La pandemia reactiva el fantasma de los nuevos pobres en A Coruña: «Se acabó el contrato y vino el covid, desde esa no hubo manera de remontar»

Mila Méndez Otero
m. méndez A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

Su labor es tan invisible como esencial. Las entidades sociales que ayudan a personas como Santiago Iglesias son el brazo municipal que llega a los colectivos vulnerables. Expectantes ante la renovación de los convenios con María Pita, la irrupción del coronavirus las devuelve al primer plano

30 ene 2021 . Actualizado a las 21:01 h.

La pandemia ha resucitado el fantasma del 2008, cuando la pobreza dejó de ser un problema circunscrito a una minoría. Pero, si entonces la economía sumergida fue una vía de escape, las restricciones sanitarias dificultan ahora este recurso. «La crisis derivada del covid agudiza determinadas situaciones, las de las personas que se encontraban en el límite. Las consecuencias ya se han visto y seguirán», dice la concejala de Benestar Social, Yoya Neira.

Para tratar de paliar las consecuencias de la destrucción de empleo en sectores esenciales de la economía coruñesa como la hostelería, el Ayuntamiento puso en marcha dentro de su plan Presco una línea bautizada como A Coruña Solidaria, destinada a los colectivos más vulnerables. Una inyección económica de 2,4 millones de euros para la que Servizos Sociais ha contado con la ayuda de quienes más experiencia tienen en este campo: las entidades benéficas.

«El éxito en la política social está en la coordinación entre estos colectivos y nosotros», admite Neira. De esta forma, 300.000 euros del millón reservado para las ayudas de emergencia social han sido tramitados a través de dos de estas instituciones, la Cruz Roja y Padre Rubinos. A cada una se les asignó 150.000 euros para ayudar a familias en riesgo de exclusión en el pago de facturas. A Cáritas, Renacer y la Cruz Roja se destinaron 250.000 euros en total para los mayores solos.

doble.Comedor de Padre Rubinos, donde se reparten unas 550 raciones de comida diarias
Comedor de Padre Rubinos, donde se reparten unas 550 raciones de comida diarias MARCOS MÍGUEZ

«Colaboramos de forma permanente con el Ayuntamiento, tenemos una capacidad de respuesta inmediata», justifica Pilar Farjas, la directora de Cáritas A Coruña. Son estas oenegés, fundaciones y asociaciones las que tienen un contacto más directo con la gente y las que realizan una labor invisible, pero esencial. «Ya lo he vivido, en la crisis del 2008. Lo único que puede remontar esto es la solidaridad», alega el médico José Fernández Pernas, impulsor de Renacer. Aunque la situación comienza a estabilizarse en cifras de demandantes, valora Pernas, la pandemia no ha terminado y los nuevos convenios nominativos con entidades como la suya están pendientes.

«El presupuesto está prorrogado, pero el anexo de estos contratos se tiene que aprobar en pleno», admite Neira. Continuar en la línea del 2020 no es solo un buen propósito, las oenegés subrayan su urgencia.

Santiago Iglesias vive en un piso de Renacer mientras no encuentra empleo
Santiago Iglesias vive en un piso de Renacer mientras no encuentra empleo MARCOS MÍGUEZ

Santiago Iglesias, usuario de Renacer: «Vino el covid y, desde esa, no hubo manera de remontar»

Es de A Coruña «de toda la vida», apostilla con una sonrisa Santiago Iglesias. Tiene 48 años y desde marzo es una de las 80 personas que viven en uno de los pisos autotutelados de Renacer. «Comparto la vivienda, somos como una familia», asegura. Por las tardes, echa una mano en la asociación en el reparto de alimentos. Tienen a 1.400 personas de alta para su recogida semanal.

La pregunta que él se hizo mucho tiempo es: ¿Cómo llega uno aquí? «Me quedé sin trabajo. Fue así como me vi en la calle. No tenía medios para subsistir y afrontar los gastos del piso. Tuve que abandonarlo. Estaba en una empresa limpiando cristales, comunidades... Hubo recortes, se acabó el contrato y vino el covid. Desde esa, no hubo manera de remontar. Esta es la primera vez que acudo a una ayuda así», resume.

Santi lo ve como un bache y a Renacer como una salvación. «A ver si me sale un trabajiño. Fui toda la vida repartidor, pero perdí los puntos del carné. No podía desempeñar mi oficio y por eso empecé con lo de las limpiezas. Luego, esto también es un problema de edad», se sincera. «Le puede pasar a cualquiera», insiste, a modo de consuelo, y de ánimos, para los que un día puedan estar en esta misma tesitura.

Jorge Sampedro es el director del albergue Padre Rubinos, donde cada día proporcionan 550 raciones de comida, unas 90, reservadas para los usuarios del albergue
Jorge Sampedro es el director del albergue Padre Rubinos, donde cada día proporcionan 550 raciones de comida, unas 90, reservadas para los usuarios del albergue MARCOS MÍGUEZ

Sin un día de descanso desde marzo: «Nos hemos encontrado situaciones realmente desagradables»

En la Cocina Económica suelen diferenciar dos grupos. «Por un lado están aquellos con una pobreza heredada. Por otro, los nuevos pobres, los que resistían con trabajos precarios, muchas veces sin contrato, en la economía sumergida. Gente que vive al día y donde la frontera entre cubrir y no cubrir gastos es muy estrecha», explica Pablo Sánchez, el trabajador social de la institución que reparte un plato caliente al desayuno y otro a la comida toda la semana, incluidos festivos. «Aquí no hemos parado ni un solo día», destaca.

La pandemia, lejos de detener su trabajo, lo disparó. «En las primeras semanas del estado de alarma recibimos un aluvión, una auténtica avalancha de peticiones. Si a principios de marzo comían aquí 200 personas de media, y ya estábamos en máximos, a día de hoy repartimos 350 menús», cuenta Sánchez. La hora punta en la calle Cordelería es siempre la misma: algo antes de las 12.00 del mediodía empiezan a formarse las colas. Con el covid, los usuarios no pueden acomodarse en el comedor, pero reciben una bolsa con su ración diaria. Pablo no olvida el alivio que supuso que fueran escogidos por la oenegé del chef asturiano José Andrés, One World Kitchen, la primavera pasada. «En un contexto de movilidad reducida, fue providencial. Duplicamos los menús», asiente Sánchez. ¿Qué pasará este 2021? «Nos estamos preparando por si hay más restricciones», afirma.

La cola de la Cocina Económica se agrandó con el covid, Pablo Sánchez es su trabajador social
La cola de la Cocina Económica se agrandó con el covid, Pablo Sánchez es su trabajador social EDUARDO PEREZ

Estas afectarían a los repartos de comida a domicilio, complementarios al comedor. «Si aquí viene gente que vive sola y está en una situación de mayor exclusión, en los repartos atendemos a familias», diferencia. «En las semanas más duras de la primera ola —subraya Sánchez— en vez de ir a las casas, hacíamos dos entregas de alimentos semanales. Hasta finales de mayo repartimos casi 70 toneladas a 700 hogares. Hubo picos de 450 a la semana. Lo habitual eran 250».

En Padre Rubinos está otro de los comedores sociales de la ciudad. «Hacemos 550 raciones diarias —de ellas, 90 para los que comen allí, los internos—. En los primeros meses de la pandemia llegaron a ser 750», destaca Jorge Sampedro, director del albergue con capacidad para 115 usuarios. «Aplicamos los protocolos, reducimos camas, tenemos diez habitaciones separadas por si hubiera que aislar a alguien, y hacemos cribados semanales. En las nuevas admisiones, la PCR, y a los voluntarios que se incorporan, test de antígenos. No tuvimos ningún brote ni paramos en toda la pandemia. El personal continúa en primera línea», exclama Sampedro. La colaboración de los usuarios del albergue es esencial. Por eso, pese a las restricciones, mantienen las salidas de dos horas diarias. «Para que respiren. También los hacemos partícipes de las asambleas».

El relevo en los voluntarios, los jóvenes han sustituido con el covid a los mayores, un colectivo más vulnerable ante el coronavirus, hacen posible el economato de Cáritas. En el centro de la imagen, Pilar Farjas, la directora de Cáritas en A Coruña
El relevo en los voluntarios, los jóvenes han sustituido con el covid a los mayores, un colectivo más vulnerable ante el coronavirus, hacen posible el economato de Cáritas. En el centro de la imagen, Pilar Farjas, la directora de Cáritas en A Coruña fedra mourmouri

En Cáritas hacen balance. «Las familias a las que damos soporte han aumentado en un 30 % con la pandemia. Estamos en casi 6.000. Solo entre marzo y abril repartimos más de 300 tarjetas para comprar alimentos en nuestros dos economatos, donde garantizamos una gama de 70 productos básicos. Hemos triplicado en un año las cantidades. La atención la hemos diversificado y adaptado a las nuevas necesidades. Nuestro perfil, en un 60 % de los casos, son familias inmigrantes, pero con el confinamiento vinieron por primera vez matrimonios jóvenes con niños que perdieron sus trabajos temporales. El impacto de la pandemia lo vemos reflejado en ellos», afirma Pilar Farjas, la directora de Cáritas A Coruña.

Imposible sin voluntarios

La pandemia, añade Farjas, ha supuesto «triplicar esfuerzos». Tanto en las ayudas de emergencia para el pago de alquileres o suministros —las prestan de forma directa o a través de los Servicios Sociais del Concello, que les deriva casos—, como en protocolos de higiene y seguridad por el covid. «Tenemos un hándicap. Los voluntarios de Cáritas son normalmente mayores, jubilados, el colectivo de mayor riesgo. Afortunadamente, hubo un reemplazo. Vino gente joven que, o bien están en ERTE o disponen de más tiempo con el teletrabajo. Gracias a ellos pudimos seguir manteniendo los servicios», reconoce Farjas. Los mayores, continúa, tienen a su favor el colchón de las pensiones. En su contra, la soledad. «Colaboramos con el programa municipal Acompáñote. Nos hemos encontrado con situaciones realmente desagradables», dice.

En la Cruz Roja, las medidas de distanciamiento social han obligado a que las actividades grupales sean online o se hayan suspendido. Desde los talleres de empleo a los destinados a mayores. Además, los acompañamientos se han reducido para las actividades esenciales, como una cita médica o ir a la farmacia. «Las personas mayores se sienten aún más solas. Por muchas llamadas que hagamos, el simple hecho de venir aquí, pasar un rato con otra gente, los ayudaba mucho», pone el foco en este colectivo Carmen Reigia, la coordinadora provincial de A Coruña. Lo que hay que evitar es que los ya eran invisibles lo sean todavía más.