La muerte lenta de las tiendas de barrio en Galicia amenaza 4.000 empleos autónomos

Manoli Sío Dopeso
m. sío dopeso REDACCIÓN / LA VOZ

ECONOMÍA

Solo las «calles franquicia» sobreviven al cierre masivo de negocios: casi un millar este año

03 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

A cuentagotas y en silencio, de manera casi invisible, el pequeño comercio gallego de proximidad, el de barrio, el de pueblo, se extingue sin nadie le ponga remedio. Está ocurriendo en pueblos y parroquias, en donde ya no queda otra alternativa que desplazarse en coche hasta para ir a comprar el pan. Pero también en los barrios de las grandes ciudades. El apagón comercial deja un panorama de calles salpicadas de locales cerrados que amontonan suciedad y correspondencia que jamás será leída tras unas verjas permanentemente echadas.

Solo las llamadas calles franquicia, las que concentran el mayor número de enseñas comerciales, y que irremediablemente están vinculadas a la presencia de grandes grupos internacionales (Inditex, H&M, Mango, Tendam, El Corte Inglés...) se salvan de la decadencia de un sector del que viven en Galicia ocho de cada diez autónomos, de un colectivo de 213.000 afiliados. Los demás, los que están fuera de las marcas bandera, aguantan hasta que la situación se hace insostenible. Según el INE, el consumo al cierre de abril del 2018 en el pequeño comercio se ha reducido 0,4 %. En cambio, en las grandes cadenas ha crecido en el mismo período en un 4,3 %.

Los datos que aporta de la Seguridad Social son muy preocupantes. Cada día cierran tres tiendas en Galicia. Hay consumo, pero el autoempleo sin formación, las rebajas sin control, la presión de las grandes superficies y un feroz y pujante mercado por Internet tumbaron 1.100 negocios en el 2017, a los que sumar 800 más en los cuatro primeros meses de este año. 

A cuentagotas

La evolución es más negativa que la del pasado ejercicio, y la previsión para el año en curso alerta de alto riesgo de cierre para unos 4.000 negocios. Son los cálculos de la organización de autónomos UPTA, que explica que esas tiendas de un solo local son las regentadas en su mayoría por los trabajadores por cuenta propia. «Lo que está en peligro al final es la estructura comercial tradicional de nuestro país», advierte Eduardo Abad, secretario general de esta agrupación.

Solo en O Salnés, la comarca de origen de Abad que él pone de ejemplo, cerraron 140 establecimientos el año pasado y la sangría continúa. «Es un número extremadamente alto, el comercio se está enfrentando a una situación insoportable», denuncia. ¿Qué está pasando? «La liberalización de los horarios comerciales ha allanado el camino a la entrada de cadenas e híper en donde antes había negocios independientes», explican fuentes de la federación gallega de comerciantes.

Dicen que un claro ejemplo de este cambio son los comercios chinos: «Antes eran los únicos que cerraban tarde y trabajaban todos los días de la semana. Ahora tienes un Carrefour o un Día abierto hasta las diez, incluso algunos 24 horas. Con estos horarios, el comercio pequeño no puede competir», aseguran estas fuentes.

Escenificando el fin

Antes de echar el cierre, queda el derecho al pataleo, que se está extendiendo en distintas zonas de Galicia. Por ejemplo, emprendedores de Baio, Zas, Laxe, Ponteceso y Vimianzo han decidido unirse para a reivindicar la importancia del comercio de proximidad. En un acto celebrado hace unas semanas apagaron las luces, incluidas las de los rótulos durante 24 horas. «É un xeito de visibilizar a importancia do pequeno comercio, de lembrar que é responsabilidade de todos mantelo vivo; e de pedir que toda a sociedade loite pola súa permanencia», explican desde el colectivo movilizado.

En otras localidades, los comerciantes han optado por escenificar la defunción de las tiendas de barrio para llamar la atención de los consumidores. Es lo que han hecho propietarios de negocios de Salceda de Caselas, Rianxo y, este pasado jueves, los de Viveiro: empapelaron más de cien locales con periódicos viejos, y apagaron las luces simulando el cierre y la quiebra. «Queremos concienciar a la gente de la necesidad de comprar en los comercios de proximidad. El sector servicios es el que da vida a una localidad», afirman fuentes de la organización.

«No puedes tener un negocio abierto solo para vender unas pocas barras de pan»

m. s. d.

Fragoselo es un lugar de la parroquia viguesa de Coruxo, de 500 habitantes, en donde el pan se reparte en furgoneta, casa por casa. El único producto fresco que se puede comprar llega en el maletero del coche de Loli, la pescadera.

Hace dos años que cerró Alimentación Olimpia, el último de los tres negocios de ultramarinos que llegó a haber en el pueblo en los años 70 y 80. «La dueña de la tienda se jubiló, y nadie quiso seguir con el negocio», cuentan las vecinas que acuden al pescado.

Todas las que allí se encuentran superan los 60 años de edad. «La gente joven se coge el coche y se va al Día que abrieron ahí abajo. Van a lo barato. Esta gente mayor sí que sabe comprar», dice la pescadera, que confiesa su impotencia ante la presión de las cadenas de supermercados e hipermercados que se asientan a un máximo de tres kilómetros de distancia a la redonda.

La gente se acostumbra

«¿Abrir una tienda? Aquí nadie te quiere venir. No puedes mantener un negocio y pagar la cuota de autónomos vendiendo diez barras de pan al día y una bolsa de leche a uno que se le olvidó, pero que al día siguiente va al Alcampo a por una caja», afirma Servando, un vecino que está al frente de un conocido bar de bocadillos. «Aquí se usa el coche para todo, y se trae todo de los hipermercados. La gente se ha acostumbrado a este tipo de compra, porque todo el mundo trabaja fuera y aprovecha para hacerse con lo que necesita», explica. Sucede en Fragoselo, pero es una situación ya generalizada en las áreas urbanas.

Loli, la pescadera, es muy crítica con el comportamiento de los jóvenes consumidores de su parroquia. «No hay tiendas, ¿cómo va a haberla si no hay quien compre en el pueblo. Acaba de cerrar en Coruxo, al lado de la iglesia, una que llevaba más de 50 años, porque nadie quiere cogerla. Yo cualquier día también dejo de venir. Si quieren comprar pescado malo, que vayan al supermercado», sentencia.