Dinero y confianza

Manel Antelo PROFESOR DE ECONOMÍA DE LA USC

OPINIÓN

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15 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Para ver lo útil que resulta el dinero, imaginemos una sociedad formada por tres personas —A, B y C— y que carece de dinero. A tiene pan, B tiene vino y C tiene carne. Sin embargo, a A no le gusta el pan, sino el vino, mientras que a B no le gusta el vino ni el pan, sino la carne, y a C lo que le gusta es el pan. Como no hay dinero, deben acudir al trueque. Sin embargo, se dan cuenta de que no pueden practicarlo: A quiere comerciar con B, pero B no quiere comerciar con A; B quiere comerciar con C, pero C no quiere comerciar con B; y C quiere comerciar con A, pero A no quiere comerciar con C. En fin, una economía tan simple y en la que, sin embargo, no es posible el comercio a base de trueque, con lo cual nadie consigue lo que desea.

Bueno, hay una posibilidad. Si se reúnen en un determinado momento —el martes por la mañana, por ejemplo— y forman lo que llamaríamos un mercadillo, podrían comerciar a base de trueque: a la de tres, A le pasa su pan a C, C le pasa su carne a B y B le pasa su vino a A. Así, a base de trueque, todos consiguen el producto que desean. Claro que el mecanismo se complica hasta el punto de tornarse impracticable cuando en lugar de tres personas y tres productos hay 100, 200, 1.000...

Por lo tanto, en algún momento de la historia este sistema de trueque desaparece y surge el dinero gracias al invento de unas cosas —llamémosles papelitos— que lo representan. Si, por ejemplo, A tiene esos papelitos, podrá comerciar con B y conseguir vino y B acepta negociar con A no porque le guste el pan, sino porque A le dará esos papelitos que, a su vez, le permitirán comerciar con C y conseguir carne. Por lo tanto, el dinero empieza en manos de A, que se lo pasa a B (y A consigue vino); ahora el dinero lo tiene B, que se lo pasa a C a cambio de carne, y C se lo pasa a A a cambio de pan. Así, el dinero se mueve en un sentido, los productos en el sentido opuesto y cada persona acaba teniendo lo que desea.

Hasta finales del siglo XX, esos papelitos fueron cosas con valor intrínseco, como la sal, el oro o papelitos respaldados por oro y, por lo tanto, deseables per se. Fue lo que se llamó dinero-mercancía. Sin embargo, a partir del año 1971, y para no limitar el comercio mundial, la utilidad del dinero pasó a estar basada en la confianza de cada una de las personas que lo aceptan de que otras personas también lo aceptarán a cambio de sus productos. Volviendo a nuestra sociedad, B acepta los papelitos de A no por su valor como mercancía, sino porque le permitirán adquirir el producto que desea. Entramos así en la época del dinero-fiduciario.

En definitiva, a medida que ha ido evolucionando la historia nos hemos percatado de que lo importante del dinero no es que tenga valor intrínseco, sino que las personas confíen en que sus pares lo aceptarán como instrumento para realizar intercambios. Con esa confianza, la función la pueden cumplir papelitos, anotaciones en unos ordenadores que ni siquiera sabemos dónde están o cualquier otra cosa.