Izaro: «Últimamente siento una necesidad loca de ir a abrazar árboles»

CARLOS CRESPO VILAGARCÍA

VILAGARCÍA DE AROUSA

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La reciente ganadora del premio MIN al mejor disco en euskera actúa el domingo en el Achégate ao Salón de Vilagarcía

26 abr 2024 . Actualizado a las 19:39 h.

Izaro (Mallabia, 1993) ha sido la primera artista vasca en llenar el velódromo de Anoeta (9.000 almas). Igual que abarrota el Kursaal, en Donostia, o el auditorio Euskalduna, en Bilbao. Sin embargo, como tantas veces ocurre con las músicas periféricas y en idiomas minorizados, fuera de Euskadi el asunto varía sustancialmente. La acogida que está teniendo su último disco, Cerodenero, y su reciente premio MIN le están ayudando a derribar ciertos muros y a lograr el reconocimiento artístico que, y en esto hay unanimidad, toda persona que la conoce asegura que merece.

—Vienes a tocar a las doce y media. ¿Qué tal ese horario?

—Muy bien. Será un concierto bastante íntimo. A mí me gustaría que fuera un momento en el que nos podamos olvidar de todo lo demás y estar ahí en comunión, conociéndonos.

—¿En qué formato vienes?

—Voy con tres músicos. No es un acústico puro. Yo creo que es el mejor formato para alguien que nos vaya a ver por primera. El más accesible y el más amable para poder entrar en nuestro universo.

—¿Cómo has recibido lo del premio MIN?

—Muy contenta. Es como una pequeña golosina. Te da más ganas para seguir para adelante. En Euskal Herria, como en Galicia, tenemos un ecosistema cultural que España no ve. Por eso importan premios como este, que ayudan a derribar un poco esos muros.

—Para alguien que ha llenado el velódromo de Anoeta, ¿cómo es enfrentarse a un teatro para 200 personas, como el de Vilagarcía?

—Cuando son doscientos, hay 200 personas, pero cuando son 9.000, lo que hay es una masa de gente. Es muy diferente estar mirando a la cara a 200 personas o estar mirando a una masa. Son dos experiencias totalmente diferentes.

—¿Te sientes hoy más atrevida, como dices en «Campamento base»?

—Muchísimo más atrevida, sí, sí.

—Antes, ¿con qué te cortabas?

—No es que me cortara, es que cuando empecé a verme ya bastante mediatizada y sobreexpuesta, me sentí extraña. Ahora me permito, por ejemplo, poder ser un poco más arisca, no ser tan accesible, no ser tan amable todo el rato, no pasar por determinados aros o no sentirme mal cuando paso por alguno.

—Hablas mucho de «la revolución de la ternura», ¿a qué te refieres con eso?

—El mundo se está convirtiendo en algo cada vez más hostil. Se ha puesto de moda la agresividad, que para mí es algo raro de entender. Por eso yo reivindico la ternura, que es algo supercomplicado. Odiar es muy fácil. En un segundito, se odia. Pero construir algo desde la base del amor y la ternura es muy difícil. En ese sentido, yo he aprendido mucho de las mujeres que han llevado siempre el peso de todo sin tener ningún reconocimiento. Hoy la gente desprecia lo de ser ama de casa. Para mí es el oficio sublime de sabiduría.

—El feminismo siempre está presente en tus letras y en tus manifestaciones.

—Y en mi vida en general. Tú vas por la vida y si eres feminista vas chocando con muchas cosas. Pero para mí, lo que realmente es chocante es que no seas feminista. Si no lo eres, tenemos un problema. Tan sencillo como eso.

—Confiesas que a veces te agobias pero que por lo general disfrutas mucho de la vida. ¿Qué cosas te agobian y qué cosas te hacen disfrutar de la vida?

—Disfrutar... Casi todo. Sobre todo la naturaleza, la vida en lo más orgánico. Yo crecí en un pueblo muy pequeño, con mucho bosque, y mi padre nos enseñó a trepar a los árboles. Ahora que vivo en una ciudad me estoy dando cuenta de que lo del síndrome del asfalto es realmente cierto. Es bastante depresivo no estar en contacto con la naturaleza. Últimamente he tenido como una sed loca de ir a abrazar árboles. Árboles grandes, que lleven muchos años vivos. Sentirme tan poquita cosa, tan parte del hecho concreto de simplemente existir, me hace disfrutar mucho de la vida. ¿Y qué me agobia? Pues me agobia la gente mala. Me agobian las guerras, la tala de árboles... Cosas así.

—En «Limones de oro» colaboraste con Xoel López. ¿Hay algún otro artista gallego que tengas en el punto de mira?

—Tengo ganas de acercarme a Baiuca. El otro día me escribió para felicitarme por el premio y ya me dijo que era de muy cerca de Vilagarcía pero que el domingo no iba a estar en Galicia. A ver qué nos depara la vida...