La breve escala de un barco y los milagros de la literatura

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

Álvarez Blázquez, Ramón Piñeiro, Álvaro Cunqueiro, Domingo García-Sabell, Ánxel Fole, Francisco Fernández del Riego y Otero Pedrayo
Álvarez Blázquez, Ramón Piñeiro, Álvaro Cunqueiro, Domingo García-Sabell, Ánxel Fole, Francisco Fernández del Riego y Otero Pedrayo

21 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

La verdad es que el miércoles, en Vilanova de Lourenzá, durante el acto central de la celebración del Día das Letras Galegas, dedicadas este año a Francisco Fernández del Riego, hubo más de un momento de intensa emoción. Pero si yo tuviese que destacar alguno en especial, me quedaría, sin duda, con el instante en el que el profesor Alonso Montero recordó el encuentro «semiclandestino» que del Riego y Luis Seoane mantuvieron en Vigo, cuando el artista, que regresaba a la Argentina a bordo del Highland Princess, después de haber pasado un tiempo en Inglaterra y Francia, aprovechó para bajar a tierra en Galicia una escala del buque de apenas un par de horas. Eran tiempos muy difíciles, aquellos, como bien recordó Alonso Montero —que también los vivió y padeció—; y a mí me emocionó mucho escuchar la lectura de la carta que Seoane le envió después a Del Riego desde su exilio argentino, confesándole —hermosa y maravillosa paradoja— que pasar unas horas en Galicia, junto a los amigos más queridos, le había hecho mucho bien, pero también, al mismo tiempo, mucho daño. Porque a la felicidad que le causó poder pisar Vigo durante ese par de horas, casi —o sin casi— a escondidas, se unió enseguida uno de esos dolores inmensos que parten el corazón: el de tener que marchar de nuevo.

Fue precioso, como les decía, el acto de Vilanova de Lourenzá, celebrado allí (en la villa natal de Fernández del Riego) por la Real Academia Galega. Especialmente hermoso fue escuchar a Margarita Ledo Andión, una de las figuras centrales de la cultura gallega de nuestro tiempo. Margarita es una de las pocas personas que, en este siglo terrible que nos ha tocado vivir, poseen el don de convertir en poesía todo aquello sobre lo que posan su mirada (también el cine, y la fotografía documental, por cierto...). Y fue una delicia, como les digo, oírla recordar a don Paco, de quien vino a decir que él era luz, la luz de un vagalume, que impidió que la oscuridad lo invadiese todo. Como deliciosas fueron, también, las intervenciones de Francisco Díaz-Fierros —que recordó hasta qué punto uno es también, en buena medida, un paisaje— y de Freixanes, quien insistió en que difícilmente podría entenderse el renacer de la cultura gallega sin la labor que hasta el fin de sus días llevó a cabo Del Riego.

Estaba Lourenzá, la soleada mañana del Día das Letras, llena de amigos (Medos Romero, Alberte Ansede, Camiño Noia, Ramón Nicolás, Xulia Díaz, Luis Méndez, Fernando García Cadiñanos, Foxo...). También Fene, donde después, por la tarde, se celebró el tradicional acto del Círculo Mercantil, cuyo local social está muy cerca de Río de Sáa, ese territorio mágico cuyas aguas son insuperables para ser navegadas con barcos de papel o con navíos hechos de sueños. Al volver a casa, a medianoche, brillaban, por fin, vagalumes nuevos. Siempre hay milagros en primavera.

Francisco Fernández del Riego y Álvaro Cunqueiro
Francisco Fernández del Riego y Álvaro Cunqueiro