Es tiempo de trincheras militares e ideológicas. De posiciones absolutas: o estás conmigo o contra mí. Demasiadas personas ven el mundo en blanco y negro y acuden a los medios y a las redes a buscar información o interpretaciones que respalden sus creencias preconcebidas. Anteponen el sesgo de confirmación a los hechos. Y no toleran que la realidad se imponga a sus esquemas mentales.
El último ejemplo de este mal contemporáneo lo encontramos en el terrible conflicto de Oriente Medio. En el cuestionamiento de las palabras de gente tan sensata como Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea, y António Guterres, secretario general de la ONU. ¿Su delito? Aportar contexto histórico y señalar las atrocidades concretas cometidas por las dos partes.
Frases como «los ataques de Hamás no ocurren en el vacío» o «los civiles nunca deben ser usados como escudo» provocaron una tormenta política internacional y furibundas reacciones de los propagandistas de ambos bandos (algunos a sueldo, la mayoría vocacionales con la marca azul de la verificación de pago en Twitter, símbolo hoy en día de desinformación).
Respetan menos a los no radicales que a los que enarbolan la otra bandera. Escupen con rabia palabras como antisemita o nazi (para referirse a los supuestos partidarios de Israel). Y pronuncian con especial veneno, como si fuera un insulto, la palabra equidistante para señalar a los que buscan perspectiva y huyen del simplismo.