Niños hiperactivos

Alicia Fernández LA CRIBA

BARBANZA

Foto de unos niños en un colegio.
Foto de unos niños en un colegio. Ramón Leiro

26 abr 2024 . Actualizado a las 05:05 h.

Esta reflexión arrancó con el café de una mañana cualquiera y el encuentro con un amigo que ha sido padre hace un año. Como sé con quién me la juego —en otros casos no arriesgo— le pregunto por su niña. Se le iluminan los ojos y me cuenta que muy bien, al igual que su pareja. Pero después de compartir alguna anécdota de la pequeña, que provoca nuestras risas, se pone serio y me confiesa, atribulado, que es hiperactiva.

Su rictus se ha tensado, lo que indica que su preocupación es real. Le escucho. O más bien escucho a la casi totalidad de los padres de hoy en día. Se lo digo, en la creencia de que un problema compartido es menos problema. Y de que es normal que sea así. Los niños llegan a un mundo lleno de agresiones visuales, sonoras y psicológicas. Algunas no muy fáciles de evitar y otras son provocadas por el propio entorno familiar directo: acceso a pantallas muy temprano, trasladarle su propio estrés, ser esclavos de la inmediatez, etc.

Pero también porque en nuestra sociedad, a diario y con impunidad, se vulnera el derecho al descanso y se pasan por el arco del triunfo normas básicas de convivencia; con la total inhibición de las autoridades competentes que, incluso, se suman al aquelarre. No hace falta más que asistir a la sucesión de hechos sonoros en una madrugada cualquiera, desde el ámbito público al privado. Una situación impensable en otras latitudes más respetuosas con ese derecho.

Los niños, querido amigo, no son hiperactivos, ¡están eléctricos! Son fruto de un ambiente hostil que afecta a la sociedad en su conjunto. Pero en ellos, al ser más sensibles, las consecuencias son más graves.