El Sabina de Pontevedra que calca la voz del artista: «La gente flipa, hasta me piden fotos tras los conciertos. Me da mucho palo»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Roberto Ramos, en el lugar de ensayo de la banda tributo a la que pertenece, Conductores Suicidas.
Roberto Ramos, en el lugar de ensayo de la banda tributo a la que pertenece, Conductores Suicidas. CAPOTILLO

Roberto Ramos, profesor de Educación Física, es la voz de Conductores Suicidas, una banda tributo al cantautor que está pegando fuerte

05 abr 2024 . Actualizado a las 12:07 h.

Fue en un pueblo con mar (vale, realmente ocurrió en una ciudad atravesada por el río Lérez llamada Pontevedra) y quizás una noche después de un concierto, como dice la mítica canción, cuando a Roberto Ramos, Marcos Pérez, Quiño y algunos compañeros más se les iluminó la bombilla. Todos llevaban años, en conjunto o por separado, tocando y cantando, haciendo versiones de pop y rock, y veían que algo mágico ocurría cuando Roberto Ramos se enfundaba en el traje de Joaquín Sabina y ponía voz al cantautor patrio más crápula de todos los tiempos. «La gente se volvía loca con las de Sabina y pensamos que podía funcionar una banda tributo al artista», recuerda Roberto. Probaron suerte. Y vaya si funcionó. Han pasado dos años desde entonces y Roberto es, sin duda alguna, el Sabina de Pontevedra y casi de toda Galicia, porque la banda, bautizada como Conductores Suicidas, ha empezado a dar conciertos por todo el mapa gallego. Roberto calca la voz del artista, la de los primeros discos, la del Sabina que todavía no tenía tan rota la garganta, y le tiene bien pillados también los gestos al artista de Úbeda, que en el calendario le saca justo veinte años a su doble pontevedrés. Roberto canta a Sabina desde la admiración y el enorme profundo respeto que le tiene. Tanto es así que hasta le da reparo ponerse el bombín y prefiere lucir sombrero: «El artista genial es él, no yo. Sus letras son auténticas obras de arte», indica. Luego, reconoce: «Es cierto que parece que la cosa suena bien y que estamos gustando. La gente flipa, hasta me piden fotos tras los conciertos. Me da mucho palo, eso me da bastante corte». 

Charlar con Roberto es un buen ejercicio sabinero. Celoso de su intimidad, podría decirse que la conversación empieza con esa pieza de Lo niego todo, «aquellos polvos y estos lodos, lo niego todo, incluso la verdad». Porque Roberto, natural de Pontevedra y músico de toda la vida, quizás porque su padre también lo era (aunque puntualiza que de todos sus hermanos solo él salió «cantamañanas») es profesor de Educación Física en un colegio de la ciudad que le vio nacer. Sin embargo, cuando algún alumno le dice que ha escuchado que es «una estrella del rock», él lo niega todo: «Siempre les digo que cómo voy yo a cantar, si alguna vez me vieron hacerlo. Les cuento que debe ser un hermano gemelo que tengo el que hace esas cosas», señala entre risas. En realidad, sí canta desde hace muchos años y toca la guitarra desde los veinte. Es autodidacta y reconoce que tiene una capacidad importante para la imitación. De ahí que escucharle lleve tan rápido a Sabina. Aunque dice que lo puede lograr también con otros artistas: «Hago un Eros Ramazzotti buenísimo. Tengo bastante habilidad de imitación y, en el caso de Sabina se me hace fácil porque los dos tenemos la voz grave», señala riéndose de nuevo. 

Siempre le gustó Sabina; el artista y la persona que cree que está detrás, que aunque no la conoce le parece «un buen tipo». Y tras toda una vida de afición a sus canciones, tocando en bares o donde se terciase, surgió la idea de la banda tributo. Cuenta que, cuando la idea estaba en fase embrionaria, él, Marcos Pérez y algún otro compañero músico que fueron sumando por el camino se plantaron en Ourense. En la calle. Allí se asentaron con sus instrumentos para hacer la gran prueba del algodón. Querían saber si podía funcionar tocar solamente temas de Sabina. Y lo que vieron allí les dejó impactados: «La gente se paraba y acabamos llenando toda una calle peatonal. Nos dimos cuenta de que la cosa funcionaba y que había que tirar para adelante», explica. Así que se pusieron manos a la obra y construyeron Conductores Suicidas, que ahora cuenta con ocho músicos, seis hombres y dos mujeres, que aunque tienen otros trabajos procuran ensayar casi todos los días en el local que han hecho suyo en unas céntricas galerías de Pontevedra. «Lo importante es el equipo que hemos hecho, que somos todos amigos y nos llevamos fenomenal. Esto está siendo muy bonito», indica. 

 En estos dos años de periplo musical sabinero se han llevado alegrías descomunales, como cuando tocaron en las fiestas de Pontevedra y vieron cómo se iba llenando la plaza de A Ferrería: «La gente escuchaba y se acababa acercando y al final hubo muchísimo ambiente, fue algo increíble». Poco a poco fueron aumentando el repertorio y ahora tocan ya unos treinta temas del cantautor. ¿Roberto se sabe todas las letras? «Me las sé, aunque son difíciles porque son una obra de arte. Pero salgo con un poco de ayuda al escenario, con una tablet con las letras por si me pongo nervioso... porque todo esto está siendo una aventura descomunal... es una especie de sueño cumplido». 

Habla con entusiasmo del artista al que tanto canta, y al que vio únicamente dos veces en concierto, y la pregunta llega sola. ¿Es como él, autorreconocido como crápula en mil y una ocasiones? «Yo creo que un poco menos, me gusta la fiesta pero no soy muy crápula, creo yo. Mi trabajo además me obliga a estar en forma», indica. Y luego señala que los whiskis y los tequila habituales del cantautor en los conciertos él los cambia por alguna cerveza que otra y, eso sí, todo un ritual antes de comenzar: «Nos tomamos un chupito de licor café y al escenario», dice. No hay manera de que elija una única canción de Sabina, se niega a reducir tanto arte a una sola baza, aunque por lo bajito acaba reconociendo que le gusta especialmente Siete crisantemos. No está mal como despedida.Dice la letra que «lo bueno de los años es que curan heridas, lo malo de los besos es que crean adición». Pues que así sea.