Y Pablo Iglesias se volvió polvo cósmico

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Isabel Infantes | Europa Press

07 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Es imposible encontrar en la vida pública española de las cuatro últimas décadas a un político que, tras haber hecho tanto ruido como Iglesias desde el 2014 hasta que anunció su retirada hace tres días, haya dejado tras de sí un legado tan insustancial y tan inútil. De hecho, la formidable irrelevancia de la herencia de Iglesias en todos los sentidos es solo comparable al barullo generado por el líder de Podemos desde que fundó el partido que ahora acaba de dejar tirado a la deriva.

Ha habido sin duda en la política española diletantes cuyo rastro desapareció a idéntica velocidad con que lo hace el agua en un cedazo (de Gil y Gil a Mario Conde, pasando por el inefable Ruiz Mateos), pero ninguno consiguió alborotar tanto como Iglesias, para acabar al fin vencido por sus propios fantasmas de forma estrepitosa.

Iglesias ofendió a los impulsores de nuestra reconciliación y del gran pacto de la Transición que hizo posible la mejor democracia que en España hemos disfrutado -una de las mejores del planeta-, pero el resultado de sus afrentas ha resultado irrelevante. Las fuerzas que defienden la España de 1978 -a alguna de las cuales ha calificado últimamente de fascista el ya ex líder de Podemos- le han metido palizas sucesivas, que desautorizan también la pretensión del político izquierdista de ser el portavoz verdadero de la gente: las elecciones de Madrid, donde Ayuso barrió a Podemos en particular y a la izquierda en general, han resultado ser un rotundo mentís a esa soberbia, destrozada por la victoria del PP no solo en las zonas pudientes, sino también en los barrios populares que Iglesias consideraba la reserva espiritual del izquierdismo.

Y lo que sirve para la Transición vale para la unidad de España, que aun existirá cuando ya nadie recuerde la defensa por Iglesias de la autodeterminación. O para esa monarquía que él iba a convertir en la Tercera República, pero que ahí sigue, y probablemente seguirá, cuando un Iglesias-abuelo cebolleta le cuente a sus nietos las aventuras de la época en que se dedicaba a la política. Y ya no digamos para su ejecutoria como vicepresidente, de la que solo se conoce su total inanidad.

Tampoco de los latigazos del ex líder de Podemos a la casta que dominaba los partidos tradicionales quedará otra cosa que su cínica conversión en casta política y social: política, porque solo Sánchez ha gobernado un partido con tal grado de autoritarismo leninista; y social, porque de aquel barrio popular donde vivía en supuesta comunión con sus vecinos dio el salto Iglesias al chaletazo de Galapagar, salto que, en una payasada inconmensurable, sometió a la tramposa aprobación plebiscitaria de sus seguidores. ¡Genio y figura!

A un Chávez ya achacoso le preguntaron un día por Aznar y el golpista bolivariano, maestro de los padres de Podemos, dijo con todo su engolamiento y vozarrón: «Aaaznar se volviooó pooolvo cóoosmico». A su discípulo acaba de sucederle igual ahora. Puro polvo cósmico: eso es ya para la historia de España Pablo Iglesias.