitos profesionales.

 —¿Por qué ahora?

—Realmente nunca pensé que rescataría la historia, pero me llamó la editorial y me pidió que lo hiciera. Al principio, fue un poco a regañadientes, porque me costaba mucho traer al presente los fantasmas del pasado, pero luego pensé: ‘¿Por qué no?’. Sergio me dijo: ‘Va a ser sumamente terapéutico, aunque quizás ahora no te des cuenta’. Y así ha sido.

 —¿Te has llegado a sentir un producto?

—Entras en una rueda vertiginosa, estás empezando en televisión, en un programa muy vivo, tu perspectiva es muy amateur, consideras que es tu gran oportunidad, porque no sabes lo que te depara el futuro, te entregas en cuerpo y alma, y eso fue lo que me sucedió. Dejé de lado cosas importantes, hasta que un día perdí la salud, y frené. Probablemente, si hubiera continuado, y no hubiera sucedido, no me hubiera replanteado la vida.

—Incluso tienes que estar «agradecida».

—Sí, es verdad que a mí me encantaba esa sensación de ser invencible, fuerte, parecía que nunca me iba a pasar nada, pero la vida no va de eso. La vida, a ratos, es frágil, y hay que tenerlo en cuenta. En ese sentido, el 7 de octubre del 2010 todo cambió, y de alguna manera, la Adriana que soy también se lo debo a ese momento, que fue muy complicado, que no se lo conté a nadie para que no sintieran pena por mí. Me había costado mucho llegar allí y no quería tirarlo todo por la borda.

 —¿Llegaste a confundir el personaje y la persona?

—En ese momento no, yo sabía perfectamente que cuando se apagaban los focos, era esa persona que regresa a su pequeño apartamento de la calle Lagasca. El problema es que cuando me aferré a ese personaje para continuar, para que tirara de mí, no supe dónde estaba la diferencia.

 —Esa Adriana desinhibida, echada pa´lante, con desparpajo... ¿Era un papel?

—No, esa era yo. Siempre he sido un poco tímida, pero muy atrevida, desenfadada, natural, aunque quizás no con ese punto de ingenuidad; a veces jugaba a bordear los límites, y todo eso dentro de ese personaje, pero yo era cabal para saber hasta dónde podía llegar, con los políticos, con Casa Real... Me manejaba bien. Al principio, yo solventaba muy bien los límites entre la persona y el personaje.

 —Ese 7 de octubre del 2010 que tienes marcado a fuego, cuando sufres una afasia , ¿fue consecuencia de esa ansiedad que soportabas o de un episodio en el que narras una agresión sexual?

—No catalogo lo que me sucede para que sea el propio lector el que juzgue, me limito a narrar.

 —¿Pero coincidió en el tiempo?

—Efectivamente, esa es la gota que colma el vaso, me bloqueé, tuve un ataque de pánico, y eso propició que al día siguiente me sucediera lo que cuento en el libro. Y durante años arrastré la culpa de haber vivido a una velocidad que no correspondía, de no haber tenido mis momentos de ocio, siempre pensando que si no hacía yo las cosas, las iba a hacer otra.

 —Una exigencia máxima...

—Un nivel de autoexigencia insano. Mi representante me repetía una y otra vez: ‘Si no lo haces tú, va a estar otra’. Es verdad que tú eres un producto, cuantas más cosas hagas y mejor funciones de cara a la audiencia, mejor para todos. Bueno, para ellos, no para mí.

 —¿Había que pagar un precio por estar en un programa de mucha audiencia?

—Sí, era una sección con mucha audiencia, un personaje que gustaba muchísimo, que oxigenaba el plató, porque de repente se diluían todas esas discusiones que había... Al programa le venía muy bien, pero, claro, tú no puedes tirar tanto de alguien. La máxima culpable fui yo. Tendría que haber dicho «hasta aquí» o «esto lo hago, esto no lo hago». Me costaba mucho decir que no, y con el tiempo he aprendido que decirle que no a algunos es darte un sí a ti misma.

 —Dices que rechazaste pedir ayuda por miedo a que se supiera la verdad de por qué desapareciste de «Sálvame».

—Si hubiera dicho la verdad, no sé qué habría pasado. Muchos proyectos se cayeron por culpa de decir que yo me había marchado de Sálvame voluntariamente, pero estaba tan destruida que tampoco quería recrearme en lo que me había sucedido. Pensé que hacer que no había existido nunca, sería mejor. Si me ocurre hoy, iría a un profesional a que me ayudara a solucionarlo. Pero incluso esto antes también estaba mal visto. Hoy no lo haría así, mi prioridad ahora no es el trabajo, sino mi familia, mi salud mental... La Adriana que soy ahora no la cambio por nada, aunque me estén saliendo arrugas en los ojos. Por fin soy quien deseaba ser.

 —¿Sabes por qué prescindieron de ti?

—Es una maquinaria —la de Sálvame— que no descansa y me imagino que comencé a decir que no a ciertas cosas, había apariciones que parecían más de circo que graciosas, y supongo que esto no les sentó bien. Hice muchos reportajes que no tenía que haber hecho a costa de mi salud, fui al pazo de Meirás con el ligamento roto. Me sentí gilipollas. Tampoco contaba con el beneplácito de uno de los directores, no pasa nada, no le puedes gustar a todo el mundo, pero no ayudó.

 —¿Cómo te convenció Paolo Vasile para volver después de todo?

—No me convenció, fue el precio a pagar para volver a entrar en la rueda de Mediaset, porque no le habían gustado mis declaraciones, en las que parecía que Sálvame había quedado en entredicho, me quiso hacer volver él, que no sabía lo que había sucedido de verdad, a través del mismo programa en su versión nocturna. Era algo perverso, pero yo accedí. Luego, cansada de que no se cumplieran las promesas de las que se hablaron en aquel despacho, me fui a La Sexta.

 —¿Nunca te planteaste dejar la tele?

—Mi madre intentó convencerme para que regresara a Zaragoza y llevara una vida normal, pero yo tenía esa cosa de tener que demostrarle al mundo. Me ha pasado durante mucho tiempo tener que buscar la validación ajena en lugar de centrarme y gustarme a mí misma. Ahora me da igual lo que opine la gente de mí.

 —¿Cuándo sales de esa espiral?

—Con la segunda bofetada, la recaída que describo en el libro, todo cambia bastante, me doy cuenta de que estoy haciendo las cosas realmente mal. No podía cagarla una tercera vez, y puse los medios. Deseché lo superfluo de mi vida: pasé de las opiniones de los demás, aprendí a decir que no, a evaluar las cosas conforme a mi criterio y no al del resto, a quererme como si fuera mi abuela casi, a apartarme de esas personas tóxicas, por mucho que mañana pudieran ofrecerme algo laboralmente atractivo. Dije: ‘Se acabó, no quiero esta vida de mentira. No quiero seguir viviendo para el resto’.

 —Esa agresión durante una cobertura de los príncipes de Asturias en Miranda de Ebro es algo muy grave y te lo callas, ¿hoy habrías actuado igual?

—No, hoy lo habría denunciado.

 —«La moda ha sido una sucesión de decisiones estúpidas», ¿te arrepientes?

—Me arrepiento de no haber podido vivir mi adolescencia o mi infancia de una manera sana, saliendo con mis amigos, mientras ellos se lo pasaban bien, se pillaban su primera borrachera —yo no me he emborrachado en la vida— yo estaba cogiendo aviones sola a Nueva York, a Japón, o adonde fuera. Me salté esa etapa, pero no hay que fustigarse con cambiar las cosas, porque no es posible, tampoco anticiparnos a lo que va a suceder el día de mañana, me limito a vivir el día de hoy.

 —Dices que has tenido que trabajar mucho para que te desvincularan de esa imagen de chica florero. ¿La belleza te ha abierto o te ha cerrado más puertas?

—Sería absurdo negar que al principio me las abrió, pero en muchas ocasiones ha sido un freno o ha supuesto tener que demostrar mucho más.

 —Cuéntame esa relación con Galicia, con A Guarda...

—¡Ay! También con Santiago, allí se hizo el milagro y me vino la regla, pensaba que no iba a ser mujer nunca. Yo a Galicia le tengo un cariño especial, de pequeñas íbamos con mis padres en la autocaravana, y hemos recorrido la Costa da Morte, las islas Cíes, las rías gallegas, la playa de As Catedrais... Para mí es una parte muy bonita de mi infancia. Igual que con las canciones y los olores recupero momentos, es poner un pie allí, que tengo casita en Cantabria y a veces nos escapamos a Galicia, y es una sensación de felicidad indescriptible.

 —Dices que la clave de tu relación es dar luz verde a las discusiones.

—Sí, porque la convivencia es una negociación, y tragarte lo que tú sientes, lo que eres, y lo que crees que debe ser es un límite peligroso, porque se hace bola y, al final, estallas y ya no hay manera de enderezar la relación. Ahora discutimos menos porque nos lo hemos dicho casi todo, pero, sin llegar a que sea una batalla campal, nos permitimos discutir. Cuando me convertí en mamá, el primer mes, que fue tremendo, pactamos que lo que se decía por la noche, no contaba. El primer mes de vida de Luna casi estuve a punto de pedir el divorcio.

 —Pero si hoy formáis la familia que sois es porque te plantaste en su casa y te lo jugaste a cara o cruz.

—Y que salió cara, imagínate que llega a salir cruz [risas]. Yo estaba locamente enamorada, fue un flechazo, y hasta hoy. Es cierto que no es la misma persona que conocí, ni lo soy yo, pero hemos aprendido a encajar en ese puzle que es la familia, y me da estabilidad, y eso es importante en este mundo en el que un mes eres la mejor, y al siguiente la peor. Para mí, cuando aparco todo lo laboral, evadirme en esa pequeña familia es muy guay.