El campanero de Irixoa: «As funerarias avísanme directamente»

Toni Silva IRIXOA / LA VOZ

IRIXOA

José Luis Rivera, en lo alto del campanario de Churío, Irixoa.
José Luis Rivera, en lo alto del campanario de Churío, Irixoa. ANGEL MANSO

José Luis narra sus anécdotas en la parroquia de Churío en una labor que despierta muchas supersticiones y sin relevo generacional

11 feb 2024 . Actualizado a las 21:27 h.

Las campanas son testigos del tiempo, piezas con vistas privilegiadas, con una salud de bronce que las llevan a cumplir 100, 200 años o más. Los campaneros, en cambio, son de carne y hueso, finitos, y en el siglo XXI, sin relevo generacional para el arte de tañer estas piezas históricas. Se desvanece así un medio de comunicación entre los parroquianos y que ha cedido su hegemonía a las redes sociales. Pero la campana, arrinconada, resiste en el feudo de los funerales, ahí manda ella, dando la exclusiva a los vecinos.

José Luis Rivera tiene 79 años y vive a 800 metros de la iglesia de Churío, en el municipio de Irixoa, adonde se desplaza en una motocicleta cuando alguien del pueblo se ha ido para siempre. La campana sigue tan institucionalizada en estos casos que las funerarias llaman directamente al campanero. «Avísanme a min», asevera José Luis, quien lleva más de 20 años con esta labor.

Hay un código morse en el rito de la campana. «Se a que morreu é unha muller, dou dúas badaladas na campá pequena e unha na grande, e se é un home, dúas na grande e unha na pequena», explica Rivera Manso.

—E se o morto é un cura?

—Aí son tres badaladas na grande e unha na pequena, pero un caso así nunca se me deu.

Y así se pasa unas horas por la mañana y otras por la tarde. «Logo hai quen paga para que estea tocando todo o día, pero o xantar non o perdo, iso nunca», espeta el hombre. Manteniendo las sintonías según son hombre o mujer, el campanero toca «a vuelo», acelera la velocidad de los tañidos a medida que el féretro se adentra en el atrio. «E o mesmo cando saen da igrexa», explica. «Tamén se toca a vuelo cando hai un incendio ou pasa algo grave na parroquia», añade este hombre divertido, que ha dejado la costumbre de subirse al campanario desde que sufrió un ictus y mueve las campanas desde el frente de la puerta de la iglesia. Pero esta semana se envalentona y hace una excepción para ser retratado por Ángel Manso por los tejados junto a las viejas campanas. Durante la sesión, las hace tocar ante la recriminación de sus hijas, María y Mónica. Pero él ríe con cara de travieso y prolonga su concierto.

Rivera tiene 79 años y trabajó en un aserradero.
Rivera tiene 79 años y trabajó en un aserradero. ANGEL MANSO

Controla las cuerdas pese a que una de sus manos es apenas un muñón. Perdió los dedos en dos episodios diferentes. Los dos primeros en el aserradero de Coruxou donde trabajó más de 20 años. «O resto voou por un foguete nas festas de Muniferral (Aranga)». Pero José Luis es capaz de extraer algo positivo de aquel dramático suceso. Estaba dentro de una casa junto a la ventana abierta para lanzar la bomba de palenque, pero al acabar la mecha la explosión le destrozó los dedos al tiempo que la onda expansiva afectó al salón, con la gente por los suelos al igual que los platos y los enseres de la comida preparada. «Pero menos mal, porque ao estar na ventá non podía tiralo fóra a un montón de area que tiña debaixo. Había tres nenos xogando alí, mil veces prefiro quedar sen man que matar a un neno», indica el campanero de Irixoa, cuya mano damnificada aún le permite agarrar su tabaco negro.

Las campanas están envueltas en un halo de superstición. Lo relatan las hijas de José Luis. «Ás veces algunha veciña pídelle ao meu pai que o último toque do funeral sexa unha badalada na peza pequena, porque ten unha muller moi maliña na casa e quere que deixe de sufrir. Porque algunha xente pensa que o último toque dese día prevé a morte dun home, se soa a campá grande, ou dunha muller, se toca a pequena», indican.

Campanas y mujeres

También para algunos parroquianos las campanas y las mujeres son incompatibles. «Unha veciña chamada Amelia tocou moitos anos e dicíanlle que non ía ter fillos, o que pasa é que cando empezou nisto xa tiña cinco», añaden. Para el veterano campanero estas historias son «paparruchas», añaden. Él prefiere recordar episodios más divertidos, «como cando na festa eu me poñía desde o campanario na misa da festa e vía os escotes desde arriba». Ya se ha dicho, travieso un rato largo.

Durante la despedida, suena el móvil de Mónica. La avisan de casa. Alguna vecina ha llamado porque ha oído la campana y quiere saber.