Fallece César Bonilla, capitán de unas patatas de Óscar

R. Domínguez A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

César Bonilla, en la celebración de su 90 cumpleaños
César Bonilla, en la celebración de su 90 cumpleaños CÉSAR QUIAN

El empresario de las churrerías Bonilla a la Vista exportó al mundo uno de los sabores de Galicia en una bolsa de chips

16 feb 2024 . Actualizado a las 16:30 h.

En diciembre pasado celebró sus 91 años y hasta hace bien poco todavía acudía con regularidad a la fábrica del polígono de Sabón, en Arteixo, de donde cada año salen 400 toneladas de las patatas que la oscarizada Parásitos convirtió en virales en el 2020. Guillermo César Bonilla Vázquez ( Ferrol, 1932) falleció este viernes en A Coruña dejando sin capitán una de las enseñas identitarias de A Coruña. La ciudad llora al amable y afable empresario que fue capaz de hacer llegar al mundo uno de los sabores de Galicia envasado en una bolsa de chips. 

Fue su padre, Salvador, quien en los años 30 del siglo pasado decidió dejar la Marina para montar una churrería que llegó a contar con 200 mesas en la esquina de la plaza de Armas con las calles de la Tierra y Real, en Ferrol. El propio César contaba que el nombre de la marca hoy internacional es la respuesta que su progenitor daba cuando, en su etapa como cabo, le daban el «¡Alto!, ¿quién va?», prueba ya del ingenio y humor de la apreciada familia, que regentó también un hotel en el puerto de la ciudad departamental. 

Amante del mar —llegó a ser campeón gallego de pesca submarina— , a los 16 años César aprobó con sobresaliente el ingreso en la Escuela de Náutica de A Coruña y en 1949 se trasladaron a la ciudad herculina. Montaron entonces su primera churrería en la calle Orzán, un local que abría 24 horas gracias a una licencia especial que les permitía el horario ampliado a cambio de no servir alcohol, y donde el chocolate, los churros y las patatas comenzaron a conquistar a una clientela fiel entre la que figuraban personalidades como el alcalde Alfonso Molina, que acostumbraba a desayunar en el establecimiento leyendo la prensa. 

A los dos años de su llegada a la ciudad, el joven César tuvo que abandonar sus estudios marinos para meterse de lleno en el negocio. Con su madre, María Vázquez, preparaba las crujientes patatas, que comenzaron a distribuirse en latas de kilo. Él  mismo las llevaba, primero en bici y después en una moto Guzzi roja que aún hoy se conserva a las puertas de la factoría de Arteixo

 En 1958, la churrería se trasladó a la calle Galera, con tal éxito de clientes por el chocolate y los finos churros que la elaboración de las patatas se complicaba. Fue César Bonilla quien decidió poner en marcha la fábrica de Sabón en 1988, esa que seguía visitando con regularidad saludando a cada uno de los empleados con los que se cruzaba. Se conocía el nombre de todos.  

Con solo tres ingredientes, sal marina, aceite de oliva y patatas de calidad, fue ampliando mercados y ganando notoriedad, y el popular logo de la marca, un barco sobre las olas, se convirtió en sinónimo de calidad. Apareció incluso en una sesión fotográfica de la afamada maison francesa de moda Balmain en el 2014, antes de que, en el 2016, las patatas coruñesas desembarcasen en Corea y de que, cuatro años después, una de las célebres latas de Bonilla a la Vista se colase en la película surcoreana que mereció el Óscar convirtiendo el mercado asiático en el más importante de la marca en el extranjero. A la demanda oriental, donde las Bonilla se han convertido en un producto de delicatessen, se sumó la de otras latitudes, incluida Australia, y hoy el crujido de las patatas más conocidas de Galicia se saborea en una treintena de países. 

Aún cuando la salud lo llevó a entrar en diálisis, no perdonaba su café con leche «con cuatro churritos» para desayunar, y bromeaba con que «los médicos no me han dicho que deje de comerlos y mucho menos las patatas fritas porque son de Bonilla y se fríen en aceite de oliva». 

En una de sus últimas entrevistas a La Voz, no ocultaba su orgullo y satisfacción por lo alcanzado con las patatas y con la red de churrerías, y se declaraba «afortunado por tener personas maravillosas a mi alrededor». Solo lamentaba lo rápido que se pasa la vida, una travesía que, en su caso, siempre disfrutó aplicando su particular receta del éxito: «Si no se vive con entusiasmo y alegría —decía—, es difícil aprovechar al máximo cada día».   

Familiares y amigos reciben numerosas muestras de condolencia por su marcha en el tanatorio Servisa de A Coruña, en cuya capilla se oficiará este sábado, a las siete y cuarto de la tarde, una misa.