Llega la revolución de la psiquiatría en Santiago

cristóbal ramírez SANTIAGO / LA VOZ

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CAPOTILLO

Jóvenes profesionales entraron en Conxo y en el hospital de Galeras con una nueva visión centrada en la personas

28 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

No era la psiquiatría una actividad que la gente en general viera con buenos ojos en la Compostela de hace medio siglo. Por supuesto que se respetaba a los psiquiatras, pero eran gente mayor con un toque desde luego raro cuando no loco. Y tenían poder, mucho poder, porque un informe suyo podía ser demoledor para la vida de una persona.

Pero ya a principios de los años 70 eso empezó a cambiar. No el concepto que los compostelanos tenían de tales profesionales, a los que identificaban con el temido Conxo y con electroshocks dados a la fuerza en siniestras cámaras, sino el perfil de los psiquiatras, que por entonces ocupaban también el espacio de los ni siquiera neonatos psicólogos. Y llegó una nueva hornada de gente muy joven que tenía otros puntos de vista.

Eran también momentos de esplendor de la llamada antipsiquiatría, una tendencia que intentaba si no vaciar los sanatorios de enfermos mentales, sí dejarlos en mínimos, y rechazar la medicalización excesiva, porque a los enfermos —graves o no— se les recetaba gran cantidad de medicamentos. «No está enferma la persona, está enferma la sociedad», se decía urbi et orbi. Por supuesto, a España, encerrada en sí misma aunque ya le empezaban a reventar las costuras, esa corriente arribó con evidente retraso. En realidad, los orígenes son muy anteriores, pero la expansión se sitúa en los años sesenta del siglo pasado. En Conxo recalaron algunos médicos jóvenes que veían sin desagrado esa tendencia, sobre todo después de comprobar la situación interna y los métodos de ese popular sanatorio.

Nuevos conceptos

En el hospital, en Galeras, también se produjo esa renovación generacional. Y, por lo tanto, cambió la concepción de la actividad. Apareció la psiquiatría infantil de la mano de Madó, y dos excepcionales profesionales dinamizaron la asistencia con mucho saber y mucho sentido común, los doctores Ángeles Lorenzo y el gran Carlos González Borrás.

Medio siglo después se pierde la perspectiva. El cambio fue brutal, y el impacto en la ciudad se notó en poco tiempo: la ciudadanía le perdió el miedo a Conxo y miró con simpatía a aquel nutrido grupo de médicos especializados que se fijaban en la persona y se esforzaban en solucionar sus problemas.