Othilito, el Phoskito vigués, cumple 10 años

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO

Oscar Vázquez

Los hermanos Pablo y Carlos Rodal celebran la primera década de su restaurante, en la que han duplicado espacio, abierto una sucursal canalla y creado su versión del pastelito de su infancia

27 abr 2024 . Actualizado a las 01:27 h.

La trayectoria vital de los hermanos Carlos y Pablo Rodal se sincroniza en su nacimiento hace 46 años (son gemelos) y se reconduce hace una década, cuando ambos dejan todo lo que estaban haciendo para centrarse profesionalmente en su primer proyecto de hostelería propio. El 24 de abril abría sus puertas en un local pequeño donde cabían siete mesas, que dos años más tarde se anexionó el bajo comercial contiguo, gemelo como ellos, conformando lo que hoy es el actual restaurante Othilio, bautizado así en honor a su abuelo, aunque con una ha intercalada. «Cuando nos enteramos que la dueña del espacio con el que queríamos ampliar se llamaba Otilia, ya nos pareció que era una señal para seguir adelante duplicando la capacidad, así pasamos a poder atender alrededor de 60 personas dentro, y sumando la terraza, que de mayo a septiembre está operativa, cerca de 90 por servicio», calcula Pablo, que es cinco minutos mayor que su hermano, se ocupa de la gerencia y es el experto en vinos que se especializó como sumiller. Fue Carlos, —formado en la Escuela de Hostelería de Vigo y bregado en experiencia en varias cadenas de hoteles y durante ocho años como jefe de cocina en el asador Los Abetos de Nigrán—, el que tiró de su hermano, ocupado entonces en la logística en automoción, pero muy interesado en la hostelería.

A lo largo de este tiempo, que incluye también el desesperante paso por la pandemia sin sufrir daños irreparables, han construido hitos culinarios como la empanada de pulpo entre láminas de milhojas o el risotto de boletus, y postres como el Othilito, su versión mejorada en calidad artesana, de uno de sus pastelitos favoritos en su infancia, el Phoskitos, que Carlos lleva tatuado en la piel y que al igual que el industrial, lleva nata, bizcocho y un baño de chocolate, y además de haber preparado miles de pedidos de ellos para llevar, en sala se sirve emplatado con una pegatina diseñada por la mujer de Pablo, que es diseñadora gráfica. «El Othilito es nuestro sello de identidad, nunca lo retiraremos de la carta», asegura.

El Othilito, postre inspirado en el Phoskitos que el chef Carlos Rodal, del restaurante Othilio, lleva tatuado en la piel
El Othilito, postre inspirado en el Phoskitos que el chef Carlos Rodal, del restaurante Othilio, lleva tatuado en la piel

En esta década, la marca Othilio se ha ido transformando y desgajando sin perder su esencia, que es una cocina en la que se aprecia equilibrio, calidad y mimo sin que los precios se suban a la estratosfera. «Y cuesta cada vez más sujetarlos tal como están los precios de todo», reconoce. Para ello tuvieron que prescindir de algunos de los elementos de la carta que más habían contribuido a fidelizar clientela, como los desayunos en los que el café iba acompañado de rebanadas de pan fresco con tomate recién triturado por las que la gente hacía cola hasta la una de la tarde y se les juntaba con el servicio de comidas. «El nivel de estrés que nos ocasionaba por un precio que no nos dejaba margen nos llevó a decidir dejarlo», lamenta.

También eliminaron el menú del día tras montar hace cinco años Melitón, local más canalla ubicado frente al primero que lleva el nombre de su padre y complementario que se quedó con la vertiente gastronómica más formal, lo que no quiere decir que desmerezcan los bocados que se pueden degustar en el spin off al que se llevaron el bocata de churrasco, o el de calamares, a unos pasos, simplemente cruzando la calle.

Donde también introdujeron su experiencia los hermanos vigueses fue en la asesoría integral a otras empresas del sector como el Club Marítimo de Panxón, que estuvieron llevando durante tres años cerrando el ciclo. También colaboran con dos empresas viguesas de congelados, Buba Camarón y Lanzal, encargándose de las degustaciones de sus productos en ferias alimentarias.

Rodal valora la evolución de un pequeño negocio familiar que actualmente cuenta con dos empresas «con 18 trabajadores y un volumen de facturación que nunca habíamos imaginado, a base de trabajar duro, ser constantes, no perder la ilusión y tener siempre un buen equipo alrededor», afirma el profesional, que subraya que «cuidar de la gente que está con nosotros forma parte de nuestra filosofía» y lo refrenda el hecho de contar con profesionales como Arturo, que empezó con Carlos en Los Abetos, o Gabriel, expalista formado con Martín Berasategui que arrancó con ellos hace diez años y hoy es su jefe de cocina.

Con un padre delineante, una madre acuarelista, profesora en Artes y Oficios y extrabajadora de Álvarez donde Carmen decoraba vajillas y dos hermanos mayores con temperamento artístico (sus cuadros decoran las paredes de sus locales), nadie esperaba que los pequeños de los Rodal iban a decantarse por los fogones. «La única conexión era que nuestro abuelo nos llevaba a Balaídos al fútbol y nos íbamos con él a algún bar», reconoce Pablo.

Desde 2014

Dónde está

En el número 9 de la calle Luis Taboada, en Vigo