Las feministas merecen mayor respeto

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

XOAN A. SOLER

04 jul 2022 . Actualizado a las 08:32 h.

El pasado sábado tuve el privilegio de asistir a un foro organizado por Femuro (Federación de Mujeres Rurales de Ourense). Un foro por y para la igualdad. No es el primero. A lo largo de los años esta asociación de mujeres, como otras muchas de Galicia, han peleado duro y sin descanso por sus derechos. Algunas pintan canas. Y las ves, y las escuchas, y piensas que el tiempo es solo una caricia amable sobre su piel. Siempre me he declarado feminista. Sigo en ello. Nadie me apartará, ni las políticas del actual Gobierno de España, de la posición que de joven he adoptado: pido, reclamo, constantemente, la igualdad de derechos para hombres y mujeres. Empezando por las nóminas y terminando por ese techo de cristal del que tanto escriben los jóvenes columnistas. Yo no lo soy. Pero no ha habido un momento en mi vida que no haya visto la lucha de las mujeres como mi propia lucha. Son mejores que los hombres, es así. Y más generosas, también lo es. Y cada día de mi vida me han dado lecciones que nunca olvidaré. Pero no quiero apartarme de la intención de esta columna. Digo que el pasado sábado he escuchado a las feministas de siempre, clavadas en mi alma, o en mi corazón. En el debate matutino: Laura Seara, Goretti Sanmartín y Susana López Abella. Cada una de su palo político. Todas implicadas, hasta la última gota de sangre, con el feminismo. Laura fue secretaria de Estado con Zapatero, que en economía fue un desastre, pero que supo ver el poder y el valor de las reclamaciones feministas. Goretti siempre y en cada momento ocupando desde el nacionalismo, pero con criterio y argumentos, el espacio que la mujer debe y debiera ocupar. Susana, que hoy en día está al frente de la nave feminista de Rueda, con su perspectiva de otorgar valor y preponderancia y sustento moral a las mujeres que eligen vivir en el medio rural, o en las urbes, sin renunciar a ninguno de sus derechos. Un gozo. Verlas, escucharlas. Sentirlas, dije.

Son las feministas de siempre. Las que, seguramente, ven con malos ojos que Irene Montero pilote el Ministerio de Igualdad. Su «ley trans» es disparatada. Y va en contra de las mujeres. Porque sexo y género no son lo mismo, y Montero quiere que sí lo sean. Su ley es un retroceso de décadas. Una barbaridad. Una ley acientífica que concede la femineidad o la masculinidad a todo aquel, sin consideraciones previas o informes médicos, que se «sienta» hombre o mujer. Una ley que permite el fraude de ley o que avala el fraude de ley. Mañana mismo puedo sentirme mujer. Decir que es así. Y las autoridades de inmediato refrendarán mi sentimiento. No iré a los extremos. Pero existen: esos que se declaran hombres o mujeres en virtud de los beneficios que puedan obtener por tal declaración. Podría seguir. No quiero. He militado y milito en la otra parte. El feminismo de la igualdad. El que no se cansa de pedirla. El que quiere más. El resto es faltar al respeto.