Loli, que logró sonreír tras perder a una hija: «El duelo no se acaba, pero se puede volver a ser feliz»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Loli Devesa, que antes vivía en Caldas y ahora lo hace en Portas, terminó un ciclo de auxiliar de enfermería en pleno duelo y ahora trabaja en un colegio de educación especial.
Loli Devesa, que antes vivía en Caldas y ahora lo hace en Portas, terminó un ciclo de auxiliar de enfermería en pleno duelo y ahora trabaja en un colegio de educación especial. Ramón Leiro

Su niña mayor «se fue», como a ella le gusta decirlo, con 26 años. La familia hizo terapia para aprender a vivir con su recuerdo, pero sin ella

12 feb 2024 . Actualizado a las 21:04 h.

Hace unos días, en Madrid, Loli Devesa, vecina del municipio pontevedrés de Portas, se partió de risa. Su marido le regaló unas entradas para El club de la comedia y allá se fueron los dos, su hija Lucía y la pareja de esta. Puede parecer una anécdota de una familia cualquiera. Pero en su caso es mucho más que eso. Loli y los suyos tuvieron que trabajar mucho, hacer horas de terapia, para volver a sonreír después de que, en el año 2016, su familia de cuatro se rompiese al morir su hija mayor, Yanín, víctima de un cáncer a los 26 años. Loli habla de su duelo, de cómo la muerte de un hijo obliga a empezar de cero y a aprender a vivir de nuevo, en una charla de más de dos horas ante un café que pidió bien cargado de café y que se va quedando frío sin que apenas le dé dos sorbos. Es una conversación dura. Pero si hubiese un cronómetro, ganarían los recuerdos buenos a los amargos. Porque Loli por fin puede recordar a Yanín sin venirse abajo, emocionada pero sin romperse. Ella concluye: «El duelo por un hijo no se acaba nunca, pero se puede volver a ser feliz, a reír y a luchar por no vivir con rabia, enfadada con el mundo. Ese es mi gran reto, no tener rabia y no preguntarme cada día por qué a ella».

Viajamos a antes del 2016, a la enfermedad de Yanín y, aunque Loli no disimula que le siguen doliendo muchas cosas, entre ellas que su hija, «con lo que tenía encima», se preocupase por el trastorno que le causaba su enfermedad a la familia, es capaz de encontrar recuerdos bonitos en aquellos meses tan negros. Habla de cuando Yanín entró en un ensayo clínico del hospital Vall d´Hebron y les tocaba ir a vivir a Cataluña. «Ella se agobiaba pensando en todo lo que eso iba a suponer y yo se lo vendí como que era una oportunidad para irnos de tiendas juntas a Barcelona», dice. Se acuerda como si fuese ayer del cómplice imprescindible que fue en aquel momento la Asociación Española Contra el Cáncer: «Estábamos desesperados porque no encontrábamos piso y se ocuparon ellos», cuenta. 

Loli asegura que hasta el último suspiro de Yanín no le concedió ni un solo minuto a la posibilidad de que ella muriese. «¿Para qué?», se pregunta. Y se alegra infinito de haberle suplicado a los médicos que le quitasen la sonda que llevaba en la barriga para que pudiesen hacer un último viaje en familia a Canarias: «Quería ponerse el bikini... fue tan feliz luciéndolo», recuerda.

La charla avanza y llegamos a la pregunta difícil. A esa en la que los ojos de Loli se emocionan. ¿Cómo se aprende a vivir sin una hija? «El inicio es durísimo, nos volvíamos locos. Fuimos los tres, mi marido, mi hija pequeña y yo al psicólogo y luego necesitamos ayuda del psiquiatra... fue clave hacer terapia», dice. Explica cómo fue avanzando ella: «Al principio haces cosas increíbles. Mi hija fue incinerada y sus cenizas están en el jardín de casa, junto al olivo que tanto le gustaba. Yo, en cuanto llovía, salía a poner un paraguas ahí, mi hija no podía mojarse... todo eso lo fui trabajando, porque no era sano». La psiquiatra llegó a pedirle que retirase la galería de fotos de Yanín que puso en casa, y por ahí no pasó: «Sé que tendría razón, que seguramente me hacían daño, pero las necesitaba», explica.

Fue dando pasos, poco a poco, entendiendo que no podía agarrarse a actualizar las redes sociales de Yanín desde su teléfono; de que eso no era productivo. A« entender que sonreír de nuevo era sano y que lo hacía por ella, pero también por las sonrisas que le robaron a Yanín. »Reconoce que a veces se lo dice, que se lo cuenta a ella con su pensamiento. Lo hizo el otro día, con El club de la comedia, en Madrid: «Estaba allí, pasándomelo bien, y por supuesto que me acordaba de ella, como siempre. Le hablé y le dije que se lo pasaría genial si pudiese estar allí», explica.

Dice que es difícil buscar el equilibro entre recordar y no vivir solo en el recuerdo. Ella lleva el anillo de su hija mayor y su pulsera. En Navidad se enfundó un vestido de ella para ir a la cena de empresa, de un trabajo en el colegio de Amencer, para niños con parálisis cerebral, que logró tras estudiar un ciclo de auxiliar de enfermería en pleno duelo. Yanín va con Loli. Pero lo importante es que Loli va. Y ha sido capaz de encontrar la parte positiva a su drama: «Lo dice mi hija Lucía. Ni ella ni yo queremos un bolso de regalo... queremos experiencias». Por eso se besan a diario. Por eso viajan. Ríen. Se quieren. Por eso intentan vivir y no sobrevivir. Que no es lo mismo.

«Hablar del hijo que murió sin romperse es muy positivo»

Alejandra Santos es psicóloga de la AECC y, cuando se le pregunta qué significa el duelo por un hijo, lo tiene claro: «Es el más duro porque es el más antinatural, porque nadie está preparado para que se muera un hijo». 

Explica que es importante contar con ayuda profesional y que, aunque cada persona es diferente, expresar lo que se está sintiendo suele ayudar: «Hay pacientes que necesitan hablar, otros escribir... pero es bueno buscar cómo plasmar todo por lo que se está pasando». Indica que los primeros tiempos son los más complicados y que la mejoría debería empezar a notarse a partir de los 18 meses del fallecimiento: «Todo es relativo, pero si pasa ese tiempo y no hay ninguna mejoría quizás podríamos empezar a hablar de un duelo patológico, de algo que no va bien». ¿Y cuáles son los síntomas de que va bien, de que el duelo se está llevando todo lo mejor que se puede? «Tiene que detectarse esa mejoría, por ejemplo, en se pueda hablar del hijo que murió sin romperse. Eso es muy positivo, y que afloren los recuerdos buenos de él también». Santos insiste en que no hay recetas mágicas, que cada persona es un mundo, pero da otra pauta que puede ayudar: «Es bueno incentivar los recuerdos, que por ejemplo el día de su cumpleaños se haga algo especial para ver que sigue presente, aunque sea una fecha difícil».