Arde Bogotá: «El apoyo de la gente es lo que realmente puede catalogarse como fenomenal»

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Arde Bogotá
Arde Bogotá Ricardo Rubio | EUROPAPRESS

Son el fenómeno musical del año. No lo decimos nosotros. Lo dijeron los premios Ondas. Han irrumpido como elefante en cacharrería en el circuito festivalero. Y ni ellos mismos saben por qué

01 dic 2023 . Actualizado a las 11:03 h.

Hace un par de años, no más, Arde Bogotá eran cuatro chavales de Murcia, con la música por afición, a los que les sonrió la fortuna y ficharon por Sony. Hoy se los rifan los festivales y comparten tamaño de letra en los carteles con las vacas sagradas de la escena indie. Ni siquiera ellos mismos son capaces de racionalizar esta eclosión. De momento, en ocasiones desde la perplejidad, simplemente la disfrutan. «Este noviembre ha sido absolutamente ilógico para nosotros, lleno de muchas cosas muy chulas, pero un poco impropias. Nosotros estamos acostumbrados a grabar, coger la furgoneta, tocar... Y de repente hacer alfombras rojas y galas, pues es un poco raro. Pero ha sido divertido», cuenta Antonio García, guitarra y voz de Arde Bogotá.

—¿Aquello del pulpo en el garaje?

—Bueno, sí. Pero el garaje era bastante bonito (se ríe).

—¿Todas estas cosas nuevas que os están pasando son como esperabais o muy distintas a lo que creíais que podían ser?

—No, no son muy distintas. Sí que es cierto que yo me esperaba una cosa más protocolaria y aún más deshumanizada de lo que luego he visto. Pero, al final, todo el mundo nos ha tratado muy bien. Creo que la experiencia de estar en los Grammy o en los premios Ondas ha sido enriquecedora.

—Cuando a uno le dicen que es el «fenómeno musical del año», ¿cómo se le queda el cuerpo?

—Todo eso hay que saber relativizarlo. Tampoco creo que hayamos hecho un disco que le haya salvado la vida a nadie. Sí que hemos hecho unas canciones de las que estamos muy orgullosos. Lo que de repente ha ocurrido es que un montón de gente se ha puesto a seguirnos. Ese apoyo de la gente es lo que realmente puede catalogarse como fenomenal.

—Si te pregunto si sois los mismos que hace dos años, ¿me vas a decir que sí?

—No somos los mismos, pero pienso que tampoco somos muy diferentes. Desde luego, lo que no creo es que seamos peores. Y lo que sí somos es más felices. Y eso no era fácil de conseguir.

—Había algunos grupos, como Karavana, Shego o Ventiuno, que llevaban ya un par de temporadas en la segunda línea de la parrilla de salida de la escena indie, a la espera de su oportunidad. Y de repente llegáis vosotros desde la última fila, los adelantáis a todos y os ponéis primeros. ¿Qué lleva vuestra moto?

—No sé, no tengo ni idea. Solo sé que hacemos las canciones que nos gustan y que nos gustaría oír. Pero te prometo que no sé en qué se diferencia mi moto de la del resto.

—Encabezáis los carteles de muchos festivales junto a los grupos icónicos del indie. ¿Tiene hoy sentido ese concepto como elemento aglutinador de una determinada escena musical en España?

—El concepto de indie, no. Lo que sí creo que existe es una escena de festivales que tiene mucha fuerza y que cada vez siento más saludable. Cuando era público sí que tenía miedo de que un día eso dejara de existir, pero creo que el fenómeno festival se ha introducido mucho en el ocio de los españoles y ya es como parte de nuestra forma de disfrutar. Y luego, claro, existe una raza de bandas que se cultivan allí y que cada vez es más heterogénea. Como lo es el público que va a los festis.

—No falta quien critique, incluso algunos artistas, el desdén que provoca en parte del público esa heterogeneidad.

—Para mí, la heterogeneidad es salud. Enriquece el contenido musical de ese festival. Está claro que es fundamental hacer esas combinaciones con cierta lógica, pero ahí es donde entra en juego el criterio artístico de los programadores.

—El aluvión de festivales ¿no está poniendo en peligro el circuito de salas?

—Yo creo que se pueden retroalimentar. Seguro que mucha la gente que venga a vernos a la Capitol es gente que nos vio cuando estuvimos en A Coruña o en Vigo. También entiendo que pagar una entrada para para ir a ver solo a una banda es una decisión que toma alguien a quien realmente ese grupo le gusta mucho. Es un proceso complejo. La responsabilidad de las bandas es conseguir que lo que hacemos en las salas tenga un valor añadido y que la gente entienda que va a disfrutar más que en un festival por el hecho de vernos solos.

—Dice la hoja de promo de vuestro último disco que es «una declaración de intenciones donde solo ellos conocen los límites». Aunque bien sé que hay que poner siempre en cuarentena ese tipo de afirmaciones, ¿cuáles son esos límites?

—Odio las hojas de promo, porque incluso cuando me dejan revisarlas y participo de lo que dicen, siempre acabo aborreciendo frases como esa, por ejemplo. Es demasiado rimbombante. Pero, claro, luego desde la agencia me dirán que es importante porque hay periodistas que necesitan ese tipo de cosas. En fin... En lo que sí estoy de acuerdo es en que solo de nosotros va a salir la iniciativa de descubrir nuevas cosas, de avanzar, de crear nuevos mundos y de decidir qué banda queremos ser pasado mañana.

—Te hablaré entonces de otros textos, la letra de algunas canciones, que supongo que no aborrecerás, porque son letras tuyas.

—Te aseguro que también las puedo llegar a aborrecer (se ríe).

—En «Todos mis amigos están tristes» hablas de vengar el arrepentimiento. ¿Tienes mucho de lo que arrepentirte?

—Como todas las personas del mundo, a nivel personal sí, hay cosas que ojalá hubiera hecho de un modo distinto. Pero de las cosas que nos han pasado como banda, me arrepiento de muy pocas. Casi de ninguna. Alguna vez pienso que quizá no estuvimos a la altura de las cosas que nos pasaron por lo rápido que nos pasaron. Que la gente demandó de nosotros algo que no fuimos capaces de hacer.

—Eres abogado. ¿Añoras algo de tu anterior vida profesional?

—Añoro la rutina. Ese cierto punto de rutina que te permite organizarte bien. Y añoro mucho el estudiar. El trabajo que tenía antes fomentaba mucho el estar al día de lo último que hubiera pasado respecto a las materias que trabajaba. Eso es algo que trato de hacer también como músico, pero me resulta muy difícil, porque no tengo las herramientas que allí tenía para estar siempre en la vanguardia.

—Supongo que en la música esa labor de investigación no es otra cosa que escuchar lo que está saliendo. ¿Procuras estar al día de lo que pasa?

—Procuro estar al día, pero trato también de permanecer un poco aislado, en el sentido de no estar todo el rato pendiente de las redes o de la prensa, porque siento que no me aportan ningún beneficio. Desde que me he ido de Instagram no me resulta tan sencillo estar al corriente de las novedades.

—A veces, como en «Los perros», lo haces guarro, pero en otras te pones de un sublime delicado, como cuando dices que «la salvación estaba dentro de un beso y de una caricia en el pelo».

—Con ese tipo de letras siempre tengo el miedo de que parezca que tengo la verdad absoluta sobre las cosas. Yo no quiero ser mesías de nada. Yo cuento las cosas desde mi experiencia, que sé perfectamente que está absolutamente sesgada.

—Te he escuchado varias veces hablar de la necesidad de poner en cuestión el concepto de masculinidad desde la música. ¿Qué se puede hacer al respecto?

—Ese es uno de los conflictos con los que me enfrento todo el tiempo. El querer hacer una canción sobre algo tan natural como las ganas que tengo de acostarme con alguien y no sonar a imbécil. Porque la mayoría de las canciones que han escrito tíos hablando de las ganas que tenían de acostarse con tías, con el tiempo suelen envejecer regular. Y entre ellas a lo mejor se incluyen algunas de las que he escrito yo, pero bueno, es parte del examen que creo que estoy obligado a hacer como ciudadano del mundo actual.

—Una de las canciones que más ha sonado este verano ha sido el remix de «Los perros». ¿Es una excepción o es una vía que tenéis pensado explorar más veces?

—Nosotros descubrimos la primera versión de ese remix porque alguien que lo escuchó en algún sitio nos etiquetó. Y dijimos «hostia, ¿qué es esto?, ¡que bien suena!». Así que decidimos pasarles todo el material a los Djs (Andrés Campo y K-Style) para que pudieran publicar la canción utilizando las pistas originales. Y así lo hicimos. Y más allá de lo que nos ha podido aportar por la repercusión que el tema ha tenido, lo que más me gusta es que ha conseguido la conexión de dos escenas que parecían independientes, como son la electrónica y el indie. Hay incluso un trasvase de público. Gente que seguía a los Djs ha descubierto a Arde Bogotá y le gusta, y al revés.

—¿Habrá algún otro remix de este disco?

—No lo sé. Ten en cuenta que el listón está muy alto. Creo que el ejercicio ya está hecho y tenemos que centrarnos en otras cosas.

—Ahora venís a Santiago, en mayo vais al Ourensound, después al PortAmérica... ¿Cómo es vuestra relación con Galicia?

—Muy positiva. Piensa que es el sitio que más lejos está de nuestra casa, pero siempre que hemos ido nos han tratado superbién. El tópico dice que en el norte el público es más frío, pero nosotros en Galicia para nada hemos tenido esa experiencia.

—¿Qué referencias tenéis de la escena musical gallega?

—Mi artista favorito es Grande Amore. Antes lo eran Novedades Carminha, pero ya no existen. Y de Carlangas, aunque me gusta su disco, no supera la idolatría que yo tenía por Novedades cuando salieron. Y respecto de lo más novedoso, Grande Amore es lo que me ha entusiasmado. Hace una música tan divertida y tan vanguardista a la vez... Me flipa.