Rufino Tamayo, del arte azteca a la modernidad

La Voz REDACCIÓN

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Rufino Yamayo

Se cumplen hoy 114 años del nacimiento del artista que renovó la esencia del arte tradicional mexicano

26 ago 2013 . Actualizado a las 19:08 h.

Rufino Tamayo bebió de la tradición del pueblo mexicano, inspirándose en el arte prehispánico y en la huella popular. No obstante, el interés por lo artístico prevaleció en su obra frente a la búsqueda de la esencia mexicana que emprendieron sus contemporáneos Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, llevandole a crear una obra inigualable que traspasó fronteras y dio la vuelta al mundo.

Rufino Tamayo nació hace hoy 114 años, el 25 de agosto de 1899, en la ciudad de Oaxaca. Su padre se fue de casa cuando el pintor era solo un niño. A los once años, murió su madre. En 1917 ingresó como alumno regular en la Escuela Nacional de Artes Plásticas en la ciudad de México. Sus profesores le consideraban un estudiante mediocre, pero su perseverancia y esfuerzo consiguieron empujarle hacia delante y convertirle en todo un referente de la pintura mexicana. En sus primeras obras revela una clara afinidad a las tendencias de la época, aunque pronto comienza a oponer su estilo personal al carácter nacional.

Rufino Tamayo fue uno de los grandes pioneros de la modernidad mexicana y puede apuntarse el mérito de haber introducido a México en el arte internacional Rufino Tamayo dejó tras su muerte (1992) una obra impregnada del carácter festivo-trágico del pueblo azteca, llena de color, texturas y de espacio. Como otros muchos creadores de este país,

Rufino Tamayo encontró en la producción gráfica la posibilidad de investigar y enriquecer el lenguaje plástico. Cultivó ciertas formas ingeniosas y espontáneas del arte popular, incorporando a su pintura rasgos, eclécticamente elegidos, de algunas de las vanguardias internacionales de principios del siglo XX. A través de símbolos, metáforas e imágenes poéticas, Rufino Tamayo pone de manifiesto sus reflexiones sobre grandes tópicos universales como lo absoluto, lo relativo y lo sublime.

Rufino Tamayo empieza a pintar naturalezas muertas y paisajes urbanos que lo sitúan en la línea de los descendientes de Cézanne. Otros trabajos suyos revelan una inspiración más libre y lírica, definida por la exaltación del color. En la década de los 40 se intala en Nueva York, donde reside cerca de veinte años y donde conoce las obras de Matisse, Picasso y Braque, entre otros, que influyeron notablemente en su producción. Con sus contemporáneos Dubuffet, Fautrier, Bacon, Balthus y De Kooning comparte más afinidades que con Matta y Lam y, poco a poco, comienza a descubrir la facultad metafórica de los colores y las formas.

No será hasta 1950 cuando Rufino Tamayo consolide su fama en su país y en el extranjero y en 1962 regresa definitivamente a México. Su obra fue evolucionando desde el uso de perspectiva lineal y las influencias cubistas a un estilo propio que refleja su fuerza racional, emocional, instintiva, física y erótica. Su trabajo goza de gran reconocimiento internacional y ha sido expuesto prácticamente en todo el mundo. Se incluye en colecciones de museos con prestigio internacional, entre ellos, el Museo Tamayo abierto en su honor. Sus murales también decoran los más diversos lugares como el edificio de la UNESCO en París.

La gran creación pictórica de Rufino Tamayo corre paralela a su producción gráfica, que potencia con diferentes materiales y con el collage para conseguir texturas y calidades ilimitadas. También destaca su curiosidad por la ciencia y la tecnología y su peculiar consideración del cosmos, una comunión de conocimiento, sensualidad, asombro y temor ante lo desconocido que se plasma en las figuras representadas en sus pinturas. Su obra como muralista, inspirada en el más puro «mexicanismo», culmina en el mural para el Museo Arqueológico de México, que simboliza la lucha entre el día (serpiente emplumada) y la noche (tigre).