Eiríkur Örn Norðdahl: «Nada se comprende sin humor»

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

El poeta y narrador islandés Eiríkur Örn Norðdahl (Reikiavik, 1978)
El poeta y narrador islandés Eiríkur Örn Norðdahl (Reikiavik, 1978) Johann Pall Valdimarsson | HOJA DE LATA

El auge de la extrema derecha en Europa flota en «La maldad», novela de amor del autor islandés y uno de los mejores libros publicados en el 2018 en España

06 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Su novela Illska. La maldad (2012) fue uno de los libros del año 2018 en España, editado por el sello asturiano Hoja de Lata. Un relato irreverente tan genial como excesivo sobre el ascenso de la ultraderecha y la xenofobia en Islandia, y que es un reflejo de lo que ocurre en Europa, inmersa en una crisis de valores y de identidad. De hecho, el relato, de algún modo, parece adelantarse a los acontecimientos reales. Con un negro sentido del humor, Eiríkur Örn Norðdahl (Reikiavik, 1978) no se anda con medias tintas. Así deja sobre la mesa una advertencia: «En los últimos años, la historia popular del Holocausto, como se ve en la literatura y el cine en particular, se ha convertido casi en un cuento de hadas, como cualquier otra historia del tipo las dificultades que se soportan para hallar la verdadera belleza de la vida. Y este enfoque no es solo kitsch sino también una sandez bastante peligrosa».

-No hace mucho se desataba la polémica por la reforma del plan de estudios en que trabajaba el Gobierno noruego porque excluía el Holocausto del programa de historia para primaria y secundaria, ¿qué opinión le merece esto? ¿Vivimos en un mundo en que impera la apuesta por la amnesia y la distorsión (con la llamada posverdad)?

-Todo está muy polarizado. Vivimos en un mundo estructurado a la vez por la posverdad y por el dogma rotundo del blanco y negro -en el que o bien nada es supuestamente verdad, o la verdad es absoluta. Y por supuesto no lo es-. Somos incapaces de mantener un debate adecuado, que aúne la confianza en la verdad por un lado y la relatividad general del mundo por el otro. Ese debate es la base para toda democracia popular. La amnesia, o simplemente el olvido, es tan necesaria para las sociedades como para los individuos. No tenemos la capacidad de recordarlo todo, y uno de los efectos adversos de la sociedad moderna es el acceso a la sobreinformación, imposible de digerir. Ello implica un colapso para cualquier cerebro, incluso para el cerebro colectivo de una sociedad. En un mundo como este, la capacidad de priorizar el conocimiento útil o necesario (como el ascenso del fascismo en el siglo XX o las lecciones importantes de la historia reciente) resulta primordial. Pero también necesitamos tener tiempo y espacio para reevaluar estas lecciones. En los últimos años, la historia popular del Holocausto, como se ve en la literatura y el cine en particular se ha convertido casi en un cuento de hadas, como cualquier otra historia del tipo «las dificultades que se soportan para hallar la verdadera belleza de la vida». Y este enfoque no es solo kitsch, sino también una sandez bastante peligrosa.

-Siempre se ha hablado del paraíso social de la Europa nórdica, pero las grietas han ido aflorando y, quizá con más intensidad desde el asesinato de Olof Palme a mediados de los años 80, resquebrajando esa imagen inmaculada de socialdemocracia perfecta. La novela, especialmente el género negro, ha abordado abundantemente ese equívoco y denunciado problemas como la xenofobia o el oscuro papel que se jugó durante el nazismo, y que durante mucho tiempo permaneció oculto. Su novela trabaja con unas premisas similares sobre el pasado y deja un clara advertencia sobre el crecimiento de los populismos y los movimientos neonazis. ¿Hay todavía mucho que conocer sobre el colaboracionismo de estos Estados europeos? ¿Tiene Islandia también algo que esconder?

 -Todos los países quieren preservar una imagen de sí mismos más o menos intachable, tanto en el pasado como en el presente. La opinión general tiende a ver los movimientos nazis en los países nórdicos como anomalías, y al nazismo en sí como un fenómeno puramente alemán, a pesar de que movimientos similares se han producido en toda Europa (e incluso en el mundo) y todavía se dan actualmente. La «explicación» en los países nórdicos suele ser que nuestros nazis no eran nazis, sino simplemente fervientes anticomunistas, y por lo tanto en parte históricamente «correctos». Solemos ignorar el hecho de que no solo tuvimos movimientos nazis, con intenciones completamente nazis, sino que la mayoría de nuestras naciones fueron amigas de la Alemania nazi y de otros estados fascistas hasta la guerra (y algunos durante la guerra); y que muchos conservadores e incluso partidos de izquierda tienen una historia de xenofobia y de nacionalismo desenfrenado a sus espaldas, lo cual, en Islandia, es una consecuencia directa de la lucha por la independencia (obtenida de manera unilateral en 1944, mientras estábamos ocupados por los militares estadounidenses y separados de Dinamarca).

 Además, estos países se han vuelto, en los últimos veinte años, cada vez más impenetrables para los extranjeros, en particular para los extranjeros pobres. Se han levantado de nuevo controles fronterizos, los bienes de los refugiados son incautados, se ha reforzado el control interno de los no-ciudadanos y, en la actualidad, Dinamarca se plantea crear una isla prisión donde mandar a los solicitantes de asilo. Muchos de nuestros estados violan repetidamente sus propias leyes para deportar con mayor rapidez a los extranjeros. No hay un Estado fascista fuerte entre los principales actores europeos, como lo había en la década de 1930, pero tengo pocas dudas de que, si lo hubiera -y tal vez eso solo sea cuestión de unos pocos años-, los actuales gobiernos de los países nórdicos estarían dispuestos a colaborar con él.

-¿Es la xenofobia un problema grave en Islandia?, ¿o solo es un reflejo de lo que está sucediendo en Europa con los refugiados o con el crecimiento exponencial de los partidos de ultraderecha?

-No conozco ningún país en estos tiempos donde la xenofobia no sea un problema creciente. Mi sentimiento -y es un sentimiento, no un dato contrastado- es que nosotros, Europa, pronto alcanzaremos un punto de inflexión que va a escapar completamente de nuestro control.

-Hace meses llegó la ola de ultraderecha a España con las elecciones autonómicas de Andalucía, y desde hace unos días ya accedió al Congreso. ¿Cree que este sarampión es pasajero?

-No estoy seguro de comprender la pregunta. La causa de la llegada de la ultraderecha a España no puede ser un mero virus pasajero. ¿Cree que la motivación para entrar en política, incluso para los fascistas, puede ser el mimetismo? Más bien tiendo a pensar que todo es el mismo sarampión. Puede que no se manifieste de la misma manera en los diferentes países o momentos históricos (la Italia de Mussolini no es lo mismo que la América de Trump), pero en sí es el mismo movimiento general.

-Cualquiera diría que estamos hablando de una novela puramente política, pero todo en ella gira en torno a las relaciones que se establecen en un desequilibrado triángulo amoroso, el que forman tres jóvenes: Agnes Lukauskas y Ómar Arnarson con la irrupción del neonazi Arnór. ¿Es realmente una novela de amor?

-Sí. Es una novela de amor política.

-Su país se sigue poniendo como ejemplo de revolución popular ante los desmanes de los bancos y los mercados financieros, como ejemplo de superación de la crisis económica, en una época que debió coincidir en buena medida con la escritura de su novela. Sin embargo, usted habla más de populismos, de políticos que solo miran el corto plazo, la rentabilidad electoral, la presencia en Internet y los mensajes superficiales que eviten causarles daño en su imagen. No hay en su obra una pizca de euforia o de reconocimiento hacia esa victoria ciudadana, hacia ese esfuerzo tan elogiado fuera de Islandia. Puede explicarlo.

-Es porque no lo considero una victoria cívica. Las mismas familias aún gobiernan Islandia de la misma manera que la gobernaban antes, incluso las mismas personas o personas como ellas. No ha habido un cambio de paradigma y, aunque algunos chivos expiatorios menores fueron sancionados o encarcelados, los principales culpables siguen haciendo los mismos negocios de siempre. No somos un país pobre, pero somos un país con demasiados pobres, y la política de nuestro país hace mucho menos de lo que podría para aliviar las penalidades de los pobres, y nada para reestructurar el desequilibrio económico. Y para añadir más sal a la herida, mencionar a los poquísimos refugiados o demandantes de asilo que nuestro país rico acepta en este momento de tanta necesidad de acogida, además de tratar a los que ya están aquí como una mierda. «Arreglamos» la burda economía bancaria levantando una burda economía turística sobre los hombros de los trabajadores migrantes pobres, y sí, la economía está en auge, pero es un poco como mitigar tu resaca emborrachándote de nuevo. Es volcar más capitalismo en el sistema. Puede que no seamos la sociedad más fracturada del mundo, ni mucho menos, pero eso no significa que lo tengamos ya todo resuelto.

-Coincidió la publicación de su libro en España -que oculta entre líneas una perspectiva vital humorística, pero bastante negra- con la aparición de un álbum de viñetas de otro compatriota suyo, el humorista Hugleikur Dagsson, hasta ahora también desconocido por estas latitudes. ¿Qué ocurre con el humor islandés?, ¿solo puede ser tan negro?

-No sé si es una característica islandesa. Hugleikur y yo también somos de la misma generación y probablemente crecimos bajo la misma cultura cómica -en su mayoría estadounidense, desde Eddie Murphy hasta los Simpson y Vonnegut, con algunos toques europeos de Kaurismäki, Monty Python, Gaston y Kafka. ¡Quizá hasta Cervantes!-. No había mucho humor islandés en el que inspirarse, ni negro ni de otro tipo.

-¿Qué importancia confiere al humor en su creación literaria?

-No se puede comprender nada sin humor. Eso no solo en relación con la literatura, sino con todos los aspectos de la vida. Tampoco se disfruta de nada sin humor, no hay miedo sin humor, no hay amor, no hay vida. El humor no es la única faceta de la vida, pero es omnipresente. Donde quiera que haya vida hay humor.

-¿Dónde queda el clasicismo de lenguaje austero de Halldór Laxness en la literatura islandesa de hoy?

-Me recuerdo pensando, a los veintipocos años, que era afortunado de no tener a mi espalda la sombra de Halldór Laxness, como otros autores de generaciones anteriores. Pero estoy empezando a creer que esta reflexión era ingenua por mi parte. Hay varios escritores hoy en día, también de mi generación, que están muy influenciados por él, pues él de alguna forma planea por toda la literatura islandesa. Yo me interesé en él como persona, y de joven estaba obsesionado con una de sus novelas, Luz del mundo, pero no sé. Todavía parece estar lejos, de alguna manera. No he leído un libro suyo durante años, probablemente más de una década, y no me llama la atención. Pero tal vez eso se deba a que la sociedad islandesa todavía está tan inmersa en él, a que es demasiado obvio ser un escritor islandés y tener algo con Laxness. El texto, el idioma, es obviamente fabuloso, pero simplemente no es mi idioma.

«Hay un montón de xenófobos inteligentes en el mundo»

Islandia es un país pequeño y, sobre todo, escasamente poblado: con poco más de 300.000 habitantes, lo supera el censo del área de Vigo, la ciudad más grande de Galicia. Sin embargo, su literatura, desde las viejas sagas fundacionales del medievo, ha logrado un lugar relevante en el mundo con escritores como Laxness, premio Nobel, o los actuales autores de éxito Arnaldur Indriðason, Jón Kalman Stefánsson y Sjón.

-¿Qué tiene su país para alumbrar una literatura con tanta personalidad y tan notable eco?

-Ser un escritor «islandés» es la carga de todo escritor islandés, dondequiera que vaya se convierte en un representante de su país, en su embajador. Soy un gran fan de Sjón, pero no porque sea un «escritor islandés». Y odio convertirme en representante de relaciones públicas para la literatura islandesa en general. Ni siquiera me siento legitimado para hablar en nombre de la literatura islandesa o de sus escritores.

Puedo decir que en Islandia tenemos fondos estatales para escritores: es un salario mínimo y, por supuesto, no todos los escritores lo consiguen, pero muy pocos pueden vivir sin él porque el mercado del libro es muy pequeño. Esto significa que tenemos un núcleo operativo de escritores profesionales. También significa que la consideración de escritor profesional en Islandia la decide un comité, y esto por supuesto no es lo ideal, aunque tampoco lo es dejar la cuestión en manos del mercado. Creo que, en términos de historia de la literatura islandesa, el panorama en este momento es saludable: se escriben muy buenos libros cada año. Pero la literatura también tiene problemas estructurales. Uno de ellos es que el 90 % de los libros se compran para regalar, y es muy diferente y menos arriesgado comprar libros para otros que comprarlos para uno mismo. Otro aspecto más serio es que hay muy poca financiación para la traducción al islandés, lo que significa que la literatura se encuentra en grave peligro de convertirse en insular y endogámica. Necesitamos más novelas extranjeras en islandés.

-¿Por qué recurrió a Lituania, y a Jurbarkas en particular, para armar la historia paralela que viaja al pasado, a los tiempos de Hitler?

-Me tropecé con la historia de Jurbarkas. Fui allí a un festival literario en el verano del 2008 y pasé una semana con intelectuales locales discutiendo sobre estética, historia, política, etcétera. La gente que conocí sabía muchas cosas sobre Islandia y los países nórdicos, sobre su historia y literatura, y me sentí avergonzado de lo ignorante que era yo en relación a la historia de los países bálticos. Cuando volví a casa, traté de remediar esto y comencé a leer sobre historia lituana. Fue entonces cuando descubrí esta parte de la historia de Jurbarkas, que la mitad de la ciudad había sido aniquilada sesenta años antes, y me pareció muy extraño que durante mi tiempo allí a nadie se le hubiera ocurrido mencionarlo. Ello se convirtió en una obsesión creciente para mí. También comencé a fijarme de pronto en cómo se hablaba de los lituanos en los medios de comunicación islandeses, y las similitudes entre nuestras historias, a pesar de las diferencias obvias, y poco a poco el carácter de Agnes comenzó a construirse.

-¿Tiene Agnes necesariamente que guardar en su pasado una herencia contaminada por víctima y victimario durante el Holocausto para estar legitimada a hablar sobre algo tan serio, para que lo que piensa o dice no resulte banal? Del mismo modo, parece que una infancia dramática como la de Arnór ofrece argumentos a la conformación de un pensamiento neonazi.

-Agnes se siente con más derecho a tener una opinión, u obsesión, por el Holocausto debido a su pasado. No es que las personas con poca conexión con los acontecimientos no se obsesionen con el Holocausto, pero resulta difícil evitarlo cuando uno está de algún modo vinculado a él. Mi propio abuelo era medio alemán y luchó en la guerra; lo llamaron a filas en 1942, cuando tenía 16 años, y le dijeron a su madre que lo inscribiera en las SS para que no fuera enviado a Rusia. Ella así lo hizo, pero aun así fue enviado a Rusia, aunque oficialmente como miembro de las SS. Al escribir el libro, me di cuenta de que tal vez estaba escribiendo sobre mis propias obsesiones. Estas historias acosan a las personas durante generaciones -y, nuevamente, hay muy pocas personas en Europa que no tengan conexiones directas con quienes vivieron en el Holocausto, de ambos bandos.

Arnór tiene un pasado traumático, pero la mayor parte de lo que le sucede no es solo fortuito; él es el propio motor del caos y él mismo engendra su propio torbellino. Y los torbellinos engendran más torbellinos. Le regalé a Arnór grandes pedazos de mi infancia en Ísafjörður para sentirlo cercano. Quería concebirlo como alguien completamente fallido pero a la vez próximo, para lograr tener con él una conexión emocional similar a la de un hermano. No me resulta fácil amarlo, pero tampoco consigo odiarlo. No creo que su infancia explique verdaderamente quién es, pero sí es una parte de él.

-Hay una idea que parece quedar en el aire en su libro, que la xenofobia y el sexo son dos pasiones que no pasan por la inteligencia, que son algo visceral.

-No estoy seguro de que haya algo tan puramente visceral que no pase en cierta medida por la inteligencia. Quizá no sea muy de recibo citar tu propia poesía, pero en algún lugar escribí que tener relaciones sexuales con gente estúpida no era tan divertido como dice la gente. Reitero esta idea: un amante debe emplear su inteligencia tanto como lo visceral. La xenofobia a veces se manifiesta como estupidez, pero ni mucho menos siempre. Hay un montón de xenófobos inteligentes en el mundo. El sentimiento puede preceder a la inteligencia, al igual que la mayoría de los ideales políticos -desde simpatizar con los oprimidos hasta sentirse amenazados por personas ajenas-, y luego ser enmarcado por la inteligencia; pero no pasa por alto la inteligencia.

-No es probable que haya escrito su novela con una moraleja en mente, pero si le obligaran a establecer una, ¿cuál sería?

-Si puedes evitar ser fascista, por favor, evítalo. Es un requisito muy mínimo, me doy cuenta.

-Y sobre la maldad, ¿qué enseñanza cabe extraer de su libro?

-Don’t do it.