Mónica Bernabé vivió ocho años en Afganistán, sufrió una depresión y desnuda el cinismo institucional: «Lo peor no fue vivir en un país en guerra, fue lo que vino después»

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La periodista Mónica Bernabé, autora de «Crónica de un fracaso».
La periodista Mónica Bernabé, autora de «Crónica de un fracaso». Pere Tordera

Afganistán fue su rutina de desgracias, lluvia fina que la caló. La periodista española vistió como afgana entre talibanes y hoy cuenta el pozo del que salió y los conflictos a los que nadie da una solución. «No soporto la ligereza y el cinismo con que actúa la comunidad internacional», dice la autora de «Crónica de un fracaso»

07 nov 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Ver la guerra de Israel en Gaza la enferma. No solo por la masacre humana de cada día, sino por la ligereza y el postureo que suele adoptar ante esa masacre la comunidad internacional. «¿Qué ofrecen las instituciones a la población que sufre el conflicto? Está bien hablar de geopolítica, hacer análisis, sí, pero ¿si fuera alguien de tu familia qué harías, no buscarías soluciones prácticas?», plantea la periodista española que mejor conoce Afganistán. Mónica Bernabé (Barcelona, 1972) viajó por primera vez en el 2000 al país que ha vuelto tímidamente al foco este otoño por un terremoto que causó más de mil muertos. Ella lamenta la desatención a un país al que se siente vinculada y al que teme no poder volver.

«La primera vez que viajé a Afganistán fue en el primer régimen talibán —cuenta la periodista, que vivió allí ocho años, del 2006 al 2014, como freelance de El Mundo—. Yo trabajaba para un periódico local en Cataluña y entrevisté a una activista afgana que me explicó cómo era el régimen talibán y la situación de la mujer. Ella vivía en los campos de refugiados afganos en Pakistán y me invitó a ir en una vacaciones de verano. Fuimos dos colegas y yo y, una vez allí, solicitamos a los talibanes un visado de turista a Afganistán. Para nuestra sorpresa, nos lo dieron». 

«Me impactaron muchas cosas, entre otras, la situación de las mujeres», recalca quien ofrece parte de esa experiencia en primera persona en Crónica de un fracaso. Afganistán, la retirada. Tras ese viaje en el que visitaron varias escuelas clandestinas para niñas, Mónica montó con sus dos colegas una oenegé sin saber «el berenjenal» donde se metían: la Asociación por los Derechos Humanos en Afganistán, organización de ayuda a las afganas que presidió 16 años, hasta su disolución por falta de fondos.

«La gente de aquí no se identifica con un afgano o una afgana, y son mucho más cercanos a nosotros de lo que puedes imaginar», asegura. ¿Ver su situación hace relativizar la realidad de Occidente? «La situación desastrosa de las afganas no significa que debamos relativizar los problemas de la mujer en Occidente... Hay que ponerlos en contexto. En Italia, que está aquí al lado, hasta 1981, si un violador se casaba con su víctima se le perdonaba la pena. Y la situación de la mujer en España no era muy diferente hace poco tiempo. Aquí, en el 79, existía el delito de adulterio... En ese cambio de mentalidad ha influido muchísimo la educación, el hecho de que llegara la democracia y de que hubiera un desarrollo. Afganistán no ha tenido esa oportunidad, lleva en guerra desde el 79», visibiliza. Duele ver, en su Crónica de un fracaso, a jóvenes casadas a la fuerza, que se queman a lo bonzo a los 25 años tratando de morirse por ser vendidas como mercancía por sus padres o que sufren desgarros vaginales en la primera noche de casadas.

VIVIR ALERTA, SU RUTINA

¿Qué hay que tener, y saber, para vivir en un país en guerra, como Afganistán? «Que acabas normalizando situaciones que no son normales, pero que son tu día a día. Estar alerta es parte de tu rutina, pero no te lo planteas así. Historias positivas vivías muy pocas. Todo eran desgracias y desgracias. Y es como una gota malaya que va cayendo y te va calando emocionalmente casi sin darte cuenta», describe la autora de Afganistán, crónica de una ficción, el libro anterior aCrónica de un fracaso.

Mónica dejó Afganistán en el 2014, rompiendo ya la coraza que se había puesto para sobrevivir. Volvió con una pesada mochila, imposible de cargar. «En el 2014, me diagnosticaron una depresión, estuve cuatro años a tratamiento. Lo que viví en Afganistán hizo mella, pero no solo fue eso, también influyó regresar a un país occidental y ver esa ligereza y el cinismo con que se tratan estos temas, o cómo se suele informar, prestando más atención al discurso del político de turno que a lo que está pasando en realidad, que a lo importante. Los periodistas no debemos adular al poder, sino fiscalizarlo. En parte, escribí este libro para reflexionar sobre eso, y para desmitificar la idea que tenemos de la intervención internacional en Afganistán», señala.

Fue el fotoperiodista Gervasio Sánchez, en un encuentro casual, el que le dio la idea de instalarse como freelance en el país. Con él montó una exposición para evidenciar la violencia que sufren las mujeres en Afganistán, «que suele empezar en el seno de la familia y que es endémica: existe independientemente de que los talibanes esté o no en el poder». 

Tras dejar el país islámico, se instaló en Italia, y allí, aunque podía ir en minifalda y no debía apurar la compra en el supermercado, la precariedad laboral no le permitía ni llegar a fin de mes (le pagaban 70 euros brutos por página). No vivía, como en Kabul, en una casa con un pozo negro bajo el suelo de la cocina y con ratones a sus anchas, pero el roedor estaba dentro. «Caí en el pozo —continúa—. Y lo escondí. Escondí la depresión porque temía que pusieran en duda mis capacidades. Pensaba: ‘Si yo estoy así, y no me ha pasado nada en Afganistán, no he tenido que dejar atrás ni mi familia ni mis amigos ni mi casa, ¿cómo viven los refugiados?». En su guerra personal, que es una invitación a ponerse en la piel de las personas que viven en zonas de conflicto, se cuenta un cáncer de mama. «Pero fue fácil de tratar —le quita hierro—. Crónica de un fracaso está escrito en primera persona no porque quiera enfocarme en mis dramas. Cuento lo del cáncer para hacer una reflexión sobre la atención médica en Afganistán; allí no hay máquinas para hacer una resonancia, y me digo que tengo la suerte de vivir en España».

En su etapa como corresponsal en Roma, Mónica cubrió el accidente suicida del vuelo de Germanwings que se estrelló en los Alpes franceses. Se desplazó a Seyne les Alpes, un pequeño pueblo situado a unos kilómetros del siniestro, donde apenas podía hacer más que recoger alguna declaración «de las autoridades competentes». «¿Qué hacíamos allí tantos periodistas si apenas teníamos acceso a la información, cuando en Afganistán había tanto que explicar y casi ningún reportero?», se preguntaba ella. Pocos días antes del accidente de Germanwings, una turba de hombres golpearon con palos y piedras y atropellaron a plena luz del día en Kabul a una mujer de 27 años acusada de quemar el Corán. Pero Kabul interesaba menos...

El sentido de «la responsabilidad moral» es un lazo que la une fuertemente a Afganistán. Para Mónica, ese sinsentido que le vio a su profesión en su etapa en Italia era igual o peor que vivir «empotrada» en las tropas estadounidenses en Afganistán. «Lo peor no fue lo que viví allí, fue lo que sufrí después». «Cuando regresas de allí a un país occidental, sientes rabia, rabia por los discursos vacíos de los políticos. A mí me llenaba de rabia todo eso, y aún me sigue llenando de rabia, pero ahora puedo gestionar mejor ese cinismo».

Mónica dispara de frente al papel de florero de las instituciones internacionales: «El cinismo es total por parte de la Unión Europea en el caso de Afganistán. En el 2016, la UE firmó un acuerdo con el Gobierno afgano por el que para continuar ofreciendo ayuda económica al Gobierno afgano se puso como condición que este debía aceptar la repatriación forzosa de al menos 80.000 afganos que vivieran en territorios de la UE de forma ilegal. ¡Y eso ocurría a la vez que la Unión evacuaba a la mayoría de su personal de Kabul debido a la inseguridad en el país!».

En agosto del 2021, cuando los talibanes regresaron al poder, «todo el mundo se interesó por Afganistán tras años de silencio. Y empezaron a salir expertos de debajo de las piedras; todo el mundo hablaba de los derechos de las mujeres afganas en el país, cuando la realidad antes de la llegada de los talibanes al poder ya era dramática. ¿Que ahora las mujeres están peor? Por supuesto, pero eso no significa que antes su situación fuese buena. Ellas siempre fueron consideradas ciudadanas de segunda».

La guerra de Ucrania arrumbó de nuevo al olvido a Afganistán, observa. «Afganistán nos importa un comino, a no ser que vuelva a ocurrir algo que nos afecte -señala-. Afganistán sí nos interesó en el 2001 porque Bin Laden estaba allí, porque los talibanes en ese momento le estaban dando asilo. En ese momento se temía que hubiese atentados en cualquier lugar del mundo. Por eso se intervino en Afganistán, si no habría continuado el régimen talibán mucho tiempo más, seguro... Me temo que ahora Afganistán no volverá a interesarnos hasta que nos salpique. ¿Qué va a pasar con Afganistán en el futuro? Ni idea, pero está en manos de un régimen fundamentalista que hace una interpretación del islam surrealista, que no controla todo el territorio. De los ingredientes que hay, no parece que pueda salir nada bueno».

En marzo de este año, los talibanes le denegaron el permiso de prensa en Afganistán y la invitaron «amablemente» a irse del país. Mónica no obedeció. Su depresión ha terminado. La guerra no.