El doble rechazo de «El túnel»

TEXTO: XESÚS FRAGA

FUGAS

Paco Campos

En 1948, Ernesto Sabato se encontró con la negativa de las editoriales argentinas para publicar su primera novela. Tras su éxito, en 1965 se topó con la censura franquista. Una edición aniversario incorpora los informes que la consideraban «no autorizable».

03 ago 2018 . Actualizado a las 13:39 h.

Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne». Bastará citar este comienzo, uno de los arranques más célebres de la historia de la literatura, para situarnos al inicio de El túnel, el gran clásico del escritor argentino Ernesto Sabato (Rojas, 1911-Santos Lugares, 2011). Publicada en 1948, forma parte de una suerte de trilogía novelística, junto a Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón el exterminador (1974).

Como tantos clásicos, El túnel son muchos libros dentro de uno solo. Admite lecturas existencialistas -la corriente en auge en el momento de su aparición-, pero también se puede plantear como una narración psicológica, como un examen minucioso de la mente y sus patologías, e incluso como un vaciado de la novela policial que luego se ha vuelto a llenar con otros materiales. Y, como tantos clásicos, nos habla de su momento y nos interpela en el nuestro: del absurdo de la condición humana que imperaba en los abordajes a las páginas de Sabato, podemos pasar a enmarcar la relación de Castel e Iribarne dentro del marco del maltrato y la violencia machista, como ha hecho, por ejemplo, Carme Riera. Un aspecto que quizá hace décadas pocos -o pocas- anotaban, pero que ahora no puede pasarnos inadvertido: nos hemos movido y El túnel también se mueve con nosotros.

Varias crisis

Pero la escritura y publicación de El túnel no fueron fáciles. El escritor había atravesado varias crisis, entre ellas, la que lo alejó de la ciencia -se doctoró en Física y Matemáticas y trabajó en el laboratorio Curie-, y la que lo apartó del marxismo. Los problemas económicos lo acuciaban. De ahí su respuesta irónica al argumento de Victoria Ocampo para no publicar El túnel: «‘Estamos medio fundidos, no tenemos un cobre partido por la mitad’. Qué auténtica me pareció entonces esa frase de Oscar Wilde: ‘Hay gente que se preocupa más por el dinero que los pobres: son los ricos’». El rechazo de Ocampo fue uno de los muchos que recibió la novela, como recordaría Sabato en Antes del fin, antes de finalmente publicarse en la revista Sur gracias a un préstamo de un amigo del autor, Alfredo Weiss.

El éxito fue notable. Albert Camus la elogió; la edición francesa en Gallimard lanzó la novela al panorama internacional. En 1965, Seix Barral empezó los trámites ante la censura para preparar su edición, que además sería la definitiva y revisada por Sabato. El primer dictamen fue «no autorizable». El censor admitía que la narración encerraba una defensa del amor, pero, ay, «se parte del equívoco de que el amor puede ser ilícito», un empeño que deriva en la «justificación» del asesinato, a ojos del funcionario del eufemísticamente llamado Sección de Orientación Bibliográfica. Otro censor aludía al «ambiente moral disolvente y absurdo» para negar la publicación. A finales de año, Seix Barral insistió. La respuesta fue la misma, con una argumentación más prolija. Escribió el censor: «El relato emplea una fraseología excesivamente cruda, y si prescindimos de la intención simbólica del autor, no nos queda más que una novela pornográfica, en la que se relata un adulterio y un asesinato». Añadía, sagaz, el censor, que la brevedad de El túnel «puede ponerla en manos de un amplio círculo de lectores que no comprendería fácilmente la intención simbólica de la novela»: como un tutor que vela por el bienestar de sus pupilos, la consideraba «no autorizable».

Finalmente, en 1978 se publicó, con una tirada de 15.000 ejemplares, y ahora, a cuarenta de esa edición y setenta de su primera aparición, Seix Barral presenta una versión que incluye los expedientes de la censura y varios textos de Sabato sobre su novela, que expresa su «lado negro y desesperanzado».

Adaptación al cine

La novela sufrió la censura y fue llevada al cine en varias ocasiones: a la izquierda, la actriz Lola Forner en la adaptación de 1987 dirigida por Antonio Drove.