De la infancia a la muerte: la obra de Picasso conmociona a los 50 años de su fallecimiento

Xesús Fraga
xesús fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Un vídeo al inicio de la exposición de Belas Artes muestra a Picasso pintando
Un vídeo al inicio de la exposición de Belas Artes muestra a Picasso pintando Germán Barreiros

El Museo de Belas Artes de A Coruña acoge la exposición «Picasso. Branco no recordo azul»

08 abr 2023 . Actualizado a las 12:11 h.

«Conmoción y duelo en todo el mundo por la muerte de Picasso». La Voz de Galicia anunció en primera plana el fallecimiento —el 8 de abril de 1973, hace este sábado 50 años— del pintor junto a una curiosa nota manuscrita suya: «Sagasta está malo / que le daremos? / chocolate con nabos / café con grelos. (Canciones en mil 800 90-95 / oídas cantar en la Coruña)».

El documento se exhibe ahora en el Museo de Belas Artes de la ciudad como parte de la exposición Picasso. Branco no recordo azul, cuya tesis de fondo defiende que sus años coruñeses fueron determinantes en su formación artística y de carácter. Picasso llega a la ciudad en el otoño de 1891 siendo un niño —nació en Málaga el 25 de octubre de 1881— y se marcha en 1895 convertido en artista y transformado por los descubrimientos propios de la edad y hondos sucesos vitales. Un período que contiene, como un embrión, la práctica totalidad de su trayectoria creadora, y que el propio Picasso llevaría consigo, al igual que el Rosebud de Ciudadano Kane, hasta su muerte. 

Germán Barreiros

Cimientos

El profesor y crítico Antón Castro, comisario de la muestra junto a Rubén Ventureira y Malén Gual, en coordinación con la directora del museo, Ángeles Penas, y su equipo técnico, enumera los argumentos que sustentan esos cimientos gallegos: la de A Coruña fue la única formación académica completa de Picasso —no solo como aprendizaje sino también la conciencia de salirse del sistema—; aparecen los temas, iconografías y motivos a los que volverá siempre durante décadas; oye por primera vez hablar de la guerra —la del Rif—, ve banderas republicanas, presencia huelgas en las calles y lee periódicos anarquistas; se enamora platónicamente pero también descubre el erotismo; vive su primera experiencia directa de muerte: su hermana Conchita fallece de difteria y es enterrada en la zona de tierra del cementerio de San Amaro...

Todos estos episodios están presentes en los diez apartados en los que se estructura la exposición. Cada uno de ellos ilustra, a través del diálogo de piezas del período coruñés con obras posteriores, cómo se establece el germen del artista. Ahí están, nada más iniciarse el recorrido, las visiones de Picasso del fauno y del hombre del cordero, que conoció por primera vez en las aulas de la Escuela Provincial de Bellas Artes, y que recrearía una y otra vez durante años. En esas instalaciones manejó grandes tomos como el de Joyas del Arte en España, abierto por la reproducción de las Meninas de Velázquez para emparejarlo con una recreación del célebre cuadro pintada en 1957. También en esa fase de aprendizaje ya está anunciado el núcleo primigenio del cubismo en su descomposición geométrica de las casas de campo coruñesas.

Picasso. Branco no recordo azul cumple con el doble cometido de documentar los múltiples puntos de partida que el artista entonces púber despliega en diferentes direcciones y ofrecer al mismo tiempo una panorámica coherente de la trayectoria picassiana. Y en esa selección de obras algunas se adueñan del discurso por motivos variados. Es posible maravillarse ante el escorzo que un niño de apenas trece años años consigue en la mano izquierda de El hombre de la gorra (1895), a la vez que carga con la sombra de fatalismo de un personaje de Dostoyevski. Ese aire de desamparo también lo desprenden las figuras de Pareja de ancianos (1894), con su interior austero, en el que destaca ese objeto común a tantos hogares de Galicia y hoy desaparecido: una sella. Del mismo modo, en la pequeña tablilla con dos lavanderas le bastan unos trazos y unas manchas de color para concretar en ese grado de inclinación de la espalda sobre el agua todo el esfuerzo y dignidad callada del oficio. El agua de la «ciudad anfibia», como la llamó Manuel Rivas en su texto para Los paisajes españoles de Picasso (Nórdica), un libro en el que Cecilia Orueta fotografía lugares vinculados al artista, sería una constante en sus años coruñeses. Antón Castro calcula que en esa época la pluviosidad era de unos doscientos días anuales, lo que llevó al joven Picasso a dedicar más tiempo al arte y la reflexión.

Germán Barreiros

Retratos

Castro explica que Picasso emprendía un proceso de identificación a la hora de retratar y llegar a la esencia. Sus primeras tentativas se dan en el ámbito de la familia, sin olvidarse de su perro Clíper, al que trata como un personaje más. Pinta a su padre, con la mirada concentrada, casi severa, pintando él mismo también. A su hermana Lola, con su muñeca —igual que retrataría en 1938 a su hija Maya— o a solas, un emparejamiento que testimonia la velocidad a la que el aprendiz Picasso progresaba en apenas meses.

Pero el de mayor impacto emocional es el dibujo de su hermana Conchita. No son más que unos centímetros cuadrados de una hoja de cuaderno con unos trazos de grafito, precisos solo en los rasgos faciales: unos ojos que miran fuera de campo, atentos, reflexivos. Conchita murió antes de que pudiesen suministrarle el novísimo fármaco encargado a París que le podría haber salvado la vida: llegó trece días tras su fallecimiento. Fue el primer contacto íntimo con la muerte, que reaparecería con frecuencia en su obra. Picasso conmovido y conmocionado, como el mundo del arte tras su fallecimiento, y como lo sigue haciendo su obra en estos cincuenta años de ausencia.