Paleontología feminista

cristina gufé LICENCIADA EN FILOSOFÍA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN Y ESCRITORA

OPINIÓN

Sandra Alonso

12 jun 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

La antropología estudia al ser humano como ser social y cultural. En ocasiones, se sirve de la paleontología, que se ocupa de los seres orgánicos que habitaron la Tierra en el pasado y cuyos restos se encuentran fósiles. Son muchas las incógnitas sobre los orígenes del ser humano, pero hay bastante acuerdo entre los expertos en el tema al afirmar que somos el resultado de la evolución. 

Hace millones de años, una especie de primates de la que supuestamente descendemos tuvo que abandonar los árboles por escasez de recursos y bajar al suelo, aprender a cazar, adoptar la postura bípeda vertical, etcétera, lo que favoreció el desarrollo intelectual, la cooperación social y el lenguaje. Para ello fueron necesarias una gran plasticidad y moldeabilidad; en suma, capacidad de adaptación.

El proceso evolutivo se caracterizó por lo que se conoce con el término de juvenilización o neotenia; esto significa que se hicieron permanentes en nuestra especie rasgos que en otras emparentadas con nosotros pertenecen solo a los jóvenes; así, la ausencia de vello o el predominio del cráneo sobre la cara, pero lo más importante fue la curiosidad. Esta es una de las claves: el ansia de saber. «Todo lo científico y lo artístico nace de preguntarnos», según el paleontólogo Juan Luis Arsuaga. También cree, a diferencia de Darwin, que la selección natural la hacen las mujeres al elegir a los hombres más sociales y menos agresivos.

Fue importante para el ser humano el descubrimiento del fuego porque da seguridad, permite un sueño prolongado, mientras otros animales descansan en estado de alerta; así, el mundo onírico está en deuda con lo que propiciaba el sedentarismo y tal vez ahí despertó el anhelo.

Nuestros antepasados aprendieron la necesidad de no dejar de aprender con el fin de abrirle espacios a la realidad de la que se distanciaban para pensar, y les hicieron espacio a los sueños, al dormir tranquilos en un hogar donde las mujeres empujaban a la especie en su evolución y donde los niños enseñaban a no dejar de imaginar; con su fragilidad, lento crecimiento y dependencia del grupo social se hace posible la asimilación del lenguaje y la creación de la cultura.

Podríamos concluir diciendo que la humanidad está en deuda no solo con el fuego, sino también con las mujeres y los niños; sin ellos, aún seríamos más violentos, menos creativos y curiosos. «Cualquier situación en la que hay niños, te da la foto fija de la especie humana», dice Arsuaga, y añade: «Soy un paleontólogo feminista».