Dionisio Aboal, líder de Os Alegres: «Somos los gaiteiros más antiguos de Europa»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

CAPOTILLO

Alejo Aboal, su padre, empezó a tocar 1936 para animar a las tropas. Él y los suyos siguen haciendo música y fabricando instrumentos y sus panderetas las compraron Carlos Núñez o Carliños Brown, que le regateó el precio

10 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

En casa de los Aboal, que son de la parroquia pontevedresa de Mourente, los niños nunca nacieron con un pan bajo el brazo. Para qué, si podían hacerlo con una pandereta, una gaita, un tambor o un bombo. Porque los Aboal son gaiteiros. Son el alma de Os Alegres, Y son, de hecho, «los gaiteiros en activo más antiguos de Europa». Lo dice sin titubear Dionisio Aboal Bermúdez (Pontevedra, 1945) actual líder de una banda que es al folklore gallego lo que los Rolling Stones al rock and roll. «Que alguien busque a otros que lleven más tiempo tocando sin parar», reta este hombre. Es miércoles, festivo de la Constitución, y él espanta el frío en la plaza de A Ferrería de Pontevedra, donde Os Alegres tienen un puesto de artesanía. Porque Dionisio, además de tocar la percusión en todas sus formas y maneras, es lutier y de sus manos sale un enorme surtido de instrumentos tradicionales. Con paciencia de santo y cariño de abuelo, le explica a cada niño que se acerca por allí qué es una carraca, unos pitos de mano o un chiflo de capador. Los hace sonar. Se ríe. Es él en estado puro.

A Dionisio le encanta echar la vista atrás y condensar en anécdotas los 85 años de vida de Os Alegres. Aunque quizás hubiese que decir 87. Porque fue en 1936, en el año más negro de la historia reciente de España, cuando su padre, Alejo Aboal, que trabajaba en un sindicato de conserje, comenzó a tocar. «Empezó para darle ánimos a los que tenían que ir a la guerra, a las tropas. Después ya no paró», señala su hijo Dionisio. Cuenta que a Franco no le disgustaba nada que hubiese música de gaitas «porque así parecía que todo estaba bien». Y que debió ser por eso que en 1938 el grupo formado por Alejo, que en aquel entonces se llamaba Alejo y sus muchachos, pudo tocar tranquilamente en unas fiestas del Pilar en Mourente. Fueron unas celebraciones que le cambiaron la vida a aquel chaval gaiteiro: «Allí conoció a mi madre y se acabaron casando. Tuvieron siete hijos».

Vino la penuria de la posguerra. Creció la familia. Y los Aboal nunca dejaron de tocar. Los niños aprendieron desde pequeños a hacerlo; unos tiraban por la gaita y otros por la percusión y de cualquier cosa salía un instrumento. «Siempre fuimos de instrumentos de pobres. Ahora está muy de moda eso de tocar con una caja de pimentón, pero entonces no se veía y nosotros sí que lo hacíamos. O con unas nueces o unas cucharas. Todo nos valía... siempre era fiesta», cuenta Dionisio con entusiasmo.

Un día se rebautizaron como Los Alegres. Les hubiese gustado llamarse Os Ledos, pero el franquismo no permitía tal guiño al gallego. Años más tarde, con el dictador ya en la tumba, estuvieron a punto de galleguizar su nombre, pero les recomendaron que no lo hiciesen porque ya les conocían en todas partes: «Así que al final nos quitamos el los y nos pusimos Os Alegres». Y así quedó.

Se convirtieron en una institución en Galicia. Estuvieron ahí cuando había que levantar el mítico Festival de Ortigueira. Recorrieron las aldeas recolectando piezas y recuperando instrumentos y trajes tradicionales. Grabaron varios discos y llevaron su jota Alegre y sus otras piezas a un buen número de países. Dionisio recuerda un buen número de viajes. Incluso el que se perdió por tener que ir a la mili: «Aún estaba mi padre activo y se marcharon tres meses a Sudamérica... tuvieron que volver porque allí andaban a tiros», cuenta.

Hubo un momento en el que el grupo casi se disuelve, porque los hijos de Alejo habían crecido y cada cual estaba buscándose la vida. Pero Dionisio dice que cuando su padre enfermó le pidió que siguiesen adelante. Así que él decidió cumplir con la palabra que le había dado y, a mediados de los setenta, se hizo cargo de la agrupación. Aunque su vida laboral no cogería en varios folios —trabajó en Celulosas, fue vendedor de distintas cosas, hasta de Chupachups, mecánico, trabajó en la fundición...—, Dionisio siempre fue músico y con el tiempo se convirtió también en lutier; creando un taller en Mourente en el que se siguen fabricando más de ochenta instrumentos tradicionales distintos.

Dionisio fue totalmente autodidacta. Empezó poniéndole la piel a un tambor y de sus manos acabaron saliendo instrumentos para artistas como Carlos Núñez, Mercedes Peón, Budiño, los miembros de Ketama o de Milladoiro. Tienen una anécdota buena con Carliños Brown. El artista, cuando tocó en Pontevedra en el 2005, acudió al puesto de artesanía de Os Alegres y compró una pandereta. Intentó regatear. Y se topó con el no rotundo de Dionisio, que al final hasta consiguió una entrega para el recital del brasileño. Os Alegres, que se entristecieron muchas veces, sobre todo cuando se murieron miembros del grupo, tienen anécdotas para dar y tomar. «Una vez, viniendo de Marín de tocar, veníamos en el sidecar de mi padre, acabamos saliéndonos de la carretera y entrando con él por la puerta de un hotel... nos metimos en cada jaleo», cuenta con cara emocionada. Dionisio tiene hijos y nietos bailadores y músicos. Dice que Os Alegres no peligra. Así que tardarán en quitarles el título de los gaiteiros más viejos de Europa.