Hasta Amancio Ortega se dejó conquistar por los «calamares» del Dos Puertas de Ourense

María Doallo Freire
María Doallo OURENSE

OURENSE CIUDAD

De izquierda a derecha, Inés, Luis, Rosa e Irene, frente a la entrada del Dos Puertas
De izquierda a derecha, Inés, Luis, Rosa e Irene, frente a la entrada del Dos Puertas MIGUEL VILLAR

Irene Fernández y su marido, José García, abrieron el mítico bar de los vinos en 1974

02 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

La historia del Dos Puertas, el mítico bar de la rúa dos Fornos, en el casco histórico de Ourense, comenzó en Suiza. Allí empezaron a imaginárselo Irene Fernández y su marido, José García. Emigraron de Laza a Basilea, como tantos otros matrimonios, allá por los años cincuenta. «Nos tocó una ciudad de cuento, donde compartimos la estancia con personas maravillosas y además aprendimos de hostelería todo lo que luego pusimos en práctica en Ourense», afirma Irene. Se volvieron para estar más cerca de su hija, Rosa, que vivía en el pueblo con sus abuelos. En 1974 abrieron el Dos Puertas. «La zona de vinos todavía no existía tal y como la conocemos hoy. En esta calle estaba O Campante, luego en la rúa da Paz el Orellas y nada más», explica Rosa. «Mis padres trajeron la idea de este bar desde Suiza y les ayudó a plasmarla un diseñador ourensano muy famoso al que todos llamaban el Vasco», recuerda la descendiente de los fundadores del mítico local de vinos. Las dos puertas las pusieron para facilitar el tránsito por el local. La principal novedad estaba en la barra, dónde exponían todos los pinchos que el cliente podía pedir al momento. 

José estaba en los fogones e Irene atendía la barra. «Él era un cocinero fantástico. Empezó a hacer sus pinitos cuando estábamos fuera de España y al volver estudió en una escuela de cocina», recuerda la ourensana, que perdió a su marido hace cuatro años. En la primera etapa desde que abrió, el pincho más popular del Dos Puertas fue el moruno. «Los ganchos de acero inoxidable vinieron de Suiza. Mi padre les hacía una salsa especial, que nunca revelaba, y la verdad es que triunfaban», recuerda Rosa, que por aquel entonces era una niña que correteaba por el bar. Costaban cerca de 25 pesetas cada uno. También ofrecían empanadillas, pinchos de jamón asado y otro de pepinillos con anchoa. «Fueron los primeros que empezaron a dar bollitos de pan. Se los encargaban a un panadero que los hacía a mano. El hombre no daba hecho de todos los que salían al día, así que tenían tres proveedores diferentes en la ciudad», explica Rosa.

Irene, dentro de la barra del Dos Puertas, a finales de los años setenta
Irene, dentro de la barra del Dos Puertas, a finales de los años setenta

Llegada de los «calamares»

En 1984 se sumó al equipo del Dos Puertas el marido de Rosa, Luis Aguiar, que también es natural de Laza. «Nos conocimos en el carnaval», confiesa ella, muerta de risa. «Yo era temporero en Suiza, pero en el bar hacía falta gente, entonces me quedé para echar una mano», afirma Luis. Su mujer optó por la enfermería, aunque era habitual verla tras la barra. Él recuerda perfectamente cómo surgieron los famosos pinchos de calamares. «Teníamos unos bollitos que llevaban panceta fresca con queso. La hacíamos tan crujiente y arrugada que muchos turistas, al ver los pinchos en la barra, pensaban que eran de calamares y los pedían», recuerda. A raíz de esta anécdota decidieron que era el momento de sumarlos a la carta. «Ah, y no eran calamares, eran chipirones, pero los pedían así y nosotros se los dábamos», añade Luis, que admite que luego, con el tiempo, empezaron a hacer también los de aros de calamar rebozados. «Comprábamos cajas y cajas de puntillitas y las limpiábamos muy bien», cuenta Irene. 

De cuántos pinchos salían se acuerda perfectamente Luis. «Es fácil hacer las cuentas. De lunes a miércoles encargábamos 300 bollitos de pan al día; los jueves, 800; y los viernes y sábados, desde 1.200 en adelante», dice. Dan un total de 4.100 pinchos a la semana. En los noventa llegó la tortilla de patata, que hoy es conocida por su jugosidad y porque no lleva cebolla. «Al principio la llevaba, pero mucha gente protestaba, así que decidimos hacerla sin y listo», admite Luis. En la misma década empezaron a hacer chicharrones, que cocinaban ellos mismos cada día. «Era uno de los pinchos que más se vendían», dice el hostelero. Los de lomo con queso y los vegetales, que llevaban tomate de casa, atún, mayonesa y cebolla, surgieron a la vez. 

A principios de los 2000 se jubilaron José e Irene. Cogió el relevo su yerno, que mantuvo el negocio intacto. «Creo que el secreto estaba en que la calidad era buena, el precio también y los clientes muy fieles», afirma Irene.«Mis abuelos ya tenían un bar en Laza antes de que mis padres abriesen este y pienso que de ellos cogimos lo mejor: hacer sentir a los clientes como en casa», amplía Rosa. Luis, por su parte, piensa que la clave del éxito del Dos Puertas fue la honestidad. «Siempre mantuvimos el mismo proyecto. Lo nuestro eran los pinchos a buen precio», asegura. Costaban 80 pesetas y cuando llegó el euro, los pusieron a 65 céntimos. Hoy en día están a 1,5 euros. Luis aprovechó la pandemia para jubilarse y el local, que es propiedad de esta familia de Laza, lo alquilaron. Desde entonces lo regentan las hermanas Marisol y Marisa López, con amplia experiencia en hostelería en Ourense. Ellas han querido mantener la esencia del Dos Puertas y eso que tienen competencia, porque la nieta de los fundadores apunta maneras. «Este bar es como mi casa. Representa la unión familiar que tenemos  y ojalá pueda coger el relevo y continuar con esto algún día», confiesa Inés Aguiar, que es la pequeña de las tres hijas de Rosa y Luis. Su pincho favorito es el de tortilla. Su padre escoge el de chipirones y su abuela Irene se queda con las empanadillas. «Algunos colegios de la zona nos las encargaban para las fiestas. Nos hemos quedado noches enteras en el bar para hacer mil empanadillas y más», recuerda Irene.

El Dos Puertas llegó a tener clientes de lo más fieles. «Había un matrimonio ourensano que vivía en Suiza y que estuvo una época viniendo en avión a pasar los fines de semana solo para comer aquí los chicharrones y los chipirones», explica Rosa. Y también tuvo adeptos muy conocidos. «Venía mucho Fran (Francisco Javier González), el jugador del Deportivo, la cantante Cristina Pato y también políticos como Feijoo o Santalices», cuenta Luis. «Y mi padre siempre contaba orgulloso que Amancio Ortega había estado en su bar y que le habían encantado los 'calamares'», termina Rosa.