Brujas (II)

Cristina Sánchez-Andrade ESCRITORA Y PREMIO DE PERIODISMO JULIO CAMBA

OPINIÓN

María Pedreda

04 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Ya conté una vez en estas páginas que las brujas pueden estar sentadas junto a ti sin que lo sepas. O al menos eso es lo que dice Roald Dahl. En lo que se refiere a niños, dice el escritor, una bruja de verdad («a real witch») es seguramente la más peligrosa de todas las criaturas vivientes de la Tierra. Lo que las hace doblemente peligrosas es el hecho de no parecer peligrosas. No llevan estúpidos gorros ni capas negras, ni se desplazan sobre escobas. Incluso conociendo todos sus secretos, no puedes estar completamente seguro de si lo que tienes delante es una bruja o una mujer amable. 

Maria Lvova-Belova, comisionada presidencial para los derechos del niño en Rusia. Ya el nombre suena, curiosamente, a mucho amor. Rubia, treinta y ocho años. Sonrisa celestial. Lagrimita a flor de piel. Casada con un sacerdote de la Iglesia ortodoxa rusa, tiene cinco hijos biológicos (ya decía yo, pienso al recordar unas imágenes en las que se la ve con Putin, que tenía algo de tripita), otros cuatro adoptados y 13 jóvenes, todos ellos con discapacidad, bajo su tutela. Pero se conoce que tener a 22 personas a su cargo le deja tiempo libre. Por eso, desde el comienzo de la guerra tiene otra ocupación: trasladar niños de las zonas ocupadas de Ucrania a Rusia para ser acogidos en familias o instituciones. Un esfuerzo caritativo, explica ella, para salvarlos de los horrores de la guerra y darles una vida mejor que la que tenían antes. Suena bien. El caso es que cientos de ellos no han vuelto de tratamientos médicos o campamentos de verano en territorio ruso. Desaparecidos. Y ahora Lovova-Belova ha sido incluida, junto a Putin, en una orden de arresto del Tribunal Penal Internacional por ser «presuntamente responsable de un crimen de guerra por la deportación y otro tipo de traslado ilegal de población (menores)».

De vuelta del puente, me quedo dormida en el tren. Al abrir los ojos, el tipo que estaba a mi lado se ha ido. En su lugar hay una mujer joven. La observo con disimulo: no parece peligrosa. No lleva gorro ni capa negra, y por supuesto no tiene una escoba. Me sonríe. Creo que quiere entablar conversación.