El fantasma nazi reaparece en Alemania

J. Gómez Peña MADRID / COLPISA

INTERNACIONAL

Alice Weidel, de AfD
Alice Weidel, de AfD KAI PFAFFENBACH

La recesión, el descontento social y el rechazo a la inmigración relanzan el apoyo popular al partido AfD, la ultraderecha, que ronda el 20 % en las encuestas electorales

26 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Con el nazismo que provocó una guerra mundial y el Holocausto judío, a Alemania le pasaba como a esos pacientes a los que les amputan una pierna. Ya no la tenían pero seguían notando sus picores. El país hizo durante décadas una cura de redención. Prohibió cualquier gesto de tinte xenófobo y se enfrentó a su horrible memoria. Asumió su culpa histórica y se convirtió en un ejemplo de cómo superar cualquier época oscura.

Hace unos días, en Pirna, una ciudad sajona de 40.000 habitantes próxima a la República Checa, el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) fue el más votado en las elecciones municipales. Recibió un apoyo del 38 %. Es la primera localidad germana de tamaño medio donde se impone esta corriente política. En Pirna hay un museo que recuerda el horror del nazismo. Allí, en el castillo de Sonnenstein, fueron asesinadas 15.000 personas en una cámara de gas: la mayoría eran ciudadanos alemanes con algún tipo de discapacidad; también pasaron por el crematorio presos judíos de los campos de concentración. Ese escenario que entonces se llenó de olor a muerte alimenta ahora el resurgir de la ultraderecha. Y a Alemania, que se rascaba una pierna que creía no tener, le ha empezado a crecer esa extremidad, el AfD, que, en opinión de Friedich Merz, líder de los conservadores (CDU), es un partido «xenófobo y antisemita».

No es un fenómeno aislado.

El auge de esta corriente afecta a buena parte de Europa: Hungría, Polonia, Finlandia, Italia, Francia, Suecia, Austria... AfD es un partido nuevo, fundado en el 2013 por una veintena de empresarios, periodistas y economistas. Su ideología es siempre a la contra. Contra el migrante, contra el euro... Les unió el rechazo a las medidas de la entonces canciller Ángela Merkel. Parecía un brote exótico. Una anomalía. Y le costó florecer. Lo hizo en el 2017, cuando entró por primera vez en el Parlamento. Algo pasaba en el país. ¿Quiénes los votaban? Los desencantados. Un portavoz de AfD lo expresó así: «Cuanto peor le vayan las cosas a Alemania, mejor nos irán a nosotros».

El rechazo al inmigrante hizo de pegamento en las filas de la ultraderecha. Eso, en Alemania, obliga a rebobinar y recordar el genocidio del pueblo hebreo. AfD no arrastra ese peso. Al revés. Uno de los líderes, Alexander Gauland, dijo que los años de Adolf Hitler suponen apenas «una cagada de pájaro» en la larga historia del país. Entre sus compañeros está el líder de Turingia, Björn Höcke, que tachó el Memorial del Holocausto en Berlín como el «monumento de la vergüenza». Un número cada vez mayor de alemanes escucha esos mensajes. Y asienten. En el 2019, diputados de AfD abandonaron sus escaños en el Parlamento de Turingia durante una ceremonia en honor de las víctimas del Holocausto. La presidenta de la sala, Ilse Aigner, mostró así su indignación por esa muestra de desprecio: «El que es ciego para el pasado lo es también para el futuro». En cuestiones de racismo, Alemania no es un país más.

Desde la eclosión nazi de la primera mitad del pasado siglo se acuñó un lema: Nie wieder. Nunca más. Ahora aparecen otras pintadas en las paredes, sobre todo en ciudades del este. En un reportaje de The New York Times, se recogen algunos de los nuevos lemas ultraderechistas: ‘¿Islamización? No con nosotros', ‘¡Defiéndete! Este es tu país!', ‘¡Cierren las fronteras!'. Sus defensores no son solo cabezas rapadas. Hay de todo. Se hacen llamar «la nueva derecha». Se sienten los salvadores del espíritu alemán. Como dice uno de sus miembros, Philip Thaler, alumno de Ciencias Políticas, ellos son «como el Greenpeace de Alemania». Los guardianes del hábitat racial. Por eso piden que los inmigrantes que no se integren sean devueltos a sus lugares de origen. «Si hoy quieres ser un rebelde, tienes que estar en la derecha», anima Ingrid Weiss, una activista austríaca. «No queremos convertirnos en minoría dentro de nuestro país», agrega Alex Malenki, un estudiante sajón. Contra el euro AfD nació como una reacción al euro. Pronto se radicalizó.

Jürgen Falter, politólogo de la Universidad de Mainz, dice que los responsables de este partido «piensan en términos de raza». «Eso -añade- los convierte en muy peligrosos y los diferencia de otras formaciones conservadoras. Tienen elementos protofascistas». Con este andamiaje ideológico, AfD, una formación con un líder regional que fue imputado por exhibir un símbolo nazi, no deja de subir en las encuestas. Según un barómetro de la televisión pública ARD, obtendría el 18 % de los votos.

Impensable hace diez años. Ya no es una anécdota incómoda. De hecho, según politólogos como Maximilian Kreter, la ultraderecha ha empezado a influir en otros partidos y a marcar la agenda política. La debilidad del actual Gobierno de coalición de socialistas, verdes y liberales es campo abonado para el crecimiento de opciones radicales. Alemania está en recesión. La guerra de Ucrania ha despertado un sentimiento militarista aletargado tras la II Guerra Mundial -ya se pide la vuelta de la ‘mili' obligatoria-. El encarecimiento del gas, que provenía en su mayoría de Rusia, ha elevado la factura de la calefacción. La inmigración se ve cada vez más como un problema. Y partidos conservadores moderados como la CDU empiezan a escorarse hacia el extremo y piden limitar el número de asilos. Eso juega a favor de los radicales porque el votante prefiere el original a la copia. Alemania es un síntoma de la decadencia de Europa.

El continente ha pedido peso. Ya no aspira a competir con Estados Unidos o China, sino a mantenerse a flote. Asiste, además, a la desmovilización de sus votantes. La ultraderechista Giorgia Meloni, por ejemplo, llegó al Gobierno en unas elecciones en las que cuatro de cada diez italianos se quedaron en casa. Los descontentos llenaron las urnas. En el 2017, un grupo de simpatizantes nazis salieron a las calles de Chemmitz (Alemania) a cazar inmigrantes. Y el país, el ejemplo de una comunidad que se había enfrentado a su pasado racista con honestidad, comprobó que la pierna amputada comenzaba a crecer.