La vida (que la hay) después de la troika

mercedes mora REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

VÍTOR MEJUTO

El país, que salió del rescate en el 2014, vuelve a crecer, ha puesto en orden sus cuentas y rebajado el paro a la mitad

21 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Con la espada de Damocles de una deuda pública descomunal pendiendo sobre su cabeza, la soga al cuello de un déficit público galopante y el látigo de los mercados fustigando sin piedad, hacía ya tiempo que Portugal estaba sentenciada al rescate. Demasiado. Los especuladores lo sabían. Llevaban meses apostando por su caída. En buena medida -mucha-, había sido su asedio lo que había conducido al país hasta el tramo final del callejón sin salida en el que se encontraba. Pero el Gobierno luso se empeñaba en cerrar los ojos. Y no fue hasta el 6 de abril del 2011 cuando el Ejecutivo del socialista José Sócrates -entonces ya en funciones- bajó los brazos. No le quedó otra que rendirse a la evidencia: la supervivencia financiera del país exigía la intervención de sus socios europeos. Y tiró la toalla.

Portugal se convertía así en la tercera ficha del dominó en caer. Antes lo habían hecho Grecia e Irlanda. Después le tocaría el turno a España. Pero esa es otra historia.

Mucho ha llovido desde entonces (aunque menos de lo que los arrasados montes lusos precisaban). Y Portugal ha dejado de ser el patito feo que fue para convertirse en el admirado cisne de la eurozona. Todo el mundo habla del milagro económico luso. Hasta el cenizo de Wolfgang Schäuble, el veterano político alemán que durante ocho años dominó con mano de hierro la gestión de la crisis del euro desde el todopoderoso Ministerio de Finanzas germano, ha tenido que tragarse sus palabras. Y eso después de intentar hace algo más de un año, sin éxito, abocar a los portugueses a un nuevo rescate por la desobediencia del Gobierno socialista de António Costa a los dictados de la troika. «El bombero pirómano» lo llamaron desde Lisboa. Schäuble ya no está. Y para muchos pasará a los anales como uno de los grandes responsables de los continuos fiascos que lograron transformar la crisis de Grecia (2 % del PIB de la zona euro) en una amenaza existencial para el futuro de la Unión Europea. Pero esa también es otra historia.

Sin discusión

Polémicas aparte, lo que nadie puede discutir, ni siquiera Schäuble, es que Portugal está de moda. Ha ganado la Eurocopa. Y Eurovisión. Y hasta ha colocado a uno de los suyos, el exministro Mário Centeno, al frente del Eurogrupo, el sanedrín de los ministros de Finanzas de la zona euro, donde tanta estopa se les dio durante los tiempos de las vacas flacas. Sin olvidar tampoco que hace ya un año que António Guterres lleva las riendas de la Secretaría General de la ONU.

Éxitos deportivos, musicales y diplomáticos aparte, en lo económico las cosas marchan bien en el país vecino. En mayo del 2014, Portugal volvía a ser libre para tomar sus propias decisiones económicas, tras salir limpia del programa de rescate y decir adiós a los inspectores de la troika. De los 78.000 millones que le prestaron sus socios en el 2011, han devuelto ya un 80 %. Y en el año que acaba de terminar han abandonado el procedimiento de déficit excesivo, algo que todavía no ha logrado España. Ni Francia. Consideran en Bruselas que los lusos ya han puesto orden en sus cuentas y les han levantado el castigo.

En resumidas cuentas, que tras años bajo el yugo de la austeridad Portugal vuelve a crecer, ha cuadrado sus finanzas y mira ya por el retrovisor la fase más dura de la crisis.

Luces y sombras

Pero, como en todos los milagros, en el luso también conviven las luces y las sombras.

Cierto es que el PIB portugués ha crecido en el 2017 en torno a un 2,5 %. Y que el déficit público ha seguido cayendo después de acabar el 2016 en el 2,1 %, el más bajo desde la Revolución de los Claveles, de 1974. También que ese crecimiento ha venido acompañado de una impresionante caída del paro: las tasas de desempleo han pasado del 17,3 % (950.000 personas) del 2013 al 8,2 % (424.000) en noviembre del 2017. Hay que remontarse a los años felices de la precrisis para recordar tanto empleo y tan poco paro en Portugal. Desde que Costa cogió el timón a finales del 2015, se han creado más de 230.000 puestos de trabajo, más de 100.000 entre agosto del 2016 y el mismo mes del año pasado.

Y aquella infernal prima de riesgo que tantos disgustos y sacrificios acarreó a la ciudadanía lusa navega hoy en aguas tranquilas. Nada que ver con los desmanes de antaño. Se mueve por debajo de los 120 puntos básicos. Cada vez más cerca de la española, que anda por los 100. Sin olvidar que sus bonos han dejado de ser basura para las grandes agencias de calificación, excepción hecha de la, por el momento, inmisericorde Moody’s.

Hasta el inmisericorde Schäuble ha tenido que reconocer los progresos lusos Hasta ahí, las luces. Ahora, las sombras. Porque no es menos cierto que la deuda de Portugal sigue siendo intragable. Del 130 % del PIB, la pública; y del 270 %, la privada. Casi nada. El país se deja casi uno de cada diez euros del presupuesto público en pagar el servicio de esa deuda. Y eso con unos tipos de interés en mínimos históricos. De ahí que en Bruselas preocupe lo que pueda pasar cuando el BCE deje de comprar bonos y empiece a subir los tipos de interés. También albergan dudas en los despachos de la capital belga respecto al impacto que las ayudas a la banca tendrán en el déficit de Portugal, ahora bajo control. En sus entrañas guardan todavía los bancos lusos sacos de activos tóxicos.

Y en lo laboral también acampan las sombras. Se refieren los analistas en este capítulo al hecho de que más del 60 % de los contratos que se han firmado en Portugal desde finales del 2013 son a tiempo parcial, temporales o de obra. Con sueldos que, de media, rondan los 650 euros brutos al mes, apenas un 12 % por encima del salario mínimo, que desde este año está en 580 euros y que es lo que cobran una quinta parte de los ocupados.

Y eso que la recuperación de la economía lusa se ha fraguado sobre la subida de los salarios y la mejora de las pensiones y de los sueldos de los funcionarios, a quienes se les restituyó parte de lo que les arrebató la troika, lo que ha servido para mejorar la situación de las familias y estimular el consumo.

Pero, no es oro todo lo que reluce al otro lado de la raia.