Luis Rubiales, a quien le ha caído el pelo que no tiene, vio cómo el beso que le propinó a la bolsa de petrodólares que propició el llevar la Supercopa a Arabia (pelota a cambio de pelotazo) quedó sin consecuencia alguna y, envalentonado, en la celebración de la conquista de la Copa Mundial Femenina de Fútbol estampó otro en los labios de la jugadora Jenni Hermoso. El beso no fue de tornillo, porque el tornillo lo reservaba para atornillarse a la silla de presidente de la Federación Española de Fútbol, silla a la que se pegaba como el defensa central se pega al delantero. Seguramente Rubiales esté pensando que mejor que dárselo boca a boca hubiese sido preferible lanzárselo, igual que un golpe franco al borde del área.
Las campeonas del mundo, que ya han conseguido dejar a Rubiales y a Jorge Vilda en fuera de juego, siguen incansables en la tarea de darle un puntapié al machismo en el balompié, logrando de momento quitar al de Motril de la titularidad de la RFEF y sentarlo en el banquillo de la Audiencia Nacional.
Escribiendo estas líneas, recordamos la preclara figura de la jugadora coruñesa Irene González Basanta, pionera del fútbol femenino allá por los años veinte del siglo pasado quien llegó a fundar su propio equipo, el Irene F.C. y que descolló como guardameta con fama de detener todos los chuts y todos los convencionalismos de la época, que preferían verla en casa y con la pata quebrada a verla en la cancha usando la pata para jugar al balón. Infortunadamente, la cancerbera Irene no pudo parar la tuberculosis, que se la llevó en 1928.
Decíamos que el beso al dinero árabe resultó inocuo a Luis Rubiales; pero no así el que dio a Jenni Hermoso, beso que lo convirtió en rana, una rana verde como el césped sobre el que rueda la pelota y rodó su cabeza. En el fútbol, señor Rubiales, no hay enemigo pequeño. Y tampoco enemiga pequeña. El fútbol. El deporte rey. El deporte reina.
Carlos López es integrante de Pinto & Chinto