Irse de la adolescencia

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

BARBANZA

Imagen de archivo de un calendario
Imagen de archivo de un calendario PIXABAY

08 feb 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Con lo que nos venden las redes sociales nos hemos acabado de creer que madurar es una tragedia. Y no. Cumplir los cuarenta es una maravilla, no temo envejecer, es más, me daría más miedo hacerme joven. Decir «bro» todo el rato, preocuparme por lo que piensan de mí los demás, salir del viernes hasta el lunes… Escalofríos.

No se está tan mal a la sombra del centro de salud, mola achisparse con dos vasos de vino en la cena, acercarse al secreto samuray de las señoras que se cuelan en la cola del Gadis y sustituir las ganas de fiesta por ganas de siesta. Imaginen ser joven: tener que hacer bailes en Instagram, pedir apuntes y sostener el peso del mundo sobre los hombros. Nada, ahora sobre los hombros una mantita. Del Johny Walker con Fanta a la sopita del cocido. Denme domingos más grandes.

Me apena ver a gente de mi quinta intentado exprimirle a la vida más juventud de la que tiene. Ese «moderneo» autoimpuesto, esos dramas... Te estás quedando calvo, un tatuaje no lo va a arreglar, ni una moto, ni Tinder, ni correr una maratón. Solo los traumatólogos se alegran de la obsesión social del rejuvenecimiento, ya no estás para pachangas, Antonio.

Envejecer es mejor que rejuvenecer, hombre. Eres de mi quinta y de Ribeira, pues ya le has pagado la universidad a los nietos de los de Estrella Galicia, ¿para qué quieres otro selfie en la discoteca, si tú has sido allí una institución, casi una maceta? Hay que saber irse hasta de la adolescencia. Aunque… «Me contradigo porque contengo multitudes», decimos ahora Whitman y yo al salir del Cúpula.