Líbano: el ocaso de la antigua Suiza de Oriente Medio

Mikel Ayestaran JERUSALÉN / COLPISA

INTERNACIONAL

Un libanés observan la extinción del incendio otro gran incendio en el almacén donde la Cruz Roja Internacional guardaba cerca del puerto la ayuda humanitaria volvió a despertar los fantasmas del desastre.
Un libanés observan la extinción del incendio otro gran incendio en el almacén donde la Cruz Roja Internacional guardaba cerca del puerto la ayuda humanitaria volvió a despertar los fantasmas del desastre. WAEL HAMZEH | Efe

La corrupción, el paro y los precios al alza complican la vida de Beirut, que trata de recomponer su día a día tras la explosión

13 sep 2020 . Actualizado a las 18:19 h.

«Esto es peor que la guerra». Es la frase que más repite Gaby Jammal a la hora de analizar la situación que vive el Líbano un mes después de la brutal explosión en el puerto de Beirut que mató a 192 personas y arrasó media ciudad, y a falta de unas semanas para el primer aniversario de la revolución del 17 de octubre, la oleada de protestas sociales anti corrupción que recorrió todo el país. Veterano de la guerra civil, Jammal forma parte de la ONG Combatientes por la Paz en la que decenas de exmilicianos de distintas facciones, que pelearon entre ellos, se han unido para que nuca se repita la lucha armada entre libaneses.

«Durante la guerra no había seguridad, pero la calidad de vida era mejor que hoy que vivimos en paz. Podías encontrar vida normal lejos de la línea del frente, pero ahora nada es normal», sentencia Jammal, quien alerta de la situación de «locura en la que nos encontramos muchos libaneses que hemos visto cómo en los treinta años de paz nuestros políticos han destrozado el país».

El Líbano despierta poco a poco de la pesadilla del 4 de agosto, cuando reventaron 2.700 toneladas de nitrato almacenadas de manera incomprensible en el puerto, aunque esta semana otro gran incendio en el almacén donde la Cruz Roja Internacional guardaba cerca del puerto la ayuda humanitaria volvió a despertar los fantasmas del desastre. La explosión de agosto fue la guinda final de una crisis económica y política que se destapó en octubre cuando los libaneses se echaron a las calles para protestar por la subida de los precios y contra la corrupción endémica de un sistema basado en el reparto de poder por sectas, un sistema implantado hace treinta años para poner fin a la guerra civil. El malestar se agravó con el confinamiento derivado del coronavirus y todo saltó por los aires con la catástrofe del puerto.

En un país que durante sus años de esplendor fue bautizado como «la Suiza de Oriente Medio», se estima que hoy el 50 % de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. El valor de la lira ha caído un 80 % desde octubre y el sueldo medio de un funcionario no llega al equivalente a los 500 dólares (unos 420 euros). Los precios, que llevaban meses subiendo debido a la inflación, se han disparado tras la explosión y «el coste de los materiales básicos necesarios para reconstruir hogares y negocios está fuera del alcance de miles de personas que ya estaban luchando por sobrevivir antes de la explosión. Si bien el salario mínimo es poco menos de 380 euros al mes, el coste de reemplazar una ventana ahora es de casi 422 euros y una puerta de hasta 844 euros», señaló Bachir Ayoub, portavoz de Oxfam.

«Nacerá un Líbano nuevo»

«La crisis nos une a todos, seamos de la confesión o el partido que seamos. La gente no tiene para comer. ¿Cómo va a tener para reparar sus viviendas?», se pregunta Jammal. Él podría optar por emigrar, como hacen los miles de libaneses que colapsan el aeropuerto internacional Rafik Hariri cada día, pero ha decidido quedarse porque «de estas ruinas nacerá un Líbano nuevo y quiero trabajar para conseguirlo». Carmen Gea opina como Jammal y se queda. La vida de esta profesora de Administración Pública en la Universidad Americana dio un giro radical el 4 de agosto y desde entonces compagina la tarea docente con su labor de activista en Khaddit Beirut.

Esta iniciativa social nació 24 horas después del desastre y Gea considera que «estos primeros seis meses son clave porque debemos ser capaces de liderar nosotros la reconstrucción, no podemos permitir que las organizaciones y empresas vinculadas al sistema sectario corrupto que nos gobierna sean las responsables de los proyectos porque eso hará más difícil cualquier cambio en el futuro». El grupo ofrece cobertura médica a las víctimas, garantiza la educación, apoya al pequeño negocio, cuida el medio ambiente y vigila la llegada de la ayuda internacional para intentar evitar que caiga en manos equivocadas. «Apoyar al Estado no es malo, pero hay que exigir responsabilidad. Somos conscientes de que no se puede reconstruir una ciudad solo con activistas: las instituciones son fundamentales, pero las que tenemos deben cambiar mucho y para eso es importante la presión internacional», piensa Gea.

Como el resto de libaneses, esta profesora ha visto cómo su sueldo ha ido menguando con la subida del dólar y «ya no llego a final de mes y eso que soy soltera y no tengo hijos. ¡No entiendo cómo pueden sobrevivir las familias!» A los problemas financieros se suman los energéticos ya que los cortes de luz son permanentes y no hay dinero para comprar combustible para los generadores. El panorama puede complicarse aun más si el Banco Central retira los subsidios a la gasolina y medicamentos. Según Acción Contra el Hambre, el precio de la cesta de la compra alcanzó en agosto un precio récord, con una subida de 336 % respecto al mismo mes del pasado año. La crisis económica y la explosión de agosto ha conseguido también algo que no pudo ni la guerra: acabar con la noche de Beirut, una ciudad irreconocible, que sigue en estado de shock.