Indignación y tormento tras el incendio de la casa consistorial de Ribeira

Daniel Bravo Cores RIBEIRA

RIBEIRA

La venta del inmueble de la Vieja Consistorial sirvió para hacer la nueva (en la foto) en 1908.
La venta del inmueble de la Vieja Consistorial sirvió para hacer la nueva (en la foto) en 1908. No disponible

La dotación de un barco de la Armada permaneció impasible ante el suceso

11 abr 2024 . Actualizado a las 13:03 h.

El incendio de la casa consistorial de Ribeira el 10 de abril de 1862, siendo alcalde Ventura Pijuán Sánchez, supuso un mazazo para el erario público local, pero también para la historia, ya que las llamas se llevaron por delante el archivo. Los días, meses y ejercicios posteriores fueron de dificultades para restablecer la normalidad en el funcionamiento de la chamuscada Administración local.

Por si la desgracia no hubiese sido suficiente con el fatal resultado de la catástrofe, a ella se vino a sumar la indignación de la corporación con la actitud de la tripulación de un navío de guerra de la Armada Real, el pailebot Jacoba, que en el momento del siniestro estaba fondeado a muy poca distancia del muelle y, por tanto, del edificio municipal en llamas.

Haciendo caso omiso a su deber de auxiliar a los esforzados voluntarios que intentaban sofocar las llamas, la decena de tripulantes permanecieron de brazos cruzados en la barandilla del velero como si el siniestro no fuera con ellos.

El 16 de abril, el teniente de alcalde Pepe Martínez remitía escrito al capitán general de Marina del Departamento de El Ferrol, denunciando lo sucedido: «En la noche del 10 del corriente…. se pronunció en la consistorial de este pueblo un incendio tan horroroso que en muy poco tiempo redujo a cenizas todo el ayuntamiento… que hallándose muy próximo a tierra, el Pailebot de guerra nombrado Jacoba, su comandante tuvo la calma y serenidad indecibles para dejarse estar a bordo con toda la gente faltando a su deber de lo más sagrado en coadyubar con sus auxilios a que no se propagara el fuego, cuando todos los vecinos, sin distinción de sexos ni edades, desplegaron los mayores esfuerzos con una abnegación y filantropía inexplicables para que el incendio no llegase a las moradas vecinas.

En atención a la conducta del Comandante de dicho navío en circunstancias tan críticas, espero que VE se digne tomar contra el mismo las providencias que juzgue conducentes para que en lo sucesivo no se repita semejantes faltas...». Viendo lo que se le venía encima ante catástrofe de tal magnitud, el propio alcalde Ventura Pijoan, ya entrado en años, reaccionó refugiándose en su propia casa de la que no salió hasta tres días más tarde, dejando las riendas municipales en manos del mencionado Pepe Martínez.

Consecuencias

Durante los meses siguientes, las consecuencias del incendio atormentaron tanto a los miembros de la corporación, como a los empleados del ayuntamiento, y especialmente al alcalde Ventura Pijuán, al secretario Juan Ramón Picher y a los depositarios Zacarías Bello por las cuentas de 1860, y Agustín Sarasquete y Ciprián Santos, por las de 1861. ¿Por qué? La destrucción de la documentación de años anteriores multiplicó los problemas del ayuntamiento en los meses e incluso años siguientes: problemas con la rendición de las cuentas municipales de los ejercicios de 1860 y de 1861, ya elaboradas pero no entregadas, y que se perdieron, y con las de 1862 en las que faltaban los tres primeros meses.

Problemas también con la peritación de los daños oficiales del incendio para justificar los nuevos gastos del concejo; con los tributos de comercios e industrias a ingresar en Hacienda; con la confección de las estadísticas de vecindario; con el repartimiento de 30.000 reales entre los vecinos para las obras de la nueva parroquial; con los datos requeridos por el ejército de los quintos de años anteriores; con las facturas de los gastos en enseñanza, correos, libros, gastos carcelarios a compartir con el Partido Judicial de Noia, un sinfín de dificultades, que no fueron las únicas.

El edificio fue reconstruido y adquirido por el Concello por 7.500 pesetas

El voraz incendio se convirtió, en definitiva, en un verdadero guirigay que obligó al alcalde a suplicar demoras en la rendición de cuentas a Hacienda y al Gobierno Provincial y evitar sanciones por los retrasos. De hecho, la propia corporación municipal de 1864, presidida por el alcalde José Manuel González, pondría serias objeciones a la aprobación de varios capítulos de las cuentas de 1862 y 1863 del alcalde Pijuán porque «...encuentran en ellas reparos que hacen no abonables partidas libradas con notable indolencia y remarcable exceso» y ponía ejemplos de irregularidades.

Las dificultades llegaron al extremo de que las 157 comunicaciones de la alcaldía con instituciones y cargos exteriores emitidas en 1862, 49 de ellas hacen referencia al incendio de la casa consistorial, la mayor parte de las cuales fueron dirigidas al gobernador civil, del que dependían orgánicamente los ayuntamientos.

Reconstrucción

Tras el incendio, el edificio fue reconstruido a expensas del erario municipal e Isabel Mariño renovó el arriendo al consistorio en 1865, 1869 y 1873. Finalmente, en 1878 la municipalidad ribeirense «lo adquiría con todas sus dependencias contiguas que forman parte íntegra de la misma, incluso el salido anexo y la casita o cuadra llamada del Cuadrante, todo en la cantidad de 7.500 pesetas».

La llamada entonces Vieja Consistorial se siguió utilizando como sede municipal hasta 1886, cuando se abandonó «dado el estado ruinoso del edificio… no permite permanecer en él más tiempo y se presume un hundimiento inmediato», pero el ayuntamiento conservó la propiedad. Todo un acierto, a pesar del deseo de algunos corporativos por venderlo entonces, ya que, andando el tiempo, la venta del inmueble serviría para financiar la construcción de la nueva consistorial entre 1905 y 1908.