El año que a Raquel le raparon su melena: «La chica que era yo hace unos meses fliparía si supiese lo que se le venía encima»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Raquel Rodríguez, que a los 21 años ha aprendido cosas que hay quien no aprende nunca: «Vivir es un privilegio», señala.
Raquel Rodríguez, que a los 21 años ha aprendido cosas que hay quien no aprende nunca: «Vivir es un privilegio», señala. CAPOTILLO

En agosto, esta joven de Marín, estudiante de Periodismo, hacía las maletas para irse de Erasmus. No llegó a viajar. Tres días antes, un diagnóstico de cáncer le cambió la vida. O al menos lo intentó, porque está sacando igual el curso

10 mar 2024 . Actualizado a las 10:42 h.

Raquel Rodríguez, que tiene 21 años y es de Marín, nunca había lucido tanto sus preciosos ojos verdes; ni esas pecas que bailan por su rostro con tanta gracia. Tampoco nunca había comprobado que está hecha de un material infinitamente resistente. Pero es que los últimos ocho meses de su vida no han tenido nada que ver con todo lo anterior. A Raquel, estudiante de Periodismo y Comunicación Audiovisual de las buenas, de las que sacan notas excelentes y vibran contando historias, le diagnosticaron un cáncer en agosto del 2023. Perdió la melena que le disimulaba sus ojos. Se hizo mayor de repente; maduró a una velocidad tan de vértigo que ahora, que enfila la última parte de su tratamiento, dice con sus ojos verdes humedecidos: «La Raquel de hace unos meses fliparía si supiese todo lo que se le venía encima».

22 de agosto del 2023. Esa mañana, Raquel se fue al centro médico de Marín con una libreta en la mano. Tenía que completar un trámite, comprobar que una analítica rutinaria había salido bien, para irse luego a hacer uno de los últimos reportajes de su verano como periodista en prácticas antes de tomar vuelo a Francia, donde la esperaba un año de Erasmus. Tomó asiento ante su médico de toda la vida y comprobó que todo estaba perfectamente: «Tienes el colesterol a raya», le dijo el doctor sonriendo; con una mueca de satisfacción que Raquel ya no le volvería a ver más a este hombre. Porque, justo en ese instante, la joven, entonces con veinte años, le espetó: «Ya que vine, aprovecho para preguntar por este bulto que parece que tengo en el cuello, que creo que es una contractura... pero no estoy segura del todo».

Todo cambió entonces. «Vi que su rostro se nublaba, que se quedaba de piedra». Y allí, estando Raquel sola, su médico pensó en voz alta: «Me dijo que creía que tenía un Linfoma de Hodgkin», señala ella. No había transcurrido ni una hora de ese 22 de agosto y Raquel había pasado de tener un pie en el Erasmus a que su médico sospechase que sufría cáncer. Le dijeron que tenía que ir ese mismo día a urgencias. Y Raquel no sabía ni a quién llamar ni qué hacer. Se apoyó en la persona que, seguramente siempre pero sobre todo desde ese día, se convirtió en su «pilar»: su madre. Se fueron juntas al hospital y a ella ya la dejaron ingresada allí.

Pruebas, más pruebas, la sospecha de que quizás fuese tuberculosis y no un cáncer, y la vida tal y como la conocía yéndose por el desagüe del retrete. «Faltaban tres días para irme a Francia... tenía todo para el Erasmus y, cuando me di cuenta de que tuviese lo que tuviese era grave y no iba a poder viajar, me encontré con que debía solucionarlo yo sola. Básicamente, fue lo que me dijeron. A día de hoy ni Renfe ni la compañía aérea me devolvieron el dinero de los billetes», cuenta.

Pasaron días eternos esperando por el diagnostico que con tanto acierto había intuido su médico de cabecera. Efectivamente, tenía un linfoma. Así que le tocaba jugar en la liga de la oncología. Jugar; bromear cuando todo va mal. ¡Qué verbos tan importantes! Al menos para Raquel y sus amigas del alma, que se turnaban para dormir con ella en el hospital y que le hablaron claro: «Me preguntaron si me podían hacer bromas con el cáncer, que era lo único que se les ocurría para llevarlo mejor». Les dijo que sí. Y sus amigas fueron inmisericordes. Raquel lo cuenta desternillándose de risa: «Mi amiga Clara vino al hospital y me dijo que íbamos a ver una serie, me puso una de chicas con cáncer que se van de viaje... le dije si era una broma, claro, y me espetó que no, que teníamos que aprender a ver cómo se hacía esto», cuenta. Y añade: «Pero es que Clara también me puso mote. En cuanto me rapé la cabeza, o mejor dicho me la raparon ellas, mis amigas, me empezó a llamar Don Limpio, la tía... nos partimos de risa».

Llegamos sin darnos cuenta a ese momento tan duro para ella; el de raparse su melena cuando la quimioterapia le había proporcionado unas calvas imposibles. Le dolió cada mechón en el suelo. Pero ella, que se confiesa «negativa por naturaleza», no le concedió medio minuto al pesimismo. ¿Cómo lo hizo? Aunque sus padres le dijeron que se tomase un año sabático, se refugió en los estudios del cuarto curso de su doble grado universitario. Y con qué resultados: «En el primer cuatrimestre me coincidió la quimioterapia, pero saqué las seis asignaturas que tenía... y tuve dos matrículas de honor», dice sonriendo tímidamente. Los días malos, las jornadas en las que tras la quimio no podía salir de la cama, se grababa audios con los apuntes para repasarlos. «Mientras pensaba en eso no me rompía la cabeza», indica.

Ahora está con la radioterapia; una sesión por día en Vigo y sanitarios que la tratan con una empatía que otras veces echó en falta. Está convencida de que todo va a salir bien y ha empezado a sonreír de verdad, no como cuando fingía estar contenta porque notaba que su padre, que dice que es la persona del mundo que más se le parece, si ella no estaba alegre se venía abajo. Y se ha hecho sabia. Sabe que su madre es como la Armada Invencible. O que su hermano pequeño lo lleva mejor si le deja que la chinche con que es radiactiva. Sabe que su chico no logra bromear con el cáncer, pero que no le ha soltado la mano. Sabe también que ver un atardecer un día cualquiera es un privilegio, «porque vivir es un privilegio». Y lo ha aprendido todo solita con 21 años. Porque, como ella bien denuncia, aún espera a que le llegue la cita con el psicólogo público.