Médico y enfermo

rosendo bugarín MÉDICO DE FAMILIA

OPINIÓN

MABEL RODRÍGUEZ

02 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Se dice que los médicos somos malos pacientes y probablemente sea cierto. El subconsciente colectivo nos atribuye una supuesta invulnerabilidad, un escudo protector. Vivimos nuestro día a día, año tras año, con enfermos, desde el otro lado de la barrera, y llegamos a creer que esa condición no va con nosotros. Pero, naturalmente, la realidad es otra y, tarde o temprano, inexorablemente tenemos que cambiar la posición en la camilla y de estar de pie pasamos a tendernos sobre ella. 

Llevaba varios años lidiando con una prueba del antígeno prostático específico (PSA) cada vez más elevada, por lo que, desde hace tiempo, contemplaba la posibilidad de sufrir un cáncer de próstata, pese a que las primeras biopsias fueron negativas. Los médicos sabemos muy bien que este resultado es tranquilizador solo hasta cierto punto, dado que, aunque la probabilidad es baja, el tumor puede estar en una localización distinta a las de donde, aleatoriamente, extrajeron las muestras. Esta incertidumbre, mantenida en el tiempo, es difícil de gestionar psicológicamente. Tanto es así que, cuando iban a realizarme la última biopsia, ya casi estaba deseando que aparecieran células malignas para, de una vez por todas, coger el toro por los cuernos.

Sin embargo, cuando se confirmó el resultado, no pude evitar sentirme sobrecogido, ¡me había convertido en un enfermo oncológico! Traté de hacer —como con mis pacientes— un análisis objetivo de la situación, pero con uno mismo no es posible, no funciona. La abundante información de la que disponemos como médicos (curiosamente criticamos a nuestros pacientes cuando buscan en internet) a menudo ayuda a distorsionar la realidad y el pronóstico de la propia enfermedad y entramos en modo pánico. Además, no sabemos relacionarnos con otro médico como paciente, nos produce ansiedad.

El tiempo de espera para la cirugía también genera incertidumbre y desasosiego. Estás deseando que llegue el día de la operación y, cuando efectivamente está ahí, aparecen nuevos miedos: los riesgos de la anestesia, las complicaciones quirúrgicas, las secuelas…; aunque, sin duda, la mayor preocupación es que el tumor pueda comprometer tu expectativa de vida.

Pero, para un médico, enfermar también tiene un aspecto rotundamente positivo: ayuda a percibir, comprender y reconocer las emociones y los sentimientos de nuestros pacientes como similares a los de uno mismo, es decir, potencia en gran medida la capacidad de empatía. Viene muy bien traer a estas líneas aquel proverbio del mundo clásico que dice así: «Homo sum, humani nihil a me alienum puto». «Soy un hombre, nada humano me es ajeno».