Carmen Millán, cien años de pura vida: «Estou chea de recordos»

leticia castro O GROVE / LA VOZ

AROUSA

Martina Miser

Tras soplar las velas en familia, esta grovense celebrará este domingo por la tarde una fiesta en O Redondo

21 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Carmen Millán Domínguez ya puede presumir de haber vivido un siglo lleno de experiencias, viajes y sinsabores. Ayer sopló las velas de sus cien años rodeada de buena parte de su gran familia, pues disfruta de seis nietos y diez bisnietos. Algunos de ellos llegaron hace unos días de Nueva York, donde residen, para acompañarla en tan importante celebración. Pendiente de ella en todo momento, su nuera Mauricia, con quien tiene un trato de madre e hija; juntas forman un buen tándem.

Pese a sus años, Carmen no falta nunca a su caminata diaria. Quizás ese sea uno de los secretos de su longevidad: estar en forma, respirar aire fresco y conversar durante el trayecto. Todos los días recorre durante una hora A Toxa, disfrutando del paisaje a su alrededor, del brazo de Mauricia. La isla la conoce bien y está vinculada a ella por varias cuestiones, pues su padre Anselmo Millán, que era constructor, fue el encargado de hacer las molduras originales del puente de A Toxa, según cuenta. Años más tarde, su marido Fidel González, más conocido como Lito, pondría las primeras conchas de vieira sobre la capilla de San Caralampio, una idea, la de recubrir la fachada que fuera consejo de su padre. «Eu viña ás veces con Lito, traía unha cestiña con comida e comíamos os dous alí», señala, pues tiene buena memoria.

Carmen nació en 1.924, en O Grove, pero a los pocos años la familia —eran seis hermanos— se trasladó a Palmeira. Su padre se había hecho con una fábrica de conservas allí, para luego instalar un aserradero, y poner a funcionar el Cine Millán. Regresaron y al poco tiempo su padre falleció.

Ella se casó con Lito y tuvo tres hijos, Jose Lito, Lola y Juan Francisco, a quien muchos conocen como Xoán González Millán, catedrático, doctor e investigador de los estudios literarios gallegos durante el posfranquismo y articulador de Galicia en la diáspora. Ninguno de ellos vive, pero tal y como cuenta «estou chea de recordos», asume con resignación, y se le dibuja un sonrisa al recordar el momento en que nació Lola y cómo su marido lo anunció a los vecinos, o cuando le notificaron que a Xoán le habían dado el Premio Nacional de Bachiller Superior. «Se lo fui a anunciar al cura Don Andrés y me dijo, ‘lástima de obispo que se pierde'».

Estuvo en Nueva York en innumerables ocasiones; incluso pasó allí largas temporadas, dado que Jose Lito y Xoán vivían en esa gran ciudad, que ella conoce a la perfección: las caminatas allí tampoco las perdonaba. Su guía para llegar a casa, en Astoria, era la estatua de Cristóbal Colón. Por el camino siempre recolectaba flores silvestres o manzanas, nunca llegaba con las manos vacías. Dice que siempre caminó mucho, «siempre me gustó». Un día se perdió pero se hizo entender lo bastante como para que la llevasen a los pies dela estatua y desde allí coger el camino de vuelta. «Era una atrevida», confiesa. Es curioso cómo, sin saber inglés, logró hacer su propio grupo de amigas. «No nos entendemos, pero nos queremos mucho», cuenta. Allá, en la iglesia incluso le tenían reservado su asiento en primera fila.

Ayer, Carmen, celebró el centenario en la intimidad, pero hoy, a partir de las cinco de la tarde, lo hará en O Redondo, para compartir un rato con aquellos que quieran tomarse con ella un trozo de tarta.

La casa familiar en O Grove: una vivienda modernista de 1932 que sigue atrapando las miradas de los viandantes

La casa de Carmen Millán es de las que apenas quedan, una verdadera joya patrimonial. Construida en 1.932 por su padre, Anselmo —que también fue alcalde de O Grove—, es un inmueble modernista, que todavía atrapa las miradas de los viandantes, en la calle Pablo Iglesias. Su hogar estuvo siempre en el cuarto piso, y en la parte baja tuvo durante algún tiempo su propio negocio, un ultramarinos con juguetes, alimentos y demás objetos como los que se estilaban en la época. En la tienda, como en las demás, se hacían trueques. Sería su prima Marujita la que luego se encargaría de aquel bazar, cuando fue traspasado.

Años después, Carmen volvió a sus labores como dependienta, ya que era muy buena vendedora. Fue en el negocio de su sobrino Pepe, un establecimiento de decoración, A de Millán, en la Rúa da Praza, lugar del que tiene más de una anécdota por cierto. Allí vendía lámparas, juguetes, carritos de bebé, un poco de todo. Le gustaba aconsejar a la clientela, de hecho uno de los clientes le dijo una vez que si estuviera en su pueblo la llevaría para su comercio.

A excepción de los períodos que viajó a Nueva York, su vida transcurrió allí, en una casa que hoy tiene la fachada verde, con unos preciosos balcones y «con cincuenta y dos escalones», dice, y es que subió y bajó tantas veces aquellas escaleras que las tiene contadas.

Cuando habla de la casa se le agolpan los recuerdos, los de juventud con su hijo mayor Jose Lito, en aquella terraza llena de plantas que tanto le gustan; las visitas, o aquel tiempo en que el primer piso estaba alquilado a la Falange... «Cosas de antes», cuenta ella, que tiene historias para llenar un libro.

Recuerda que hace unos años la paró un hombre por la calle que le quería tomar un café con ella. No lo conocía ni recuerda su nombre, pero había a O Grove para verla porque había coincidido con su hijo Xoán en Londres y , según le dijo, «quería conocer a la madre de un gran hombre, le comentó. Por supuesto aceptó la invitación.

Carmen siempre fue muy independiente y muy sociable, y vuelve a apuntar Mauricia, «muy atrevida», quizás ese sea el secreto, junto a su gran fortaleza, para cumplir así de bien, sin grandes dolencias, los cien años.

Vive bien rodeada. Su nuera se mudó hace unos años a vivir con ella, «dejó Nueva York para venir a cuidarme» repite Carmen. Todo un testimonio vivo de una etapa de la historia meca, portavoz de una generación de grovenses que ya no está.