Los Lage Blanco: «Preferimos un rali solidario en el desierto que un resort»

Monica Torres
mónica torres SOUTOMAIOR / LA VOZ

VIGO

CAPOTILLO

Una familia de Arcade lleva ayuda humanitaria al Sáhara en Semana Santa

15 mar 2024 . Actualizado a las 02:34 h.

Irse a vivir la aventura no está reñido con ser solidario. Para una familia de Arcade, enfrentarse al desierto para competir en un rali clásico por el Atlas que sirve de ayuda a otras personas es la mejor manera de disfrutar de ambas inquietudes. La de Juan Carlos Lage Corredoira, de 45 años, son los coches y su sueño era participar en un Dakar. Su hija Clara, de 15, quería vivir su primer proyecto internacional de voluntariado y la madre, Verónica Blanco, no quería perder de vista a ninguno. Esta «intentaba evitar que uno se fuera a África y otro a Perú», así que buscó una alternativa que conjugara ambas aspiraciones. Fue como toda la familia se embarcó el año pasado en su primer Rally Solidario, una prueba de siete etapas por Marruecos para llevar ayuda humanitaria a lugares necesitados.

La experiencia fue tan enriquecedora el año pasado que, desde entonces, se han dedicado a preparar su nueva aventura. Los tres embarcarán en Tánger esta Semana Santa para llevar ayuda humanitaria en un 4x4 al reino alauí. Aunque corren con todos los gastos de su viaje y manutención, han conseguido que colegios, asociaciones y administraciones ayuden a engordar los kilos de material que podrán repartir personalmente a escuelas, dispensarios médicos u organizaciones de cooperación al desarrollo seleccionadas por la organización. La familia tiende así un puente solidario que moviliza a casi todo Arcade para ayudar a los pueblos indígenas.

«Nos gusta la aventura y la solidaridad, así que nuestras únicas vacaciones al año son para disfrutar de este rali», explica Verónica. En su taller de Vilaboa canalizan todas las ayudas que reciben y también ponen a punto el vehículo con el saldrán de Arcade el 22 de marzo para esta aventura en familia que les llevará a recorrer 4.000 kilómetros, la mitad de ellos por el Sáhara. «A Clara no le llamaba nada el mundo de los coches, pero al final hemos aunado de tal manera intereses que llevamos meses con los preparativos», explica Verónica. En su primera vez no estaban tan preparados. «Íbamos con algo de miedo porque desconocíamos todo, pero fue tan gratificante que te engancha, tanto por la aventura como por poder participar de una iniciativa comunitaria en la que conoces personalmente una realidad que tanto te enriquece», explica.

Lo primero que hicieron fue cambiar de vehículo para tener mayor capacidad y seguridad. «Además, está mejor preparado para conducir por las dunas», dice. Se compraron un Jeep Wrangler de segunda mano en Alemania y, a ocho días de ponerse en ruta, ya tienen casi todo preparado. «Estamos muy ilusionados, especialmente felices por el respaldo de tantas personas que se suman al proyecto con sus aportaciones», indica.

Aunque el vehículo es más grande, hay que planificar muy bien lo que llevan: todo no cabe. Una de sus prioridades eran los balones. «A los niños del Sáhara es lo que más les gusta. En cuanto estás llegando salen gritando: ‘¡Locura, Locura''. Es como les llaman». Con el dinero que les donó el Concello de Soutomaior llevan más de medio centenar de balones y también muchas chanclas. La Xunta ha colaborado con ropa descatalogada. «Las mayores colaboraciones son de los negocios más pequeños del municipio, y todas suman». Los escolares del CRA de Vilaboa también participan. El año pasado cada uno envió algo de material y este envían juegos también. «Al regresar le enseñamos las fotos de las entregas y es un aprendizaje impagable», apunta Verónica. La lista de materiales que no pueden faltar en sus maletas se completa con gafas donadas por una óptica. Como a toda familia trabajadora les toca hacer cuentas.

«Nuestras vacaciones nos cuestan unos 3.250 euros, porque son 750 por persona para comidas y alojamientos y otros 1.000 para combustible. Preferimos un rali solidario en el Sáhara que un resort», insiste Verónica Blanco con contagioso entusiasmo.

Es una experiencia «que toda persona debe vivir al menos una vez en la vida» y que ellos tienen la oportunidad de compartir en familia. «Es especialmente importante para los adolescentes, que se dan cuenta de cómo la vida te puede condicionar según donde nazcas o vivas», deja caer Verónica.