«Al mercadillo de Salgueiriños solo vamos las señoras y las modernas»: así es cómo una generación de jóvenes revive las ferias de barrio

CARMEN NOVO SANTIAGO / LA VOZ

VIVIR SANTIAGO

La imagen que mejor define el mercadillo de Salgueiriños: una persona mayor y dos jóvenes interesados en la moda revolviendo en el mismo puesto, buscando el mismo tipo de prendas
La imagen que mejor define el mercadillo de Salgueiriños: una persona mayor y dos jóvenes interesados en la moda revolviendo en el mismo puesto, buscando el mismo tipo de prendas

Los jueves a la mañana en Santiago cogen la línea 1 hasta el aparcamiento en el que se sitúan los puestos. Una vez allí, van directos a los revoltijos, donde siempre encuentran alguna «joya» por uno, dos o tres euros. ¿Qué tiene estos espacios ambulantes para llamar la atención de los «fashion victims»?

14 abr 2024 . Actualizado a las 22:07 h.

«Mira, que traje estos calcetines solo para vosotros», grita una de las tantas vendedoras que cada jueves despliegan sus puestos a lo largo del párking de Salgueiriños. Detrás de una montaña de ropa que ya se ve consumida, porque pasan de las doce del mediodía, señala el estampado de la prenda, con cuadros en tonos marrones, para captar la atención de un grupo de jóvenes que se ha parado a remover. «Son vintage, como a vosotros os gustan», continúa. Sin quererlo, empleando esa segunda persona del plural, deja constancia de una tendencia. Al público tradicional, como «la señora que viene a comprar sus zapatillas», en palabras de la propia vendedora, se le suma un nuevo segmento. Ellos son «los otros», ese «vosotros» con el que la comerciante designa a grupos de estudiantes que han convertido en tendencia la ropa de sus abuelas.

«Al mercadillo de Salgueiriños solo venimos las señoras y las modernas», dice Hugo López, diseñador y estudiante en la Mestre Mateo. Él es parte de esa generación, la Z, que revaloriza las ferias de barrio, en las que buscan ropa, calzado y complementos. Antiguas pero modernas, como la canción de Novedades Carmiña, su interés es fácil de descifrar. Si la feria llega a las fashion victim es porque, ahora, la tendencia en moda pasa por los años dos mil y las prendas que podrían haber pertenecido a una señora que vivió su juventud en los ochenta. En los revoltijos de los mercadillos hay ropa que para la clientela habitual, compuesta por personas de cierta edad, queda desfasada, pero que para los jóvenes atentos a las tendencias dentro del vintage no pasa desapercibida. Y, además de ser piezas auténticas, son baratas. En Salgueiriños, de encontrar un conjunto entero en los revoltijos, se podría pagar con un billete de diez euros. «Si me apuras, también de cinco», dice el joven.

Imagen de unas calles del mercadillo de Salgueiriños, cuyos puestos se colocan a lo largo y ancho del párquing. Hay algunos con la ropa nueva y conlgada, mientras que otros extienden sus prendas encima de una mesa.
Imagen de unas calles del mercadillo de Salgueiriños, cuyos puestos se colocan a lo largo y ancho del párquing. Hay algunos con la ropa nueva y conlgada, mientras que otros extienden sus prendas encima de una mesa.

«En algunos puestos tienen ropa nueva e imitaciones de marcas, colocadas y ordenadas en perchas, pero a mi eso no me interesa. Cuando llegamos, vamos directas a las mesas donde hay revoltijos, que tiene cosas de segunda mano de muy buena calidad», explica Clara, otra universitaria que se acerca a Salgueiriños, por lo menos, dos veces al mes. En las mesas, dice, es donde se encuentran las «joyitas». Recuerda, por ejemplo, un abrigo de pelo —«porque más que de abuela me gusta vestir de señorona»— y un top azul turquesa de manga larga con un estampado de flores. «La mitad de mi armario es del mercadillo. Siempre que voy me acabo pillando algo, un euro o dos siempre me gasto», admite esta veinteañera. 

Pero, ¿cómo se enteran estos estudiantes de que el mercadillo existe y que siempre tienen exactamente lo que buscan? Apuntan al boca a oreja, a que en facultades como la de Filosofía «es ya un secreto a voces». Otra pregunta sin responder: ¿Qué tiene entonces el espacio del mercadillo que no haya, por ejemplo, en una tienda vintage convencional? «En una tienda tienes una moda concreta, que es lo que se lleva, pero en el mercadillo es muy raro que haya una prenda repetida. Creo que estos sitios también favorecen que en la ciudad la gente tenga una forma de vestir muy única. A mi, ver que en la calle hay 25 personas que llevan las mismas prendas que yo, me aburre», continúa la joven. Es un intento de crear en Santiago espacios que en otras ciudades, como en Madrid con su Rastro, son un punto de reclamo. 

Hugo López, diseñador, es uno de los jóvenes que cada jueves se acercan al mercadillo de Salgueiriños. Piensa que, más allá de las tiendas, en Santiago es la mejor opción para comprar «vintage». Allí busca tanto ropas como retales baratos para crear sus propias prendas.
Hugo López, diseñador, es uno de los jóvenes que cada jueves se acercan al mercadillo de Salgueiriños. Piensa que, más allá de las tiendas, en Santiago es la mejor opción para comprar «vintage». Allí busca tanto ropas como retales baratos para crear sus propias prendas.

Puede que la incertidumbre, el llegar pensando que puede haber un tesoro escondido entre tanta tela y costura, sea un incentivo más. Más que una mañana de compras, es una experiencia. «Mis amigos y yo siempre hacemos un juego de palabras que dice: ‘Lo más interesante de los mercadillos son los revoltillos" ', dice Lucía, estudiante de Filoloxía Francesa en la USC y clienta habitual de la feria. Para ella la emoción está en que es únicamente un espacio físico, no online, sobre el que no puedes consultar ni stock ni horarios. En resumidas cuentas, subirse a la línea 1 y bajarse en la parada del párking de Salgueiriños es como adentrarse en una aventura. 

«Cuando ves la etiqueta de todo a un euro y corres hacia allí o cuando te encuentras una reliquia y tienes que pelear por ella, esos momentos merecen la pena. En una tienda de segunda mano todo está expuesto, puedes saber más o menos con lo que te vas a encontrar e incluso el precio que va a tener, pero en el mercadillo siempre regateas», reflexiona Lucía. A título personal, presume de haberse encontrado vestidos de Desigual por tres euros y retales de encaje y de tul por un euro el metro. A ella, que está aprendiendo a coser, tener telas «tan diferentes» y baratas le anima a probar y, si hace falta, a equivocarse con las puntadas hasta que sale bien. Lo mismo le pasa con la ropa «que no está en perfecto estado», con algún descosido o cremallera rota a la que le bajan el precio. «Es una oportunidad para comprarla barata y practicar arreglándola tú», dice.

Algunos de los objetos en los que se fija Hugo López al llegar al mercadillo. A la izquierda, un vestido de encaje que recuerda la tendencia de lo «coquette». En el centro, un cuadro. A la derecha, los retales de tela que busca para poder confeccionar sus propias prendas.
Algunos de los objetos en los que se fija Hugo López al llegar al mercadillo. A la izquierda, un vestido de encaje que recuerda la tendencia de lo «coquette». En el centro, un cuadro. A la derecha, los retales de tela que busca para poder confeccionar sus propias prendas.

Hugo López, diseñador, cuenta que nada más llegar se dirige a los puestos de retales. «Tener mi propia marca me ayuda en el sentido de que si no encuentro algo que quiero, me lo hago. El mercadillo también me sirve para eso, porque encuentro tejidos maravillosos a precios ridículos. Paños de lana virgen 100% por dos euros el metro, denim vaquero por un euro…», reflexiona el joven. Para él es importante encontrar esas opciones para poder permitirse ser más creativo y experimental: «Me puedo comprar cinco metros y probar, porque la pérdida de dinero no va a ser multimillonaria. El momento vintage nos sirve a los diseñadores, por lo menos a mi, para experimentar con los tejidos. Incluso para deshacer prendas y montarlas de una manera diferente», continúa. 

Entre sus hallazgos, destaca orgulloso una falda antigua de Cavalli que se llevó a casa por un euro. «Cuando vamos al mercadillo siempre es así. Están las señoras de toda la vida que van a comprar la bata de casa y las zapatillas, y luego nosotros, que vamos al montón de ropa que está tirado en una mesa. De repente, te encuentras una joya», explica el joven. Analizando el tipo de personas que acuden cada jueves al párking de Salgueiriños, señala a los estudiantes de carreras «más creativas», como Historia del Arte, Comunicación Audiovisual o los de la Mestre Mateo. «Yo lo relaciono con grupos o subculturas más alternativas», refuerza Lucía Garás.

Imagen de la parada de bus del párquing de Salgueiriños, donde un grupo de jóvenes hace cola para subirse a la línea 1, que conecta la zona con el centro de Santiago.
Imagen de la parada de bus del párquing de Salgueiriños, donde un grupo de jóvenes hace cola para subirse a la línea 1, que conecta la zona con el centro de Santiago.

Sobre las prendas que le gustaría encontrar la próxima vez, se le vienen a la cabeza unas pinzas de pelo de nácar y muy grandes, «una especie de peineta». Clara habla sobre un par de botas vintage y extravagantes, «con estampados raros». Ellas, liberadas de prejuicios, se recrean con la ropa. Cuenta esta última que le gusta mezclar el estilo callejero heredado del rap, con ropa muy ancha, con el estilo de los años dos mil, de faldas cortas y camisetas por encima del ombligo. Sin embargo, cuando tiene que estudiar, le gusta ponerse hippie. «Soy versátil, dependiendo del día me pongo de un rollo o de otro». La primera también apela a la libertad y a la creatividad.  «Quiero salir de lo hegemónico, de lo que lleva todo el mundo, y si me apetece ponerme cuatro cinturones a la vez, lo hago. Si hoy me apetece llevar una falda de volantes y sentirme así, ya está», explica en sintonía 

Tal y como vinieron, se van. Cogen el bus en la parada del aparcamiento y les deja en San Roque, en Virxe da Cerca y la Rúa da Senra, donde viven. Los jueves siempre va abarrotado, tanto para ir como para volver. En el trayecto de ida, donde hay más personas mayores —los estudiantes admiten ir cuando terminan las clases, hacia el final de la mañana— son conscientes del relevo generacional. Una de ellas, dice: «¡Como se nota que hace sol, que vamos todo para el mismo sitio!». Al llegar a Salgueiriños, el interior del bus se queda en silencio. Los jueves, y más con el buen tiempo, son días de feria.