Antonio Gala, a su amigo «gallego»: «Ojalá tengas siempre con quién compartir tu tiempo, tu ilusión y tu alegría»

CULTURA

Antonio Gala, con su paisano Cándido Moreno y la hija de este en María Pita, A Coruña.
Antonio Gala, con su paisano Cándido Moreno y la hija de este en María Pita, A Coruña.

Esto escribía el autor a Cándido Moreno, que también nació en el pueblo manchego de Brazatortas, fue su compañero de colegio y desde hace años vive en Galicia

29 may 2023 . Actualizado a las 17:41 h.

En cada intento de poner orden en el montón de papeles viejos, tirándolos a la basura, siempre surge Antonio Tabucchi con su Sostiene Pereira. Aparece para recordar que la mayor demanda de los redactores de cultura suelen ser las necrológicas. Quizá por eso desde hace años ahí están papeles y fotos de Cándido Moreno Aragón sobre su vecino más ilustre. Ha sido una etapa más, esta de silencio, de lo que este licenciado en Filosofía y Letras y Pedagogía llama sus «Guadianas con Antonio Gala».

Los primeros ojos de ese Guadiana fueron así: «Bajo la Vía Láctea, en aquellas noches calurosas de La Mancha cuando, sin duda, nuestras respectivas madres, María Adoración de los Reyes y Cándida María Luisa, esposas del médico y el boticario del pueblo, tenían que pasear buscando un poco de brisa porque en sus vientres nos llevaban a nosotros. Yo llegué a este pícaro mundo dos meses antes que tú, y gracias a la asistencia profesional de tu padre la cosa fue más llevadera para mi madre». Esto escribe Cándido Moreno dirigiéndose a Antonio Gala, ambos nacidos en Brazatortas —«el nombre tiene tela», reconoce en otro texto—, en la provincia de Ciudad Real. Una foto muestra las casas de ambas familias situadas a pocos metros de distancia.

Cándido Moreno, que lleva más de medio siglo viviendo en Galicia, sigue contando: «Después aparecimos en Córdoba. Tú antes que yo. Y en el patio central de tu casa, en la calle Claudio Marcelo, me veo jugando, esperando ante el baño y arremolinados en los balcones para ver pasar las procesiones de Semana Santa».

Moreno ha ido recogiendo recuerdos de su relación con Antonio Gala en algunos de los numerosos libros autoeditados, sobre todo después de su jubilación. Son volúmenes singulares, ya que contienen sus reflexiones sobre cuestiones de todo tipo junto con artículos de diversos autores publicados en distintos medios de comunicación. Algunos títulos de esos libros son España, sueños y realidades; Problemas de hoy en dosis de aspirina; Intrahistoria de Cambados; El alma de la galleguidad; El mundo de los toros o Hacia el amor cósmico rabiosamente humano.

En algún caso no faltan puyas a su vecino: «Antonio Gala: ni cordobés ni abogado del Estado», cuando entendía que esos datos de su biografía no estaban claros. A veces escribe «La otra tronera» y en una le dice: «La sombra de Séneca, Osio, Averroes, Maimónides, Gran Capitán y del mismo Manolete han enriquecido la profundidad y galanura de tu humanismo. La fundación honra tu nombre y memoria. Aclarado el lugar y fecha de tu nacimiento, el bien hacer de la fantasía te ha dejado caer en la ficción consensuada de tu abogacía del Estado y en el dato de acabar el bachillerato a los 14 años. Anda, amigo, vuelve a tus raíces».

«Con tu piquito de oro»

En Camino de la utopía, Moreno incluye una foto del colegio Cultura Española-La Salle, de Córdoba, del curso 1946/47 en la que está el autor de La pasión turca: «[En ese centro] no te recuerdo corretear por los patios ni participar en las competiciones deportivas. Tu mundo, ya desde entonces, era otro». Sí lo recuerda, entre otros grupos de estudiantes, perorar con su «piquito de oro».

Pasaron los años: «En junio de 1963, a punto de tomar el avión para Guinea Ecuatorial como comisario-director de la Escuela Normal de Bata, veo en la televisión que te han concedido el Premio Nacional de Teatro». Moreno contó para este diario cómo un día vio en las inmediaciones de dicha escuela a un gorila albino que iba a ser llevado a España. Más tarde supo que era Copito de Nieve, camino de Barcelona.

En 1971 Moreno se trasladó a Galicia para dar clases en la antigua Universidad Laboral de O Burgo (Culleredo) y en el Colegio Universitario de A Coruña. Y fue en esta ciudad donde volvió a ver a un Antonio Gala convertido ya en afamado escritor.

Los encuentros, a veces casuales, volvieron a repetirse: «[Primero cuando] paseando con mi hija por la plaza de María Pita, nos topamos contigo, que ibas al Ayuntamiento a firmar en el libro de oro de la ciudad» y con motivo de algunas de las presentaciones de sus libros en las que el escritor venía a Galicia.

Otras veces eran unas letras por Navidad, como aquellas en las que Gala expresa a su amigo un deseo: «Ojalá tengas siempre con quién compartir tu tiempo, tu ilusión y tu alegría».

«El olvido no existe»

Lo que el amigo gallego quería compartir con Gala era un texto, un prólogo para otro de sus singulares proyectos: «¿Te dicen algo los papeles que te entregué? Como ves, sigo trabajando en el tomo II del Quijote realista escrito en castellano desde Galicia. Lo tengo a punto de rematar si dejaran de aparecer tantos molinos de viento actuales contra los que acometer», le decía en una carta. Y aunque entre los versos del poema Sierra de Córdoba Gala escribió «El olvido no existe», de este prólogo sí que se olvidó este escritor inolvidable.