Visita en Dodro a las mayores brañas de Galicia, que baña el río Ulla

Cristóbal Ramírez

DODRO

MERCE ARES

El visitante se sumerge en un espacio declarado Lugar de Importancia Comunitaria (LIC) y que es, si no el mayor, uno de los humedales más grandes de Galicia

20 ene 2024 . Actualizado a las 05:05 h.

No hay que buscar fuera de la comarca compostelana (dicho sea en un sentido geográfico amplio) espacios ecológicos de enorme valor. Dodro tiene uno de ellos, cierto que necesitado de algunos mimos, pero que se convierte en un destino para una excursión de un día. Y en absoluto está masificado. Más bien al contrario: va a resultar difícil cruzarse con alguien a lo largo del paseo.

La AP-9 primero y la autovía a Ribeira (con salida en el kilómetro 1) permiten llegar con cierta rapidez a la carretera que desde Padrón arranca al Barbanza. El visitante deja atrás Vigo (otro vicus o lugar romano) y, después de la farmacia, un par de edificios magníficos y rehabilitados, así como, más adelante, Tallós y un cruceiro a la derecha medio tapado por carteles varios en Muronovo.

MERCE ARES

Así se gana Imo, por la calle de Moncho Reboiras, un nacionalista asesinado por la policía en los últimos años de la dictadura. Y cien metros más delante de Casa Buela arranca a la izquierda una pista asfaltada (referencia: a la misma mano queda un taller mecánico unos cuantos metros más allá) que va a llevar a esas brañas a las cuales en el siglo XVIII ya hizo referencia el padre Sarmiento y que referenció a mediados del siguiente Pascual Madoz en su célebre Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar como «famosas brañas de Laíño».

El visitante se sumerge en un espacio declarado Lugar de Importancia Comunitaria (LIC) y que es, si no el mayor, uno de los humedales más grandes de Galicia. Por esa pista se va a la zona de Redondiño, y más al este aparecen Agro Vello, Abesadas y Veiga da Cruz. En realidad, visualmente no se distinguen, vecinas todas de un río Ulla que acomete sus kilómetros finales.

Hay que hacer constar que esas brañas, que semejan infinitas, tienen zonas con un cierto peligro de caída o patinazo. Nunca hay que ir por el extremo de los caminos, y desde luego es de sabios dar marcha atrás cuando el terreno se pone resbaladizo.

Procede, igualmente, ir con cuidado cuando se quieran observar las aves, así que si se cuenta con unos prismáticos es buena idea no olvidarlos en casa. Por allí es posible divisar cormoranes, garzas reales y garcetas, que buscan refugio y lugar seguro, sobre todo cuando al principio de la ría el tiempo está bravo.

MERCE ARES

En cualquier caso, el paseo inicialmente carece de la mínima dificultad. Resumiendo, tras dejar a la espalda la Casa Buela la pista aún está asfaltada. El rego Imo va a bajar a la izquierda, apenas distinguible, y el visitante debe de ir dando una curva y coger la segunda pista a la izquierda, esta de tierra y que bordea inicialmente una vivienda (hay otras dos enfrente). El desafío consiste en llegar al final —ahí sí que con precaución y sin niños pequeños—, justo hasta la desembocadura en el Ulla del mencionado arroyo.

Si no se quiere tanta aventura, siempre surge la posibilidad de marchar casi en paralelo a este gran río remontándolo, igualmente por pista de tierra, para marchar por el medio de una auténtica selva vegetal.

Como curiosidad, en esas brañas se instalaron en la primera mitad de los años sesenta del siglo pasado al menos dos cruceiros (todo apunta a que fueron tres) que formaban parte del único vía crucis fluvial del mundo, el cual empieza en la isla Malveira Grande (vecina de Cortegada) y acaba en Pontecesures, justo al lado del puente que une la ribera pontevedresa con la coruñesa. Cae dentro de lo lógico pensar que la poca firmeza del suelo sea la responsable de que se hayan ido abajo y hoy no se distingan.