Ucrania y el papa

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

VATICAN MEDIA | REUTERS

18 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El papa Francisco se equivocó al pedirle a Volodimir Zelenski, presidente de Ucrania, que tenga la valentía de alzar la bandera blanca y negociar el fin de la guerra con Rusia. «Es más fuerte —dijo— que vea la situación, que piense en el pueblo, que tenga el valor de la bandera blanca para negociar el fin de la guerra con Rusia. Hoy se puede negociar con la ayuda de las potencias internacionales. La palabra negociar es valiente».

La respuesta de la embajada de Ucrania en el Vaticano fue contundente: «Nadie pidió negociar con Hitler». Y añadía: «¡Es muy importante ser coherente! Cuando se habla de la Tercera Guerra Mundial que ahora tenemos es necesario aprender las lecciones de la Segunda. ¿Alguien habló entonces seriamente de negociaciones de paz con Hitler y de bandera blanca para satisfacerle? Así que la lección es solo una: ¡si queremos acabar con la guerra, debemos hacer todo lo posible para matar al Dragón!».

No cabe duda de que al papa Francisco lo guiaba la mejor de las buenas intenciones, pero esta vez se asesoró mal. Porque la guerra que está librando Ucrania contra el país invasor es una guerra de la independencia de una nación que no quiere someterse al yugo ruso. La palabra negociar puede ser muy valiente, pero hasta ahora Rusia, tras invadir Ucrania, no ha ofrecido ninguna oportunidad de negociar nada. Y, en estas condiciones, el llamamiento pacificador del papa no alcanza a significar una oportunidad para la paz. Justamente porque Rusia sigue siendo un agresor muy activo.

Es verdad lo que ha dicho el papa Francisco de que «detrás de la guerra está la industria armamentista». Pero quizá debiera haber añadido que quien ha activado esta circunstancia bélica ha sido la Rusia de Putin, con una invasión intempestiva y por las bravas. La Ucrania que resiste heroicamente y que busca cobijo en Occidente no puede ser convocada a una extraña suerte de rendición. El papa sin duda quiere la paz, pero Moscú no ha dado ningún paso en la misma dirección. Y este es el verdadero problema.