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Los últimos pastores de A Coruña, el pasado de una ciudad que se extingue: «Creo que son conscientes de que a cidade se lles vén encima»

Mila Méndez Otero
mila méndez A CORUÑA / LA VOZ

GANADERÍA

Rebaños aislados de cabras y ovejas perviven en los núcleos rurales del municipio

15 abr 2024 . Actualizado a las 22:40 h.

Son las once y en la iglesia parroquial de San Cristovo das Viñas dos mujeres se afanan en dejar lustroso el templo. Hace buen día, después de tantos de lluvias, y a pesar de que a unos metros pasa la tercera ronda, en la plaza del santuario es posible escuchar el trinar de los pájaros. Un poco más arriba, a unos metros, Leandro tiene su finca. Cuando abre la cancilla parece que otro mundo es posible entre el asfalto y las naves de los polígonos industriales de A Grela y Pocomaco que circundan este reducto rural de A Coruña cuyo subsuelo atraviesa el oleoducto.

Las gallinas, los corderos y el rebaño de unas 14 cabras están perfectamente separados. Todo tiene su función. «Las ovejas mantienen cortada la hierba, las cabras prefieren las zarzas y zonas de matorrales de más difícil acceso», explica Leandro, ya jubilado. Él nos lleva a conocer otras fincas con más rebaños ovinos y caprinos del vecindario. Algunos, de conocidos que, viendo su sistema, le pidieron crías para mantener los terrenos cuidados.

En una casa, un grupo de cuatro ovejas son el mejor cortacésped; unas cabras pastan en lo alto de una colina con vistas a O Martinete y cerca de las vías, por Pocomaco, los usuarios del tren están habituados a contemplar junto a las vías los corderos que pastorean cerca.

De toda la vida

«Llevo aquí muchos años y siempre recuerdo animales», cuenta María José Castelo, la presidenta de la asociación vecinal de San Cristovo. Ricardo Luaces, el secretario del colectivo del barrio que hasta 1912 perteneció al extinto municipio de Oza, coincide. «Uno de mis recuerdos de infancia es estar en el bar y ver llegar a un vecino con el burro, que lo ataba a la entrada», dice sonriendo Ricardo.

«Hoy quedan ya menos casas, y menos casas con animales. Aunque hay gente joven que tiene sus gallinas, la mayoría son mayores. Y no tienen solo corderos por una cuestión de contar con un producto cárnico, son auténticas máquinas devorando maleza. Te ayudan a tener las fincas desbrozadas, por lo que hacen un trabajo importante, comen el forraje seco, que es pasto de los incendios», remarca Ricardo.

Someso, O Birloque, Vío, San Pedro de Visma, Feáns o Mesoiro. Carme Toba, vecina de este último barrio aún con conexiones rurales de A Coruña es también miembro de Apatrigal, la Asociación para a defensa do Patrimonio Galego. «Estes núcleos irán esmorecendo. Aquí non hai éxodo rural, pero creo que son conscientes de que a cidade se lle vén encima, non en seis meses ou nun ano, pero acabará pasando. Non hai tanto, a cidade estaba lonxe de aquí», piensa Carme. «Enternece esta economía da subsistencia que permanece», dice. En el otro extremo de la península, en As Xubias, se pueden encontrar otras de las últimas explotaciones familiares del municipio.

Son los ecos de una A Coruña que se extingue y está lejos de ser bucólica. Leandro, que lleva «moitos anos» con sus animales, sabe que, después de él, lo más probable es que nadie de la familia coja el testigo. «Es también una cuestión de costes y de permisos municipales», añade Ricardo Luaces. «El Ayuntamiento, que tiene estos barrios muy olvidados tanto en infraestructuras como en servicios no da muchas facilidades», concluye. De momento, unos pocos pastores resisten en esta reducida ciudad verde.

La periferia urbana reclama atención y servicios para evitar su abandono

Casas con fincas y también terrenos donde no se puede construir por su proximidad a espacios como el cementerio o porque la normativa solo permite levantar bloques de pisos o pareados. Las parcelas y viviendas unifamiliares de núcleos como San Cristovo están cada vez más solas y más cercadas por naves industriales, vías de alta capacidad o grandes edificios ante la expansión de la ciudad. «No tenemos pantallas en las paradas de autobús y casi no hay aceras. En San Cristóbal, después de que cerraran la última cafetería, una concesión, llevamos meses esperando por un centro cívico. La gente mayor es la que se ve más aislada. Y el problema de la compraventa y el consumo de droga en la calle también ha llegado aquí», denuncia Ricardo Luaces.