Casi 25 años sin Torrente Ballester

FERROL

KOPA

09 mar 2023 . Actualizado a las 23:46 h.

Esto también parece mentira, sí, pero no lo es: ya han pasado casi 25 años desde que Gonzalo Torrente Ballester (Ferrol, 1910-Salamanca, 1999) marchó al otro lado del río, a lo que nosotros llamamos muerte. Un cuarto de siglo. El tiempo suficiente, me parece a mí, para comenzar a ver ya, con una cierta perspectiva, la literatura de uno de los autores fundamentales del siglo XX europeo. El propio Torrente solía decir que cuando un escritor fallece su obra se ve obligada a pasar, inevitablemente, unos años de «purgatorio». Y tenía razón. Pero hasta del purgatorio se sale. De hecho, a mí me parece que los libros de GTB se han ganado ya, sobradamente, el derecho de ocupar el lugar que les corresponde en la historia de la cultura. Es decir, la eternidad. Aunque, claro está, eso no es algo que vaya a suceder —al menos a estas alturas— de manera automática. Porque a los libros les pasa como a quienes los escriben: que no pueden nadar contra la corriente siempre.

Carlos Casares, que tan amigo era de Torrente, decía que la literatura no tiene por qué gustarle a todo el mundo. Cosa que pienso yo, también. Pero, dicho esto, quizás convendría subrayar, además (¿no creen...?), que los grandes libros —los que hacen del escritor, como decía Faulkner, el «oscuro hermano de sí mismo»— nos permiten a todos vivir más vidas que la nuestra; y eso, de vez en cuando, hace mucha falta. Hasta para respirar.

A mí me gustaría que Casares, con quien estaré en deuda siempre, siguiese aquí. En este mundo. De él —como de Basilio (Losada), de Enrique Cal Pardo, de Darío Xohán Cabana, de Luz Pozo Garza, de José María López Ramón, de Xabier Docampo, de Mario Couceiro y de tantos y tantos otros amigos— me acuerdo todos los días. Y aunque su ausencia me hace cada vez más daño, sus libros, gracias a Dios, me acompañan. Como me acompañan las novelas del propio Torrente, a quien por cierto traté muy poco, pero a quien admiré, con verdadera devoción, desde mi adolescencia, y al que cada año que pasa admiro más.

La literatura de GTB (acabo de releer su formidable Crónica del rey pasmado, y tiene páginas en las que uno le dan ganas de aplaudir) le debe mucho a Ferrol, que es donde el escritor aprendió a caminar al mismo tiempo por lo real y lo mágico (cuestión, esta, de la que, por cierto, hablará dentro de unos días el profesor Ponte Far en la Cátedra Jorge Juan). Pero también Ferrol le debe mucho a Torrente. Por eso ahora, cuando vamos camino del vigésimo quinto aniversario del fallecimiento del autor de Los gozos y las sombras, me gustaría que la ciudad asumiese, con decisión, la necesidad de mantener vivo su recuerdo. Sin olvidar tampoco, por supuesto, que el mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor es leerlo.

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