La biblioteca Concepción Arenal cumple 20 años en los que tuvo tiempo para hacer de todo, incluso estudiar

Andrés Vázquez Martínez
Andrés Vázquez SANTIAGO

VIVIR SANTIAGO

La USC conmemora los 10 años de la Conchi en sus ventanas, pero es que ya cumplió 20.
La USC conmemora los 10 años de la Conchi en sus ventanas, pero es que ya cumplió 20. Sandra Alonso

El lugar de referencia para los estudiantes de la USC acumula anécdotas de todo tipo, que la convierten en una gran casa abierta para todo el alumnado

18 ene 2023 . Actualizado a las 11:13 h.

¿Cuántos cafés, cuántos exámenes aprobados, cuántos suspensos, cuántas risas, cuántas plazas reservadas con una hoja de libreta, cuántas cenas entre tema y tema, cuántos libros prestados...? Imposibles de contar. ¿Cuántos años? 20, dos décadas desde la inauguración de la biblioteca universitaria Concepción Arenal, la joya de la corona entre las de la USC, esa en la que se pelean los estudiantes para coger sitio y que sirve a la vez como templo del conocimiento que como de lugar de citas.

En todo ese tiempo ha tenido infinitas caras. La normal, y que pocos conocen al entrar en ella solamente para buscar un libro o para estudiar durante los exámenes, es la de casa de los investigadores. Sus pisos de residencia son los de arriba, los dos que hay sobre la tierra, donde conviven sus puestos de trabajo con masas ingentes de libros perfectamente ordenados en estanterías. En el reverso, el lado más famoso es el que está bajo tierra, de acceso libre, y que actúa como gran sala de estudio.

Las tres plantas negativas de la biblioteca, dedicadas a los puestos de estudio.
Las tres plantas negativas de la biblioteca, dedicadas a los puestos de estudio. Sandra Alonso

Es ahí donde se han librado incontables batallas contra el reloj y los apuntes y donde se han sumado temas estudiados, especulando si llegarán para el bendito cinco. Pero también ha sido en las plantas subterráneas donde se han podido ver las mejores anécdotas de la Conchi, como aquella del buzo que se bañó en su fuente, ese mismo que antes había acudido como pescador para echar la caña desde la planta -1 hasta ese mismo estanque de la -3, a ver si alguien picaba.

¿Alguien recuerda el Legado de Tibu, tan famoso durante el verano del 2014 en Galicia y que consistía en mojarse de arriba a abajo con agua bien fría? Pues un estudiante consideró buena idea hacerlo en esa misma fuente donde pescaba el anónimo con su caña. Detuvo su estudio, se quitó la ropa y, ante la cámara de un móvil que portaba uno de sus amigos, se sumergió en el agua tras nominar a otras tres personas para que replicaran su reto, como mandaba aquella olvidada tradición.

Otra de las grandes historias del centro de estudio tuvo lugar en el 2006, tres años después de abrir. Durante su mes de septiembre unos alumnos de Medicina dejaron olvidado un cráneo humano en una de las taquillas que por aquel entonces tenía la biblioteca. Pertenecía a un esqueleto de los que se prestan al alumnado para que haga sus prácticas de Anatomía pero, como nadie lo reclamaba, la Facultade de Medicina tuvo a bien enviar el siguiente correo electrónico a sus estudiantes: «Chegounos a información da biblioteca Concepción Arenal de que se atopa nas súas dependencias un cranio, supostamente deixado por algún estudante de Anatomía. Ao non ser reclamado por ninguén, seralle entregado ao primeiro interesado que o solicite».

El cráneo encontrado en una de las taquillas de la biblioteca en septiembre del 2006.
El cráneo encontrado en una de las taquillas de la biblioteca en septiembre del 2006. ÁLVARO BALLESTEROS

Conchi, chica para todo

La Conchi ha servido también como casa del estudiante en la que defender sus derechos. En sus paredes interiores se ha hecho más de una pintada, así como su barandilla exterior, cubierta de pancartas cada vez que hay algo que criticar a la Universidade. Una de las más intensas fue la del 2007, en la que la protesta tenía en la diana al Plan Bolonia, que finalmente se acabó imponiendo hasta el día de hoy.

Un estudiante colgando carteles contra el plan Bolonia sobre la barandilla exterior de la Conchi en marzo del 2007.
Un estudiante colgando carteles contra el plan Bolonia sobre la barandilla exterior de la Conchi en marzo del 2007. PACO RODRÍGUEZ

Esta biblioteca es un espacio también cultural, en el que se llevan a cabo exposiciones, como la que conmemoraba los 20 años del hundimiento del Prestige el pasado noviembre. En ella se podían leer tres tomos que recogían todas las páginas dedicadas en La Voz al desastre, como aquellas portadas denunciando la marea negra a los pocos días del accidente. Muchos de los estudiantes compostelanos de hoy aún no habían nacido cuando semejante hecho histórico se estaba produciendo, por lo que el valor de esa muestra era más que elevado.

 

Noches a su lado

Hay una estirpe de estudiantes que no se separaban de la Conchi ni por las noches, a pesar de hacerlo por las mañanas, para poder dormir. Ahora la que funciona las 24 horas del día es la sala de lectura de Dereito, pero antes de la pandemia la del insomnio era la Concepción Arenal. Eran pocos quienes la acompañaban, de ahí el cambio a la facultad de enfrente, más pequeña, pero también sus más acérrimos defensores. A aquellas horas la Conchi era un remanso de paz en el que solamente se escuchaba su fuente y sus usuarios eran tan pocos que iban por pandillas.

Una de ellas era la de los estudiantes de Viveiro, muy nutrida cuando no perdonaban una noche durante los últimos años de la década del 2010, bajando a trabajar algo antes de las doce para funcionar hasta las seis, luego de haber pasado la tarde en alguna facultad por la ausencia de plazas en la Concepción Arenal. Uno de los principales motivos para acudir a la biblioteca de noche era que por la mañana resultaba imposible encontrar sitio.

Emily Martínez, en el centro, era una de esas estudiantes que trasnochaba en la Concepción Arenal. En la imagen, del 2017, sale con Iria Rojo y Ángel Currás.
Emily Martínez, en el centro, era una de esas estudiantes que trasnochaba en la Concepción Arenal. En la imagen, del 2017, sale con Iria Rojo y Ángel Currás. PACO RODRÍGUEZ

Los problemas parece que no se acaban, porque a día de hoy la situación es similar. En un reportaje publicado en La Voz durante el mes de mayo del 2017 se expresa Emily Martínez, por aquel entonces estudiante de Psicología. Comentaba a la reportera las ventajas de estudiar de noche y, de paso, condensaba lo que significaba para ella la propia biblioteca: «[En casa] no te concentras de la misma manera, está la cama, el sofá... Aquí te sientes arropado por los compañeros, tomas un café, sales a fumar un pitillo y si te entra el bajón ellos tiran de ti», decía Emily mientras compartía una pizza con sus amigos a la entrada de la biblioteca.

Aquí hay para todos

Los estudiantes se pensarán que son los dueños de la Concepción Arenal, y aunque sin ellos no tendría razón de ser, sería inviable sin su equipo de bibliotecarias, mayormente femenino. Por la mañana, por la tarde y hasta cuando operaba por la noche, ellas siempre están.

Son recelosas, pero confiesan guardar una pequeña libreta con sus mejores historias. Desvelan, tras insistir, algunas de las más inesperadas peticiones que les han hecho. Por ejemplo, aquella del chaval que se pensaba que la Conchi tenía megafonía y quería darle una sorpresa a su novia a través de ella, llamándola al vestíbulo para darle un ramo de flores, o aquella otra de la chica que se dirigió a la bibliotecaria presente en la planta -1 para preguntarle por la salida, visible desde el puesto de vigilancia por estar justo al lado. Cuando la responsable le preguntó a qué se debía su desorientación, esta le contestó, tímidamente: «Yo es que soy madrileña...».