Yoya Neira, sobre el fin de A Pasaxe: «A algunos niños les sorprendían los grifos de una casa»

David García A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

MARCOS MÍGUEZ

Lideró el trabajo de Servizos Sociais que puso fin al poblado chabolista

27 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Un trabajo de insistencia desarrollado durante muchos años por parte de Servizos Sociais, departamento municipal liderado por Yoya Neira, puso fin sin incidencias y de forma pacífica, con perseverancia y comprensión, a casi 40 años de poblado chabolista en A Pasaxe.

—Ya no hay poblado de A Pasaxe.

—Como representante del área de Benestar Social y por el trabajo de estos años con las familias de la antigua Conservera Celta es una satisfacción. Y que haya sido una salida tranquila de las personas que allí estaban. Quiero agradecer en especial el trabajo de Beatriz Leal —directora del equipo municipal de inclusión social— y a Javier Meizoso —oficial de la Policía Local?, que tenía la experiencia de ser una persona de referencia para la población que había vivido en estos asentamientos. A cada una de las familias se le fue animando para que vieran la salida del poblado como una oportunidad de normalizar, sobre todo la situación de sus hijos, para que pudieran vivir en entornos dignos. Hay que reconocerles el esfuerzo y el trabajo, como a todo el equipo de Benestar Social buscando viviendas, animando a los dueños para alquilarlas a Emvsa, el trabajo de seguimiento, es una labor que no se ve.

—¿Llegaron a dudar de que se acabase con A Pasaxe?

—El poblado se iba a acabar. Antes de que la Demarcación de Costas, que podía interponer la demanda para recuperar el pleno uso, intentamos agotar por todas las vías la posibilidad de una salida tranquila para que no se llegase a los tribunales. Se hace con un proyecto de intervención muy personalizado, sabiendo sus posibles recursos, su red familiar, si tenían niños o mayores a su cargo, y lo cierto es que se consiguió. Algunos eran muy reticentes a salir, pero fueron los principales altavoces para hacer ver que vivir de otra manera era posible. Muchos llevaban toda la vida viviendo así.

—¿Cuál fue el momento más duro?

—Cada vez que tratábamos de convencer al último de los habitantes porque hubo un menor de edad que convivía con él. También tratar de conseguir vivienda, de intermediar con los propietarios o las inmobiliarias para que las pusieran a disposición de Emvsa. También los noes que hemos obtenido del último de los habitantes, hacerle ver que era una oportunidad.

—¿Hubo personas dispuestas a salir pero faltaban viviendas?

—No, la trabajadora social responsable de las salidas sabía con cuántas viviendas contábamos y si se acomodaban a la situación de cada familia. En ocasiones ellos podían tener recursos, una salida puente hasta que arreglasen las viviendas que les cedían o que podían conseguir ellos mismos. Nunca nos encontramos con que nos urgieran una salida y no hubiese viviendas. Cuando una persona de un asentamiento dice que quiere salir, la respuesta tiene que ser inmediata, si no, puede volver a convencerse de que no es lo mejor. El momento de mayor satisfacción es cuando una madre y una hija que siguieron hasta el último minuto en lo que era su casa, temerosas de salir a una vida normalizada. Los vecinos nos dicen que son unas vecinas estupendas y que están integradas. También puede haber problemas en algún momento, pero también hay mecanismos para que deje de haberlos. En la mayor parte de las ocasiones el resultado ha sido positivo.

—¿Se dio que ese último ocupante parecía cercano a irse y se echase atrás?

—Nunca perdimos la esperanza de que saliese de manera voluntaria y, en algún momento, pudo tener esa idea en la cabeza. Es comprensible que una persona que tiene su casa, y es donde tiene sus recuerdos, tenga sus reticencias. Fue un trabajo muy constante, intenso, se le ofrecieron muchas oportunidades para ajustarnos a lo que reclamaba y en algún momento pensamos que era posible, pero finalmente no. Su salida fue totalmente tranquila y quiero agradecérselo.

—¿Cómo es el proceso de transición de esas personas?

—Se trabaja de manera previa para convencerlos de que la salida tenía que ser sí o sí, se les acompaña a ver cómo van a ser sus viviendas, van con la trabajadora social, que es la persona de referencia para ellos y para las comunidades. Luego se trabaja con programas muy individualizados, estableciendo objetivos realizables para cada persona de la unidad familiar. Hay que trabajar en ese acompañamiento para su reinserción laboral, con los menores se incide ya con carácter previo. El trabajo de los servicios sociales es muy silencioso y no se ve.

—¿Qué es lo más duro que vio?

—La parte que más me llegó es la situación de los menores, vivían en unas condiciones que no son dignas. Los niños son la parte invisible del sistema, en el ordenamiento jurídico se habla del interés supremo del menor y en eso tenemos que trabajar las Administraciones, para detectar situaciones de riesgo, o previas a ello, y para que tenga el derecho a crecer como un niño en un entorno de confianza y seguridad.

—¿Ya no hay poblados chabolistas?

—No como tal, hay dos núcleos con una serie de viviendas que en algunas ocasiones no cumplen con lo que tendrían que ser. Con ellos trabajamos como siempre, también en la medida en la que quieren. El trabajo social no se impone, tienes que conseguirlo para que la otra parte tenga el compromiso de avanzar.

—¿Cuánta gente vive en ellos?

—Son censos vivos, As Rañas es un terreno de naturaleza privada y pronto tendremos una cifra cerrada. En el 2016 había 25 familias, pero en época del covid contamos 37. Trabajamos con ellos en los espacios de compensación socioeducativa, con los niños, en Elviña. En O Portiño también trabajamos el ámbito formativo y con los menores en el centro cívico. En la transformación y el avance tienen un papel relevante las mujeres.