Inercias en la universidad

Rafael Arriaza
Rafael Arriaza TRIBUNA

OPINIÓN

Pedreda

19 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Los últimos datos sobre el estado de la universidad española apuntan —otra vez— a un más que preocupante descenso de nivel en casi todos los indicadores que tienen que ver con la calidad de la enseñanza. El último informe es el de la Fundación Conocimiento y Desarrollo, que constata la reducción del número de universitarios que aprueban, a la vez que aumenta el absentismo entre ellos. La caída libre de la universidad con la entrada en vigor del plan Bolonia fue más que evidente. La implantación de un sistema que requería más financiación de la existente, una formación del profesorado que no se tuvo en cuenta y la falta absoluta de preparación de los estudiantes en las fases previas a la universidad para afrontar este tipo de educación demostró una separación abismal entre la planificación teórica y la realidad, afectando —con ese plan, ¿qué podría salir mal?— al aprendizaje del alumnado. Los cambios ulteriores en los planes de estudios no han ayudado a revertir la situación, porque las inercias son muy difíciles de cambiar. ¿Para qué vamos a ir a clase?, se preguntan muchos estudiantes, que prefieren consultar los apuntes que se cuelgan online en las universidades y no «perder el tiempo» en clases en las que desmotivados profesores no tienen tiempo —las asignaturas han pasado a ser bocetos de lo que deberían ser y se ventilan en unas pocas semanas— ni ganas de profundizar en las materias para evitar que esos alumnos, incapaces de entender las asignaturas más allá de un nivel de secundaria algo avanzada, cortocircuiten y suspendan una vez tras otra.

Después de la pandemia se recomendó desde las universidades ser «benévolos en la evaluación» para compensar los efectos de la ausencia de presencialidad en las aulas, pero de nuevo la inercia continúa. De hecho, uno de los indicadores valorados en el informe es la llamada «tasa de éxito en el grado», que se refiere a la relación entre el número de créditos superados por los estudiantes matriculados en un curso y el número total de créditos presentados a examen en dicho curso académico. En este apartado, las tres universidades gallegas suspenden y se encuentran en nivel bajo. Y no son las únicas, por supuesto.

El mismo año en que solicité la excedencia en la universidad, antes de la pandemia, los representantes de alumnos enviaron una carta abierta con sus opiniones, que me parecen tremendamente maduras y sobre las que toda la comunidad universitaria debería reflexionar. Nos decían esto: «En primer lugar, queremos dejar constancia de que también nosotros, como alumnado, percibimos una preocupante bajada del nivel del rendimiento académico en nuestra facultad. Como habéis puesto en nuestro conocimiento, la principal solución es una bajada del nivel en la evaluación. Desde nuestra perspectiva, esto es simplemente un intento de ocultar el hecho de que cada vez somos menos competentes, en lugar de suponer una solución real a este problema. Asimismo, consideramos que una bajada del nivel en la evaluación no hará más que reforzar la bajada del nivel de rendimiento por parte del alumno».

Pero además, según datos de Eurostat del 2022, en España se registra el mayor porcentaje de trabajadores de 20 a 64 años con educación superior que no trabajan en lo suyo, sino en ocupaciones de baja cualificación, y los graduados superiores españoles presentaban en el 2022 la segunda tasa de empleo más baja de los 27 países de la Unión Europea. Los universitarios necesitan un estímulo marcado para sobrevivir a esta situación, y, entre otras cosas, que los indicadores de excelencia tanto de los profesores universitarios como de las universidades no se basen en el volumen de publicaciones, porque este mecanismo puede llevar a prácticas cuestionables y a desatender la docencia. Por otra parte, puede haber abusos, pero si a un profesor se le solicita que reduzca el número de alumnos suspendidos para entrar dentro de los ratios que no lo penalicen ni a él ni a su departamento, con independencia del nivel de conocimientos de los alumnos, muchas veces la única alternativa es bajar el nivel de exigencia… ¿Hasta dónde? Cada bajada del nivel de exigencia trae consigo una bajada del estímulo para esforzarse en la adquisición de conocimientos por parte de los alumnos, cerrando un círculo vicioso interminable. Muchos profesores saben que para aparecer valorados positivamente en las encuestas del alumnado es más útil ser guays que exigentes, más colegas que docentes, completando así otro círculo vicioso que lastra el aprendizaje y mina el sentido original de la universidad, que debería ser impulsar la investigación de vanguardia e inspirar, guiar y cultivar el pensamiento crítico de los estudiantes, dándoles una base sólida de conocimiento, convirtiéndolos en profesionales capaces de evolucionar con las exigencias y los cambios de los tiempos. Cuanto más se tarde en frenar la caída, mayor será la inercia, más difícil será hacerlo y más generaciones de universitarios se habrán quedado en el camino.